LAS CRÓNICAS DE HAMBURGO 5

LAS CRÓNICAS DE HAMBURGO 5

por - Festivales
02 Oct, 2007 03:31 | Sin comentarios

Festival Internacional de cine de Hamburgo 01/10/07

por Roger Alan Koza

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Con Prividera hemos caminado por horas, como si fuéramos criaturas de un cuento de Walser. Y claro que al caminar no dejábamos de hablar de cine. En verdad, retomamos una conversación que se inició en Córdoba, cuyo tema, finalmente, es repetir el acertijo de Bazin: ¿Qué es el cine?

En la noche de ayer, en el Film Talk, el joven realizador Alberto Morais, quien ha dirigido su Un lugar en el cine (que planeo ver el jueves próximo) sostenía un diagnóstico acerca del cine espanol que puede ser extendido al cine en su conjunto: advertía que hay una brecha entre la realidad y el cine, que así expresado no denota el poder de su denuncia. En su película aparecen Érice y Angelopoulos, y disertan sobre Rosellini y Pasolini, quienes, desde su punto de vista, hacían un cine que parecía y funcionaba como un suplemento de la realidad.

Dan Fainaru, el inteligente crítico de Variety en Cannes, intentó problematizar la relación entre la guerra y el neorrealismo, y que hubiera sucedido con el cine si no hubiera habido una segunda guerra. ¿Qué tipo de cine se hubiera hecho? Especulaciones si se quiere, pero preguntas que indican una sospecha y una hipótesis sobre cómo el contexto histórico y político determina una concepción de cine. Así Morais acusó al cine espanol como un cine deshistorizado, incluso criticó a El laberinto del fauno, más que nada por la irrupción de lo fantástico en el contexto de Franco. Obviamente, su cuestionamiento estaba guiado por su predilección por El espíritu de la colmena, que si se la examina cuidadosamente también tiene un costado fantástico.. Allí estaba Frankestein, o como me dijo Charly Cockney, allí estaba Francostein.

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Presenté mis dos películas de la fecha: la ecuatoriana Qué tan lejos y El asaltante (foto de inicio), primer película argentina del festival. La primera la había visto en Guadalajara. Es un film menor, a veces proclive al retrato postal pero incuestionablemente auténtico. Este road movie de personajes sinceros y queribles, en un viaje que no va a ninguna parte, pues el viajero sabe o intuye que importa el camino y no el destino, capturó el interés del público. Sala llena. Otra suerte tuvo la de Frendik. Su opera prima El asaltante largo con la mitad de sala. Y es una pena, porque se trata de un ensayo audaz que se inscribe en el modelo del policial y en el formalismo de los Dardenne para seguir por una hora a su personaje que va robando escuelas durante una manana cualquiera en Buenos Aires. Goetz, el ladrón, está muy bien, y el relato tiene un ritmo sostenido e impredecible. El epílogo condensa una gran metáfora sobre la educación argentina, y en ese sentido El asaltante es muy ingeniosa. Si Fendrik sigue en esta dirección se puede esperar de él alguna película importante.

Fuimos con Prividera a ver dos películas. La primera duraba unos 78 minutos, de los que dormí unos 65. Mi padre, mi senor, de David Volach (foto de arriba), ganadora del premio del público en Tribeca, resultó ser un ostensible bodrio (aunque tuvo sus defensores), pero uno que no dejaba de ser interesante. Supone ser una elaboración del pasaje bíblico sobre Abraham y su hijo Isaac, lo que Kierkegaard denominó la suspensión teológica de la ética. Aquí quienes son puestos a prueba son un nino y su padre, ambos judíos ortodoxos.

Como es el final lo que define la tesis de la película, Dios o algún enviado de Lucifer hizo que mi celular no dejara sonar por unos segundos. Al estar tan dormido debe haberse escuchado a todo volumen por un minuto. En una sala un minuto de celular ininterrumpido es una eternidad. Prividera advierte que estoy en el país de Alicia y me pregunta gentilmente si es mi teléfono. Pero el papelón me devuelve a la película.

Volach orquesta un final de ribetes teológicos y místicos. El nino se pierde en el mar, un grupo de hombres no dejan de hacer fanáticamente genuflexiones en una colina, en un plano picado acompanado por tratamiento del sonido que enrarece toda la secuencia, y único momento en el que no suena una música espantosa que va desde el inicio y que nunca deja de sonar excepto en este pasaje. Luego viene el remate moralista, o una supuesta crítica a la concepción ortodoxa de la fe.

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Así es que Mi padre, mi senor, como exégesis biblica, traiciona el espíritu radical de ese pasaje fundamental de la teología judeocristiana. Además, Volach desconoce el poder de la sugerencia y la opción del fuera de campo: en un plano inescrupuloso muestra al occiso envuelto en una frazada. Podra ser una película de fe, pero es una película sin fe en el cine.

Una de las características de la audiencia de Hamburgo es su gusto por el cine nórdico. Este es un buen festival para conocer las filmografías de Noruega, Suecia, Finlandia. Con ese pretexto convencí a Prividera de ir a ver Un trabajo de hombre, de Aleski Salmenperá, película filandesa.Un poco antes nos dimos una vuelta por el cine Metropolis, en donde se manana exhibirá M. Queríamos corroborar si el afiche de la película que habíamos dejado a la manana estaba ya en las vitrinas del cine. Y en efecto, lucía bellísimo entre los pósters de otras películas y el logo del festival. En él se cita a Tomas Abraham, que dice sobre M: «Una película de sesos y huevos».

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Un trabajo de hombre pertenece a un conjunto de films que vienen problematizando el mundo del trabajo y su vínculo con la masculinidad. El film de Salmeperá tiene cosas, por ejemplo, de El empleo del tiempo, y Full Monty. Juha se queda sin trabajo de un día para el otro. Ni su esposa, ni sus dos hijos se enteran, sí un amigo taxista. Tras intentar buscar trabajo y no conseguirlo se convierte azarosamente en acompanante. Diversas clientes femeninas piden sus servicios: mujeres solas, aburridas, viejas, ricas, hasta una joven con sindrome de down que le encanta banarse con Juha mientras le da con un peine en la cabeza.

Trágica y cómica, el problema de Un trabajo de hombre es su indefinición, no su posible ambiguedad, distinción que pertenece a Prividera. Algunos pasajes están logrados, y ponen en evidencia la función social de la sexualidad como último recurso ante una alienación e insatisfación generalizada. El sexo sería el último recurso ante un hastío dominante y ubicuo, pero en el cuerpo sexual, también, y es este a fin de cuentas el único argumento no moralista sobre la prostitución, se localiza el efecto de un sistema económico, por lo que un desempleado ya no tiene siquiera su fuerza de trabajo sino la opción culminante de vender la propia fuerza del cuerpo como elemento de trabajo.

Lamentablemente, en los últimos 10 minutos una decisión de guión apuesta perversamente por la familia y la reconciliación, es decir moraliza, en una película que es esencialmente política aunque perezosa de trascender su anécdota narrativa en un film de importancia. Y este es el problema con este film: es una anécdota, una película aceptable pero innecesaria, una película de acompanantes.

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