EL FUEGO QUE SOMOS

EL FUEGO QUE SOMOS

por - Ensayos
14 Abr, 2024 04:11 | comentarios
A propósito de los recientes ataques a la cineasta Albertina Carri, y algunas cuestiones más.

A Albertina Carri

Días atrás, la película Las hijas del fuego, su directora, Albertina Carri, y las actrices que la protagonizan, recibieron una ola de ataques verbales a través de X. Provenientes de cuentas de haters, trolls, anónimas y, predominantemente, de “fanáticxs libertarixs”, las agresiones destilaron misoginia, lesbofobia, gordofobia, ignorancia y fascismo. No es de extrañar cuando el propio presidente habilitó la rutina de invertir los 280 caracteres de rigor, en insultar a artistas que no le gustan o no coinciden con sus políticas de exterminio. Tampoco resulta casual el contexto en el que esto sucedió: en las últimas semanas se repitieron agresiones físicas contra militantes de Derechos Humanos. De hecho, Albertina Carri y sus hermanas, fueron testigues que sobrevivieron al secuestro y asesinato de sus padres durante la última dictadura cívica-eclesiástica-militar.

Albertina Carri

Vale decir que todes les artistas agredides superan al presidente y a sus ministres en calidad profesional, prestigio internacional y popularidad, por varios cuerpos (sin banquito). Y agregar que todes les artistas agredides generaron o generan trabajo en rubros no específicos de su actividad (transporte, hotelería, gastronomía, imprenta, entre otros) y que aportan divisas en moneda extranjera, proveniente de los derechos de exhibición o actuación en el extranjero. Hay que insistir en que ningune de les artistas agredides le quita la comida de la boca a les niñes del Chaco: el cine se autofinancia. (Nota al pie: la parálisis productiva dispuesta por Carlos Luis Pirovano, presidente del INCAA, implica la confiscación de fondos sobre los que sólo el INCAA posee potestad asignada y protegida por ley). 

Las hijas del fuego es, en efecto, una película pornográfica. Así fue concebida con la intención manifiesta de poner en discusión, de refutar, ese género (gran negocio altamente lucrativo) creado para provocar y satisfacer la incontinencia masculina, mientras formatea el estereotipo de cuerpo de mujer y el menú erótico mainstream que excita los ojos varoniles. 

Las hijas del fuego narra el complejo fenómeno de reconocer el deseo, de materializar la fantasía, de gozar con y de un cuerpo “no hegemónico”.  Las hijas del fuego resignifica la belleza y la normalidad referidas a los cuerpos y los deseos de las mujeres. Abre el juego a la autodeterminación subjetiva, a la identidad inestable, a la variación y el placer que las mujeres no pueden nombrar. Porque la palabra, el nombre y la ley, también, fueron construcciones masculinas. Las hijas del fuego discute con el paradigma moral que establece lo que se puede mirar y lo que no, que idealiza ciertos cuerpos para descartar otros, que consagra el patriarcado bajo la lógica capitalista.  

Las hijas del fuego se filmó entre 2016 y 2017. Se estrenó en 2018 y, ese año, ganó el premio a Mejor Película de la Competencia Argentina, en la edición 20ª del BAFICI. Luego, fue exhibida en más de cincuenta festivales de todo el mundo. También se estrenó en Alemania, Brasil, Suecia y Finlandia. Está disponible en la plataforma MUBI.

Las hijas del fuego y estos sucesos me obligaron a revisar un texto de Ricardo Parodi: “Si algo inquieta, nos inquieta, en el cine, y en el arte moderno en general, es esa posibilidad, latente en cada imagen, en cada vibración sonora, de comprobar que el cuerpo no es más un dato seguro. El cuerpo no es más el último y permanente reaseguro de la realidad, la identidad y el yo. Al contrario, el cuerpo está ahora expuesto a múltiples variaciones, a diferentes ondulaciones, a mutaciones radicales… Pensar el estatuto de la representación del cuerpo en el cine implica poner en correspondencia, conectar, los conceptos de afecciónexpresión e intensidad postulándolos como integrantes de aquella potencia capaz de desestabilizar la organización institucional de lo corporal.”

Cuatreros

¿Quiénes son?

“De todas las cosas que habitan mi cuerpo,

la memoria es la más extraña.”

Lo que aprendí de las bestias, A.C.

¿Quién o que es un “hater”? ¿Quién o qué es un “troll”? ¿Qué edad tienen? ¿A qué se dedican? ¿Por qué en X se reproducen las cuentas anónimas que postean cualquier cosa? ¿A qué responde tanta basura? ¿Hay determinaciones históricas que podrían explicar este “fenómeno”?

Quizás. Con horror se me ocurren dos hipótesis. La primera sería el negacionismo involuntario por parte de aquelles que no vivieron la dictadura cívica-eclesiástica-militar y/o que crecieron en familias que no activaron esa memoria. Dentro de este grupo, entrarían también aquelles que, desde la escuela, no fueron formados en la convicción democrática de “memoria, verdad y justicia” respecto de los crímenes de lesa humanidad cometidos por militares, civiles y eclesiásticos, entre 1976 y 1983. 

La segunda hipótesis apunta al negacionismo a conciencia, militante, ideológico. Si el primero podría revertirse (a través de políticas de Estado, educación universitaria, participación política, etcétera), este último podría tener motivaciones escalofriantes. Por ejemplo, la naturalización del concepto de “desaparecido” (en reemplazo del de “asesinado”) según la lógica con que lo definió Jorge Rafael Videla en una conferencia de prensa en 1979: “Frente al desaparecido en tanto éste como tal, es una incógnita el desaparecido. Si el hombre apareciera tendría una tratamiento X, si la aparición se convirtiera en certeza de su fallecimiento tiene un tratamiento Z, pero mientras sea desaparecido no puede tener un tratamiento especial es un desaparecido, no tiene entidad no está ni muerto ni vivo, está desaparecido, frente a eso no podemos hacer nada, atendemos al familiar”. 

Según esta línea de razonamiento, si la sociedad argentina pudo (¿pudo?) sobrevivir a aquella aniquilación humana e incorporar al vocabulario una palabra inaudita, imperdonable, obscena. Si hoy, desde el poder político se reivindica, se reactualiza y se impulsa la violencia institucional, ¿por qué no apropiarse de la figura del “desaparecido” para reutilizarla desparramando violencia desde el anonimato, con la impunidad que otorga el respaldo presidencial?

En una época que rechaza la verdad como herramienta de convivencia, como condición de revelación, como destino del saber, como enigma de la obra artística, como osamenta de la honestidad, “desaparecer” en las redes para expandir xenofobia, discriminación física e ideológica, concordaría con la perversidad que nos envuelve. 

Pienso ahora en Albertina, en su cine magnífico, incesante e irrepetible. En la honestidad de sus preguntas y sus recorridos. En la sensibilidad desobediente que la caracteriza y enseña. En su generosidad libre y furiosa que desborda su obra. “La libertad no existe. Sin embargo, cada uno es responsable de lo que es”, escribió Sartre hace mucho, mucho tiempo. 

María Iribarren / Copyleft 2024