
EL JUEGO DE LA FORTUNA / MONEYBALL
LA EXCEPCIÓN A LA REGLA
Después de una cita sobre el desconocimiento del juego más popular en Estados Unidos, el bésibol, las primeras imágenes (televisivas) de El juego de la fortuna son de un partido final de una eliminatoria fechado el 15 de octubre de 2002. Bennett Miller y sus guionistas eligen, sagazmente, introducir los equipos en la cancha con cifras: $114.457.768 vs. $39.722.689, New York Yankees contra Oakland Athletics, o un combate lúdico entre los fuertes y los débiles.

Es una evidencia que el deporte opera como un suplemento ideológico del capitalismo, acaso el deporte universal de la especie. La ambigüedad del término ‘competencia’ no es azarosa, y quienes compiten en el mercado laboral tal vez proyecten en las hazañas de sus ídolos deportivos, que también estudian y enfrentan adversarios, la conjura volátil de su interminable enajenación cotidiana. Misteriosa transferencia capaz de desmantelar la lógica indignación de saber que ese deportista heroico obtiene una cifra obscena por sus proezas semanales.
Inspirado en un episodio deportivo real, el filme de Miller se circunscribe a retomar cómo un equipo de vencidos se transformó en revelación de un torneo. ¿Cuál fue la fórmula secreta para que el último de la tabla se mantenga 20 partidos invicto durante la temporada 2002? ¿Inspiración divina? ¿Suerte? La racha es objetivable, existe un método: sabermétrico, un método estadístico orientado a la eficiencia del béisbol, aunque el filme también sugiere que el saber y la garra de su mánager general, Billy Beane (Brad Pitt, en un papel ideal aunque con algunos altibajos), fue el complemento espiritual de esta ciencia deportiva.
Sucede que Beane, un jugador que malogró su suerte, separado y padre de una hija, encontró en su camino a Peter Brand (Paul DePodesta en el caso real, un gran trabajo de Jonah Hill), su socio ideal. Joven y circunspecto, este economista licenciado en Harvard, lo suficientemente freak para examinar en su notebook cada golpe y cada jugada como si se tratara de una ecuación matemática y tener arriba de su cama un retrato de Platón como musa inspiradora, aportó ciencia a la voluntad y estrategia deportivas.
Sin duda, Brand encarna un símbolo de nuestro tiempo, mientras que Beane pertenece al siglo pasado; el primero, además, es un líder del presente, miembro de la elite del capitalismo digital, allí en donde Jobs y Zuckerberg son deidades indiscutibles y consagradas (no es casualidad que Aaron Sorkin haya sido el guionista de La red social).
Juntos pusieron en práctica otra noción de eficiencia y administraron el material humano combinando datos empíricos del rendimiento de sus jugadores con un plus ligeramente inexplicable asociado al espíritu colectivo. Inventaron una economía deportiva y una épica del débil, una modalidad demasiado a contramano de la lógica perversa que domina al béisbol.
Más que un filme deportivo, El juego de la fortuna es secretamente un filme político que insinúa discretamente el cambio que introduce la informática en el deporte, propio de una época en la que una nueva cultura digital se impone, sin dejar de explicitar las reglas de un negocio millonario. En ese sentido, todos los pasajes en los que se ven despidos y transferencias de jugadores funcionan como el striptease de un sistema.
En efecto, El juego de la fortuna es una película rara. El tiempo de las escenas es heterodoxo. Véase el timing y el desarrollo de las discusiones entre los comités de selección y Beane. Los encuadres son poco convencionales: algunos planos generales y ciertos planos cenitales del estadio establecen comparativamente la soledad de Beane, que sólo encuentra consuelo en la interacción con su hija (el glorioso plano final con la voz de la hija es quizás lo mejor del filme). Otra curiosidad: los ralentis llegan casi tardíamente para ilustrar alguna jugada ganadora y su fondo musical es tan prudente como el nacionalismo que sobrevuela, como se puede constatar en un pasaje inicial en el que se ven algunos soldados y un guitarrista canalizando a Jimmy Hendrix mientras interpreta el himno nacional. Ha pasado tan sólo un año del 11 de septiembre, y ése es el tono con el que se explicita el tiempo histórico y el temple de ánimo de una nación. En la película no habrá golpes bajos ni ninguna salida típica del drama convencional. Para señalar la derrota basta un breve y pausado fundido encadenado: perdido el partido, los jugadores desaparecen.
La metafísica utópica de El campo de los sueños, otra gran película sobre béisbol y su significado extra deportivo para la cultura norteamericana, poco tiene que ver con el empirismo de El juego de la fortuna. Sin embargo, cuando uno de los personajes rechaza millones para sostener una convicción, el alicaído espíritu del béisbol revive. Es un gesto utópico menor, una excepción a la pleitesía que los creyentes le rinden al dólar.
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El juego de la fortuna / Moneyball, EE.UU., 2011
Dirigida por Bennett Miller. Escrita por Steven Zaillian y Aaron Sorkin.
*Esta crítica fue publicada en otra versión por el diario La voz del interior en el mes de diciembre 2011.
Roger Koza / Copyleft 2011
Roger: el guitarrista es Joe Satriani, dan ganas de verlo un ratito más en pantalla, aunque su participación resulta coherente con la narración de la película. Otro pasaje a destacar es la escena del discurso en el vestuario, Beane (uno supone que por idea de Sorkin) amaga a ponerse meloso y termina asestando un golpe a todas las películas que se pretenden auto-superadoras con un gag hilarante. El trío Pitt-Hill-Seymour Hoffman está brillante.
Lo interesante de esta película es el intento de poner en crisis la noción de ANALOGÍA: TALENTO = DINERO que estructura al deporte profesional y, quizás como metáfora más amplia, a la estructura capitalista en general. Lo interesante justamente está en que no toma partido para ningún lado (salvo que el bueno de Beane se queda en su equipo al final y no lo cambia por los millones que le ofrecieron) y curiosamente, teniendo a los buenos jugadores o simplemente jugando por estadísticas computarizadas el resultado fue el mismo: el equipo de oakland perdió en los playoffs en la primera ronda tanto al principio como al final de la película… por otra parte, o, mejor dicho, la contraparte (¿o el complemento?) de esta película sería la comedia «fever pitch» con jimmy fallon y drew barrymore de los hermanos farrelly donde muestra desde el lado del hincha más «puro» (¡fanático!=¡apasionado!) ese campeonato que logran los red sox de bostón y que esta película de pitt pone como ejemplo al final diciendo que los red sox lo ganaron justamente, por seguir la línea estádistica de juego de Beane… pues en la película de los farrelly, no importa que los red sox ganaran por una computadora, por el mejor pitcher o por la ayuda de los dioses: lo que importa es que GANARON y ahi está el componente más interesante de todos estos meollos: LA PASIÓN DE LA HINCHADA (pues, sin público, es al pedo tanta estrategia: el deporte no existiría… no al menos, como negocio de masas).
Salvando las distancias, al personaje de Brad Pitt, le sucede lo mismo que a Shocklender! Solo que a uno le ofrecen 12 palos y al otro lo quieren meter en cana! jaja
Y en esa situación se producen los mayores descalabros. No nos pagaban, nos encontramos con todo tipo de obstáculos. Envidias, peleas de poder, gente que sentía que nuestra forma de trabajar los dejaba en descubierto…
Dice Schoklender, y que por eso decidieron cargárselo: porque con su trabajo dejaba en evidencia los márgenes enormes que muchos sacan, y la mala calidad de las rutas o las escuelas o las casas que construyen, y que por eso y porque no pagaba los retornos acostumbrados se empezó a poner en contra a mucha gente.
–Es que nuestras obras eran de primera calidad y costaban la mitad; con eso les estaba tocando el culo a muchos. Y no pagaba sobreprecios, no pagaba coimas. Ahora me dicen que yo tendría que ser más realista y algo tendría que haber repartido. ¡Pero qué iba a repartir si todo lo que sobraba tenía que sostener todo el resto!
http://blogs.elpais.com/pamplinas/
Disiento bastante con las apreciaciones de la crítica en general sobre «Moneyball». Me parece el típico caso de la película cuyo valor depende excesivamente -o exclusivamente- de una moraleja final (como ocurría también, precisamente, en «Red social»). La estética me pareció televisiva, con una apelación permanente al plano-contraplano y a diálogos explicativos, caracterizaciones básicas (el joven economista gordo y apocado, la hija del protagonista comprensiva y angelical), algunos recursos muy gastados (la canción de la hija funcionando como toque emotivo y voz de la conciencia) y una actuación de Brad Pitt cargada de tics (hasta el llanto de la última escena tiene que estar subrayado con un perimerísimo primer plano, demostrando que su expresión no resulta suficiente). La manera con la que los jugadores son canjeados o despedidos supone una mirada crítica, pero el film mismo los usa y los descarta rápidamente, centrándose en la figura del manager y en los resultados de los partidos.
Aprovecho Roger para volver a agradecerte por los interesantísimos debates que generás en tu blog.
querido amigo: te respondo ni bien pueda, pues sí quiero hacerlo dado el desacuerdo. RK
Si hay algo que el cine americano sabe hacer. Es trasladar toda su mala leche y plantear dilemas, con le trasfondo del deporte por medio. La pelicula, la verdad es que esa estetica le sienta bien, pero su mensaje yo no lo veo igual. Competividad al final, es lo unico improtante..la esencia del deporte quizas…. SAludos y buen comentario
Comparto bastante la visión de Fernando, aunque el tema de los encuadres me pareció original.
1-Satriani, vai, Ace Frehley, etc suelen tocar el himno en eventos deportivos.
2- El personaje de Pitt tiene en la oficina una foto de Joe Strummer (creo) y un poster de The Clash. Es un rebelde sin igual.
me parecio bunisima!!!!! aplicable a lo que sucede enn las empresas comerciales….todos los gerentes la tendrianque ver!!!!