CINE Y CIENCIA: EINSTEIN ANTES QUE BETTY BOOP. CUANDO EL CINE DIVULGÓ CIENCIA DE VANGUARDIA

CINE Y CIENCIA: EINSTEIN ANTES QUE BETTY BOOP. CUANDO EL CINE DIVULGÓ CIENCIA DE VANGUARDIA

por - Ensayos
30 Sep, 2020 05:58 | Sin comentarios
La teoría de la relatividad, la teoría de la evolución y los Fleischer son los protagonistas conceptuales de este episodio del apasionante y poco frecuentado camino que une el cine a la ciencia.

Así cantaba Betty Boop, personaje de dibujos animados muy popular en los años 30. Una joven tierna y pícara hija de esa “era del jazz” que retrató Scott Fitzgerald en El Gran Gatsby y ganó las simpatías de los espectadores de la América de la depresión. Betty Boop fue una creación de Max Fleischer, autor también del más olvidado payaso Koko y culpable de trasladar a la gran pantalla las aventuras de Popeye y de Superman. Un genio de la animación y un apellido, Fleischer, que merece respeto en la historia de Hollywood no solo por Max y su hermano Dave, hoy nuestros protagonistas, también por el hijo de Max, Richard Fleischer, director de 20000 Leagues Under the SeaThe VikingsBarabbas o Soylent Green.

Max Fleischer

Vayamos atrás en el tiempo. A finales del XIX Max Fleischer llega con sus padres a Nueva York procedente de Cracovia. El joven Max, nacido en 1883, realiza estudios artísticos y encuentra trabajo en un periódico donde ejerce como fotógrafo y dibujante. Allá por 1910 se convierte en director de arte de una revista de divulgación científica, Popular Science, que empezó a editarse en 1872 y aún está en las tiendas. Fascinado por las películas de animación que ya empiezan a producirse, Max Fleischer inventa el rotoscopio, instrumento que permite dibujar sobre una imagen proyectada y facilita así un dibujo más natural y realista. El ingenio sitúa a Max Fleischer en la vanguardia y empieza a experimentar en este medio. En 1921 funda con su hermano Dave la productora Out of the Inkwell y la frescura de sus piezas animadas los colocan en el camino del éxito.

Aunque lo recibió un año después, fue el Premio Nobel de Física de ese mismo 1921 el que ganó Albert Einstein “por sus servicios a la física teórica y en especial por su descubrimiento de la ley del efecto fotoeléctrico”. La Academia sueca fue bastante conservadora en el enunciado del premio al no hacer mención explícita de la Teoría de la Relatividad, quizá entendiendo que aún necesitaba pasar más pruebas, si bien una de ellas en particular asentó la popularidad mundial de Einstein: la confirmación durante el eclipse de Sol del 29 de mayo de 1919 por parte de Arthur Eddington del fenómeno de la curvatura de la luz procedente de una estrella lejana debido al efecto gravitacional del Sol (más información en este artículo de Daniel Kennefic).

No quedaba más remedio que aceptar la relatividad y esforzarse en entenderla y explicarla. Este tema encendió la curiosidad de Max Fleischer. Su hijo Richard escribió mucho después: “Para Max, con su mente y su bagaje científico, el hecho de hacer un film serio que pudiera darle al ciudadano medio alguna idea sobre la teoría era irresistible”. Contó con la ayuda del astrónomo y por aquel entonces popular divulgador científico (y escritor de ciencia ficción) Garrett Putnam Serviss, que dejó honda impresión en él: “Durante la producción de Einstein’s Theory of Relativity estuve bastante cerca del profesor Serviss, un hombre mayor, un poco duro de oído pero increíblemente brillante y con un cerebro que trabajaba a la velocidad de la luz. Comprendí que a mi lado trabajaba un cerebro que yo nunca llegaría a tener”. El film en cuestión, presentado en 1923, recogió los aplausos de la crítica y el público. Max decía en privado que incluso Einstein había manifestado su satisfacción por el film, pero en público le atribuía al genio alemán una opinión más irónica: “Antes de que se hubiera hecho este film solo había siete personas en el mundo que entendían mi teoría de la relatividad. Ahora que existe el film de Max Fleischer, ¡ya nadie la entiende!”.

El éxito deja a los Fleischer con ganas de repetir y no tardarán en encontrar una excusa excelente para hacer divulgación desde las pantallas del cine. Estamos en 1925 y en Tennessee se aprueba la “Butler Act”, una ley que prohíbe a los profesores de las escuelas públicas enseñar un origen del ser humano que no sea el de la Biblia. Por decisión política se prohíbe hablar de Darwin y la teoría de la evolución. Un movimiento en favor de las libertades civiles se propone tumbar la ley en los tribunales pero para eso hace falta primero un sacrificio: encontrar un profesor que se preste a contravenir la ley y aceptar los cargos consecuentes. El voluntario fue un profesor de 24 años, John Scopes, que daba clase en un instituto de Dayton (Tennessee) y fue formalmente acusado el 5 de mayo de 1925 de explicarle a sus alumnos la evolución.

Evolution

Comenzó así un juicio mítico, “El Estado de Tennessee vs John Thomas Scopes”, que pasará a la historia popular como el “Scopes Monkey Trial”, el juicio del mono. Por la acusación, William Jennings Bryan, tres veces candidato a la presidencia de los EEUU; en la defensa, el prestigioso Clarence Darrow. El juicio trascendió -esa era la intención- el ámbito local para convertirse en un debate nacional sobre la enseñanza de la ciencia moderna en las escuelas y la frontera entre la esfera pública y privada en lo que se refiere a las creencias y la religión. La prensa se lanzó con entusiasmo sobre este tema, que fue objeto de una cobertura espectacular: ocupó portadas y portadas en periódicos como el New York Times e incluso una radio de Chicago hizo retransmisión del juicio.

A la causa se sumó Max Fleischer, cautivado de nuevo por la idea de emplear el cine en favor del conocimiento científico. Partió de un film previo (hoy perdido), Evolution, de Charles Urban, autor pionero en la creación de documentales y filmes educativos y científicos. La quiebra de la empresa de Urban puso este material en manos de Fleischer, que le dio nueva y expandida vida. Con supervisión científica de Edward J. Foyles, del Museo Americano de Historia Natural de Nueva York, preparó Evolution, un mediometraje que mezclaba imágenes reales y animaciones para contar la evolución de la vida en la Terra. De hecho, uno de los elementos más singulares son las animaciones en stop-motion con dinosaurios, recicladas de un film de 1919, The Ghost of Slumber Mountain, y hechas por Willis O’Brien (autor de los efectos del King Kong de 1933). Fue otro éxito. Richard Fleischer, que entonces era un niño, recuerda que en la primera proyección en el Museo de Historia Natural el auditorio estaba atestado y había cientos de personas fuera. Otras presentaciones fueron igual de multitudinarias y polémicas, con encendidos debates entre partidarios y opositores del darwinismo.

Para bien y para mal, Evolution estaba muy pegado a la actualidad. Muestra el cráneo del “walking ape-man of Java”, de hace medio millón de años, del que se dice que era “más hombre que simio” y que es reconocido por la ciencia como el primer ser humano (el “hombre de Java” había sido descubierto alrededor de 1892 y es hoy considerado una subespecie del “Homo erectus”). Justo después se habla del “hombre de Piltdown”, a cuenta de los restos óseos encontrados en Inglaterra en 1912. Durante décadas fueron objeto de controversia, pero no fue hasta 1953 que se comprobó que eran un fraude, una mezcla hecha a propósito de huesos de orangután y de humano moderno. Aun no se sabe con total certeza quién fue el autor de esa quimera; durante años el listado de sospechosos incluyó nombres tan sugestivos como improbables, como los de Arthur Conan Doyle o el jesuita Teilhard de Chardin. En todo caso, en aquel 1925 el hombre de Piltdown aún era una novedad (aparentemente) científica y como tal lo recogen los Fleischer.

La ciencia tuvo con este juicio una campaña de promoción muy efectiva contra el creacionismo. Lo de menos es que John Scopes fuera declarado culpable y condenado a pagar 100 dólares. Lo relevante era abrir un debate que empezaba a decantarse claramente en favor del rigor científico y contra el fanatismo religioso.

El juicio a Scopes inspiró en 1955 una obra de teatro de Jerome Lawrence y Robert Edwin Lee, Inherit the Wind, que altera los nombres de los personajes y algunas situaciones. Fue adaptada al cine en 1960 por el director Stanley Kramer. Los protagonistas, Spencer Tracy, Fredrich March y Gene Kelly; en la piel del heroico profesor, Dick York.

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*Versión traducida y revisada por el autor de un artículo publicado originalmente en gallego en el blog “Acto de Primavera”.

Martín Pawley / Copyleft 2020