KIAROSTAMI, EL AMIGO DE LA SABIDURÍA
Pasaron cinco años de la muerte de Abbas Kiarostami, el cineasta iraní que también escribía versos poéticos breves y sacaba fotos de todo lo que llamaba su atención. En Los caminos de Kiarostami, un cortometraje en el que la relación entre el cine y la fotografía se vuelve más evidente que nunca, el cineasta, como suele pasar con sus personajes, viaja en un automóvil en parajes perdidos de la geografía iraní. En un momento observa algo en la nieve, detiene el automóvil, sale del auto con agilidad y premura y se dirige inmediatamente hacia lo que ha visto. Un poco después se ve un caballo en la nieve, más tarde pájaros, y los planos que siguen son varias fotos deslumbrantes de árboles solitarios en la homogeneidad blanca de la nieve. La hermosura es indesmentible, pero lo interesante es otra cosa: el estado de alerta del cineasta, la predisposición de todo su ser ante los estímulos de mundo.
Los prejuicios con el cine iraní son conocidos y extendidos. Se le adjudica, como si se tratara de un homogéneo sistema poético, cualidades exánimes: es lento, monótono y desprovisto de suspenso, como si se tratara de una naturaleza muerta en 24 fotogramas por segundo. Basta probar suerte si jamás se ha visto una película de Kiarostami con Y la vida continúa para reconocer que los prejuicios arruinan el alma de cualquier persona. En esa película insólita, en la que Kiarostami decide filmar en una región devastada por un terremoto para verificar si los niños protagónicos y secundarios de ¿Dónde está la casa de mi amigo? están bien tras la catástrofe ocurrida meses antes, no es otra cosa que una inusual película de aventuras. Ni lenta, ni monótona, ni mucho menos carente de suspenso.
Hay una escena demasiado hermosa para contar, pero imposible de eludir en Y la vida continúa: el protagonista, que es un director de cine (un alter ego de Kiarostami), y su hijo llegan a un campamento de refugiados, no muy lejos del pueblo en el que viven los chicos que busca el director. Hasta ese momento ya ha pasado de todo: la interacción de los dos protagonistas con los sobrevivientes siempre depara alguna situación increíble y añade un punto de vista sobre qué hacer ante la desgracia. Pero la gloria de ese relato de resiliencia se constata casi al final y con una sonrisa, cuando se descubre a todos los muchachos de la aldea buscando señal con una antena para ver un partido del mundial de fútbol de 1990. El cineasta le pregunta al joven que da indicaciones a sus amigos para asegurarse una buena imagen en la televisión: “¿Cree usted conveniente ver la tele en estos días?”. El muchacho responde: “En realidad, yo mismo estoy de luto. He perdido a mi hermana y a tres sobrinos. Pero ¿qué podemos hacer? La Copa es cada cuatro años. No hay que perdérsela. La vida continúa”. En efecto, Y la vida continúa acopia escandalosamente pruebas del deseo de existir, incluso cómicas, ante la inclemencia del mundo. Ni los escombros ni los muertos detienen la voluntad de vivir. Es notable. ¿En qué reside el secreto de esta clarividencia?
Todas las películas de Kiarostami tienen una peculiar forma de trabajar sobre los diálogos. A diferencia del código de representación ubicuo en el cine contemporáneo, en el que las palabras explican las acciones y la psicología de los personajes, en las conversaciones de películas como El sabor de las cerezas o 10, entre otras, cuyo escenario no excluyente pero sí preferencial es el interior de un automóvil, lo que dicen los personajes reviste la ondulación semántica de una argumentación filosófica.
En efecto, los ritmos de los silogismos nunca suenan forzados y emanan de la boca de los personajes con la misma naturalidad con la que la mayoría de los actores no profesionales interpretan sus papeles frente a cámara. En este sentido, la circulación de la palabra recuerda la gracia de los mejores diálogos platónicos, aunque la tierra y la cultura impregnan la estética de la palabra: el habla está poblada por imágenes visuales características de la tradición poética persa y la forma de argumentación tiende a moverse en un lúdico zigzag, como si existiese un misterioso pasaje entre los caminos de montaña que suelen verse en las películas y las figuras que adopta el discurso. Palabra, persona y paisaje constituyen un conjunto; en esta interrelación despunta una forma de estar en el mundo.
Cuando se enumera las películas del maestro solo queda ensayar un gesto de reverencia. El viento nos llevará, Primero plano, Like Someone in Love, Detrás de los olivos; Shirin; es una lista de películas que puede cambiar para siempre la forma de relacionarse con el cine y el mundo. Es que los árboles, el viento, el sol, los niños, los hombres, las mujeres conquistan en estas películas una dimensión estética que no está disociada de la vida. Nada está de más, nadie sobreactúa: vivir y filmar se confunden.
*Este texto fue publicado en el diario La Voz del Interior en el mes de julio de 2021
*Fotograma de encabeza: Los caminos de Kiarostami.
Roger Koza / Copyleft 2021
Qué maravilla, aquello de los «diálogos» y la representación inasible a los acostumbrados prejuicios que tantas veces mediante el relato intentan representar las secuencias reduciéndolas como decís, a la mera «trama»…
o la pretensión de capturar la intensidad de los personajes en la «psiccología de los mismos» …
Corriendo a ver otra de Kiarostami.
La plataforma Mubi me está dando la oportunidad de profundizar en algunos directores como Kiarostami al cual me faltaban ver muchas películas y también permitiendo descubrir directores que no conocía, como Christian Petzold que se ha metido en el podio de mis más queridos cineastas.
Un abrazo grande, Roger querido.