NOUVELLE VAGUE

NOUVELLE VAGUE

por - Críticas
21 Nov, 2025 07:33 | Sin comentarios
Segunda mirada sobre la última película de Linklater sobre la primera película de Jean-Luc Godard.

LA VIEJA TRADICIÓN

El tiempo no se detiene. Ya pasaron tres años del día en el que Jean-Luc Godard decidió dejar de existir trasladando el saber de su oficio a un dominio en el que decir la palabra “corte” significa romper el contrato con el oxígeno. Eligió morir como vivió: comprendiendo el instante en el que una situación frente a cámara alcanza su capitulación. Un plano tiene un fin, una escena también, como una película, y también cualquier vida. Sin embargo, después del 13 de septiembre de 2022, Godard persiste como fantasma. Se estrenan películas tardías, se vuelven a editar sus textos y se escriben libros sobre su cine; no faltan discusiones sobre su legado cinematográfico y la relación con el presente, incluso hasta un gran cineasta estadounidense se ha animado a prodigarle un cuerpo real para que vuelva en el esplendor de su juventud y revivir los gloriosos días del verano de 1959, cuando pudo finalmente, después de que todos los camaradas de la Nouvelle Vague ya hubieran rodado su primera película, hacer su ópera prima. 

El cineasta que imaginó el rodaje de Sin aliento es Richard Linklater. No es uno entre otros. Está entre los mejores, ha filmado mucho y su versatilidad es evidente: hizo películas de béisbol y de adolescentes, de ladrones de bancos y de un niño astronauta; probó con la animación en dos ocasiones para imaginar una distopía irrespirable o conjeturar lúdicamente la relación entre sueño, conciencia y palabra; también le interesó el tiempo a secas para examinar la experiencia amorosa e indagar cómo el paso del tiempo es una variable indesmentible en la formación del carácter. Cada tanto, a Linklater le interesa retratar a personas del cine. Un episodio secundario en la vida de Orson Welles fue motivo de una película, como recientemente un día en la vida de Lorenz Hart. Bastó solamente sostener un relato que transcurre en una sola noche para vindicar al letrista de temas musicales indelebles que fueron las grandes melodías del Hollywood clásico. Hart escribió My Funny Valentine, o Blue Moon, canción que le confiere el título a la película. Esta última la había estrenado en febrero de este año, durante la Berlinale. Nouvelle Vague, dedicada a Godard, se vio por primera vez en Cannes, dos meses después, en mayo. No era justamente un territorio cualquiera para presentar una película sobre un clásico del cine moderno. No ganó ningún premio, pero la prueba francesa fue satisfactoria; la insolencia de Linklater fue vista con simpatía.

El recorte temporal de Linklater se limita al rodaje de Sin aliento: apenas 23 días, entre mitad de agosto y septiembre de 1959, excepto por los primeros minutos donde se presenta el mundo cinéfilo de la década de 1950 y después, en el epílogo, cuando Godard comienza el montaje y un poco después al proyectar el film por primera vez entre cercanos. Es así que Nouvelle Vague materializa lo imposible: es lo más parecido a un making off de la película de Godard, pero realizado 66 años después, como si Linklater hubiera conseguido viajar a través del tiempo, situarse en París de fines de los 50 y filmar el rodaje día a día cerciorándose de que por cada escena inolvidable existiese el contracampo que revele cómo se filmó. La idea es acertada, su plasmación es adecuada. Evidencia mayor: cuando llega el día de filmar la caminata agonizante del personaje de Belmondo. En la ficción, es una tragedia, en la realidad, un paso de comedia. 

Una película como Nouvelle Vague tiene de inmediato que vencer un escollo comprensible. Lo que se intenta recrear pertenece a un dominio al borde de lo mítico. La época elegida es en cierto modo comparable a la Grecia de los presocráticos y del fulgor posterior de la filosofía ya instituida que culmina con Aristóteles. Para los cinéfilos, la vieja redacción de los Cahiers du Cinéma es equiparable a la academia platónica, el epicentro de una revolución de la mirada y de la palabra sobre la mirada. Ahí están los protagonistas de una época que signó un antes y un después para la historia del cine, la cinefilia y la crítica. ¿Cómo desacralizar ese tiempo? ¿Cómo resolver ese desafío?

En el inicio, Linklater incluye una escena magnífica: la redacción de la revista se reúne con Roberto Rossellini, quien discurre sobre el sentido de hacer una película, la necesidad de que exista. A medida que cada quien aparece en el relato (Chabrol, Rivette, Rohmer y tantos otros), el nombre se imprime en el plano, como si la inscripción fuera una presentación para el lego y un juego para el cinéfilo con conocimiento en la materia, un juego en el que se puede cotejar el rostro del intérprete con el semblante del mito viviente. Es un procedimiento constante, y en Nouvelle Vague no falta ningún nombre. Hay pasajes magníficos; entre los mejores, aquel en el que Godard se cruza en el subte con Robert Bresson, en pleno rodaje de El carterista. Hay muchísimas escenas de esa índole, todas concebidas con gracia y afecto. La película de Linklater es una esmerada forma de decir gracias.

Quien encarna a Godard es un actor poco conocido llamado Guillaume Marbeck. El parecido es fascinante: la composición del personaje no descansa sin más en el semblante, sino que el joven actor se adueña de los gestos del cineasta y delinea su conducta física a través de movimientos corporales y posiciones reconocibles del invocado, aunque sin volverse un mero calco de aquel. Lo mismo sucede con quienes tienen que revivir a Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg, las dos grandes figuras que inmortalizaron a los personajes de Sin aliento. Aubry Dullin y Zoey Deutch no solamente se parecen a las pretéritas estrellas, la química entre los dos parece provenir de la misma tabla periódica que energizaba la interacción entre Belmondo y Seberg en Sin aliento. Es inobjetable el casting que hizo Linklater, pero el azar fue dadivoso con él: encontró dobles perfectos. 

Lo más hermoso de Nouvelle Vague radica en la ubicua fe que prevalece en cada escena y en un lazo afectivo que dista un poco de las habladurías de la época. En esto Linklater prefirió acentuar las virtudes de sus personajes y prescindir del egoísmo y los celos. Truffaut y Godard nunca rivalizan, se acompañan, se ven felices. En ese pulido humanista, Linklater encuentra el tono propio de sus mejores películas. Hay algo luminoso que se entrevé y crece mientras el genio de Godard se manifiesta en las decisiones de puesta en escena y en las ideas que surgen durante una filmación donde el guion es sustituido por la ocurrencia y la inspiración. Eso que define a Nouvelle Vague puede percibirse en la evolución silenciosa de la relación entre Godard y el director de fotografía Raoul Coutard, y se glosa en una hermosa confesión de Godard a su paciente productor, Georges de Beauregard. Godard reconoce que solamente podía hacer una película con un amigo. La amistad en el cine y a través del cine es la verdadera luz de la película de Linklater. El resto es cinefilia y felicidad, y un repaso didáctico de cómo se podía (y se puede) filmar con mayor libertad y sin tanto dinero.

Nouvelle Vague, Francia-EE.UU, 2025.

Dirigida por Richard Linklater.

Escrita por Holly Gent, Vincent Palmo Jr., Michèle Pétin y Laetitia Masson.

*Publicada en Revista Ñ en el mes de noviembre.

Roger Koza / Copyleft 2025

Primera crítica en Cannes (leer acá)