CRÓNICA MEJICANAS 4
FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE EN GUADALAJARA 10/03/08
Por Roger Alan Koza
Si se me permite formular una hipótesis sobre unos de los dilemas centrales del cine contemporáneo, las seis películas que he visto durante el día de hoy constituyen una evidencia empírica. A mi entender, la escritura cinematográfica que predomina y domina es aquella que hace del rostro su centro de gravedad narrativa. ¿Quién hace hoy una película sin primeros planos y planos medios centrados en el rostro?
En la insistencia acerca del rostro subyace un sistema de codificación sobre el registro y la función del plano. Los planos deben concatenarse, deben seguir un plan, una teleología por la que un cuerpo identificado y concentrado en un rostro habrá de moverse desde un punto de inicio para llegar a otro lado. Un rostro es una historia.
Las peores películas del festival de Guadalajara usan y abusan del primer plano de rostros. La atención sobre el cuerpo, si la hay, se circunscribe para denotar alguna emoción extrema, por lo general reprimida. El plano está colonizado por caras. (Lo que permite descifrar el spot 2008 del festival que empieza con una mujer mirándose en un espejo, obviamente, su rostro, para advertir, lógicamente, un rostro que la mira, que pasa a tener el protagonismo hasta que su reflejo dé lugar a otro, en un sistema de postas circular articulado en una variedad de rostros que finaliza en la mujer del inicio mirándose en el espejo).
Es por eso que se filma en plano medio y primer plano, además del plano-contraplano canónico, que se estima como el mejor modo de representar la comunicación. De ese modo, muchos directores eligen un montaje diversificado en el que la longitud de un plano depende de la gesticulación y emisión de un rostro. Además, el plano extenso provoca la recepción del espectador, y éste se ve interpelado por la supuesta lentitud del plano. Diríase que el dilema pasa por planos largos más allá del rostro o planos cortos centralizados en los rostros.
Las dos primeras películas, una de la competencia de ficción mejicana y la otra de ficción iberoamericana, son ejemplos vetustos y mediocres de un cine que quiere contar historias que traen consigo una moraleja.
Más allá de mí es un típico caso de película existencialista de clase media adolescente, en la que se intenta denunciar la hipocresía apelando a una poética de los verdaderos sentimientos y la liberación de las ataduras. El plano inicial, un plano en picado, muestra a dos hombres cogiendo. Una decisión arriesgada. Es un plano del futuro, porque el film retrocede un poco para contar su historia: tres jóvenes viven juntos, un día en el tren conocen a una pareja, éstos paran en la casa del trío por unos días y en la convivencia pasa de todo: la muerte del presidente que no les importa un rábano, un cruce de parejas, una salida a la montaña, un robo, una mentira, coordinadas por un discurso que reclama veracidad, coraje, libertad. Es decir, declamación, lugar común, narcisismo, y un total desentendimiento respecto de los conflictos sociales. Es Méjico, no los países bajos. Descontado el desprecio por el registro, pues no importa cómo se dice algo sino decirlo. El mensaje sin medio.
No es una novedad: el cine cubano está en crisis; no crece, no cambia, está estancado, y carece de toda riqueza y ambición formal. Las cavilaciones sobre los buenos y malos efectos de la revolución tienen eclipsados a sus directores, cuyas vacilaciones se expresan en sus películas sin reparo alguno sobre los dispositivos formales concomitantes al cine como lenguaje. ¿Dónde están los herederos de Santiago Álvarez?
Personal belongings es una película mediocre y esquemática, posiblemente honesta, pero perezosa formal y conceptualmente. Se ve mal, se escucha peor, mientras que un médico joven que no ejerce vive en un auto y no deja de visitar embajadas para que le otorguen una visa. Sueña con irse. Pero en una revisación médica se enamora de su doctora, y ello implica un drama personal y una decisión política. Grotesca e inverosímil, Personal belongings revela su ideología difusa pero presente y eficiente, cuando uno de los personajes sostiene que «el gran arma de la revolución son las mujeres». La tesis: una vez que engatusan a los hombres se embarazan, y así jamás se van de Cuba. Exactamente lo que acontece con los personajes.
El viaje de Teo, de Walter Doehner, es también una película de rostros, pero evidencia una voluntad formal y una preocupación moral y política legítima: el destino de los mejicanos que día tras día intentan pasar para el otro lado, es decir para EE.UU. Si bien el universo diegético del film está claramente dividido entre buenos y malos, y por ende su sociología ramplona simplifica todo a la bondad y maldad de los hombres, los dos protagonistas, Teo y Chuy, hacen que la película sea digerible, hasta querible. En el fondo es un cuento de horror para niños, aunque también puede ser un institucional de una organización que se ocupa de quienes quedan a la intemperie tras ser emboscados y deportados en la frontera. Más allá de la simpatía de los niños, no hay riesgo formal alguno, más bien lo contrario: todos los vicios narrativos del cine del rostro están presentes. Aunque una panorámica y luego un travelling final posibilitan ver el muro que divide dos mundos.
El documental peruano Sueños lejanos, de la sección de competencia iberoamericana, es un film menor cuya premisa, lo confieso, me apasiona. En este caso, Alejandro Legaspi, su realizador, repasa un viejo cortometrajes llamado Encuentro de hombrecitos, en donde dos niños de los suburbios de Lima son retratados en sus labores. El realizador se propone encontrar a los dos protagonistas de aquel documental y ver qué fue de sus vidas, teniendo en cuenta los cambios políticos y sociales que trastocaron estructuralmente la vida cotidiana del Perú. Sorpresivamente, los encuentros con los ahora adultos, el Negro y el Gringo, no conmueven, pero sí revelan la conjetura del director acerca de un país destrozado, en el que estos viejos niños ya no pueden si quiera soñar, sino tanto solo expresar el conformismo nihilista que les constituye, bajo el eufemismo de tirar pada adelante y creer que con eso basta. No es un gran película; sí una gran idea.
Dos buenas películas cerraron el día. Siguiendo con las categorías propuestas: una de ellas, una película representante del cine del rostro; la otra, un film que hace ostensible su búsqueda formal y que no privilegia el rostro sino el cuerpo y los planos generales.
Posible ganadora en su sección, algún premio habrá de llevarse, Los desafinados, de Walter Lima Jr., un viejo colaborador de Glauber Rocha, poco tienen en común con el cine del padre del cine brasilero, pero se trata de un film muy ambicioso, a pesar de ser convencional en su estructura y en sus decisiones formales. En otras palabras, la gramática del film es clásica, lejos del radicalismo y la exigencia de un cine con un lenguaje propio característico de la prédica y la práctica de Rocha.
Los primeros y últimos treinta minutos de Los desafinados son contundentes. La historia de un conjunto de jóvenes de bossa nova y un amigo cineasta amante de Antonioni y los planos largos, que en 1964 se van a Nueva York en búsqueda de aventuras y mejores posibilidades como artistas, entusiasma y sorprende. Los pasajes musicales son buenísimos. La utilización del material de archivo, es decir las panorámicas de Nueva York de los ‘60 (luego habrá de Buenos Aires de los ‘70), debe ser de lo mejor que se ha hecho en el cine latinoamericano. En efecto, hay un excelente trabajo de continuidad entre el registro del film y el registro encontrado: una semejanza en la película, la luz y el tipo de encuadre. Es evidente que el director que encarna Selton Mello es un poco el alter ego de Lima Jr., aunque en un pasaje maravilloso en el que Los desafinados está componiendo la banda de sonido del primer film del director lo que se ve remite a Rocha, y es, sin dudas, un sincero homenaje.
El film va de 1964 y llega hasta nuestro presente. Todas las interpretaciones son parejas, aunque el trabajo de Rodrigo Santoro es sobresaliente (y es posible que se lleve el premio correspondiente a mejor actor). Los desafinados hace varias concesiones y por momentos pierde su foco, pero sugiere que el arte está atravesado por el devenir histórico, y que éste debe discutir con y cuestionar al orden establecido.
Finalmente, Lake Tahoe, la segunda película de Fernando Eimbcke, que vuelve aquí a trabajar con la cordobesa Paula Markovich, como ya lo había hecho en su opera prima, Temporadas de patos, confirma que es un realizador a tener en cuenta, pues perfila un estilo reconocible y personal y se desmarca de un cine concebido en torno al rostro. Y más difícil es cuando hasta ahora muestra cierta predilección por la comedia.
Historia mínima: un choque contra un poste, la búsqueda de un mecánico y un repuesto, una madre adolescente, un bóxer y su dueño, un admirador de Bruce Lee, y un fondo perceptible pero difuso de tristeza: el duelo por la muerte de un padre. No es la historia sino el medio lo que importa, y justamente por ello, la poca historia alcanza para sostener la totalidad de la película.
Como en Temporada de patos, Eimbcke presenta el lugar antes que a sus personajes. Ahora no es el distrito federal sino algún pueblo en Yucatán. Planos fijos y extensos, casi siempre planos generales, excepto por dos o tres finos y sutiles travellings. El absurdo parece ser su tema. El plano general le ayuda a proponer un tipo de comicidad en el que un todo se ve amenazado por un leve desperfecto, lo que encadena una serie de situaciones insensatas. En verdad, no hay centro en el plano, y todo deviene excéntrico.
No es un humor sencillo, porque lo cómico estalla en la lentitud, de lo que se predica una espera por parte de quien ve y una actitud observacional: el plano es un conjunto, y como tal hay que mirarlo. Es por eso que el fundido en negro, a veces muy pronunciado, antecede a escenas que implican una mirada activa. Es una pausa, un respiro, un aviso. Es otro modo de concebir el cine.
Fotos: 1) fotograma de Lake Tahoe; 2) fotograma de El viaje de Teo; 3) fotograma de Los desafinados; 4) fotograma de Lake Tahoe
Copyleft 2000-2008 / Roger Alan Koza
Creo que esa escritura cinematografica de la que hablas, predomina a traves del primer plano y el rostro, pero no por ellos. Me parece que si hay algo sobre lo que ese discurso fundamenta su dominacion, es en el hacer del rostro algo absolutamente conocido. Cuando el primer plano ha llegado, ya sabemos como sentir eso rostro, ya lo conocemos. Se nos niega observarlo con ese margen de desconocimiento. Se erosiona a ese otro rostro.
Creo que Godard o en una de sus peliculas se dice que no se observa atentamente el rostro de una mujer a menos que no estemos seguros de su amor. Quizas tampoco se observa realmente un cuerpo o un rostro a menos que no estemos seguros de conocerlo profundamente.
Ezequiel, comparto contigo; agrega algo más a mi hipótesis, de la cual me parece debo perfeccionar y enunciar con mayor precisión. Estas crónicas mejicanas, las escribo después de ver 6 o 7 películas por día, y mandar mails por trabajo. Es decir de 1 a 4 de la mañana para levantarme a las 8 y salir corriendo a los cines. Quiero decir: me gustaría pulir más algunas tesis; tu comentario le da un giro más. Gracias por escribir. RK
Puede que «Personal Belongings» se haya visto tan mal y se haya oido peor por la calidad de los cines. A mi tampoco me gusto la proyeccion, la verdad. Claro, eso no arregla el resto de las cosas. Por mas que se viera bien te iba a seguir pareciendo una mierda, asi que en realidad da igual.
Alejandro: uno escribe lo que piensa sobre lo que ve, e intenta circunscribir su análisis a la película, sin pensar en quienes la hacen. No pienso que tu película es una mierda. No es eso lo que dice el comentario, aunque entiendo que no es positivo. Creo que el tema es muy relevante, pero que faltó mayor elaboración dramática. Con un crítico de Variety decíamos cuánto mejor hubiera sido tu película sin la música. Espero seguir viendo películas tuyas. Ojalá puedas hacerlo. RK