CARTAS CANINAS (8)

CARTAS CANINAS (8)

por - Festivales
22 May, 2008 02:57 | comentarios

Por Roger Alan Koza

Queridos amigos, cinéfilos y lectores:

Caminando por el (super)market de Cannes mis supuestos rivales de Münich vienen a decirme que no consiguieron programar Liverpool por que la tenía Hamburgo, es decir, será parte de mi programación. Hablamos un poco de todo, Bernhard, a quien conozco desde hace unos 4 años, me felicitaba por la decisión de incluir el film de Alonso. De allí hablamos sobre el film de Serra, y le dije que ese me parecía el mejor film de Cannes. Replicó: «Pero si la programas quedan dos tipos». De allí, pasamos al conservadurismo dominante que tiene subyugado y extorsionado a quienes programan y dirigen festivales, ese miedo enorme de no ofrecerle al público lo que éste supuestamente quiere. Un festival vale en función de su capacidad de provocar y cuestionar lo que el público quiere y puede ver.

Llegué con un cansancio soberano a la primera función. Anoche, tras escribir para el blog envié una nota al diario para el que escribo y me acosté a las 5 para levantarme a las 8.10. A las 9.00am empezaba la función de Aquel querido mes de agosto, del portugués Miguel Gomes. No me sentía muy bien, pero la película me gustaba tanto que podía abrir los ojos y sostener la atención sobre esta película de naturaleza documental, cuyo tema es impreciso pero que sin dudas se trata de un retrato de un pueblo y un estilo de vida. Hay mucha música y diversa, diálogos delirantes entre los pobladores, una meditación sobre el cine y su relación con los negocios, cacerías, etc, y predomina misteriosamente una concepción colectiva de la subjetividad. Por momentos, se parece a El cielo gira sin la tendencia solemne de aquella, y también más cerca al espíritu juguetón e indisciplinado de las películas del portugués Joao César Monteiro. No pude ver los últimos 27 minutos, porque la función largó con mucho atraso. Pero además, Quintín, en su blog, escribió sobre la película, y como siempre su particular lucidez hace de la película otra película:    http://www.lalectoraprovisoria.com.ar/?p=2373

A continuación fui a ver una brasileña, que tenía que ver para Hamburgo (en verdad descubrí una buena película en el market, que hablaré mañana sobre ella), A festa da menina morta, de Matheus Nachttergale, hasta ahora más conocido como intérprete (El pantano de la bestias, Ciudad de Dios, etc). ¿Qué decir? En primer lugar, A festa da menina morta está bien filmada y tiene muchos rasgos  distintivos de una corriente inarticulada pero demostrable del nuevo cine latinoamericano de auteur para festivales canónicos.

Hay aquí una voluntad explícita de hacer entender a quien mira que lo que se ve está enteramente ordenado en función de una planificación formal elegante y vistosa. El problema es que, no en todos los casos pero creo sí percibirlo en el film de Nachttergale, las decisiones formales pueden desempañar una protección semántica a la trivialidad consumada de su trama. Sin dudas, el empleo de la profundidad de campo y los travellings cadenciosos son aquí notables. La luminosidad de toda la película denota una concepción fotográfica y su dialéctica entre la lo visto y lo no visto; su sonido jamás es azaroso. La lluvia, por ejemplo, se constituye en un sujeto sonoro. ¿Y entonces?

El film de Nachttergale supone ser una indagación sobre la necesidad y el instinto de creer. Un pueblo perdido del Brasil festeja hace 20 años una fiesta pagana, que le da el título al film. La niña muerta reencarna como vidente y curadora en un joven muy afeminado, casi un travesti, atrapado en sus repetitivas crisis histéricas. El canalizador vive con su familia y otros miembros de la secta.

La primera hora y cuarto sirven para mostrar situaciones de convivencia y describir características de los personajes. El primitivismo es ostensible como requerido. Se trata de mostrar facetas arcaicas, prácticas que choquen contra la red de creencias oficial de Occidente. Es el Brasil profundo, el de la macumba y el voodoo, cuyas raíces africanas dan licencia para la transgresión pintoresca. Así, el padre o alguien que el joven médium lo llama como tal, lo sodomiza, y el acto en cuestión posee una plusvalía de belleza y significación que impide pensar no solamente la brutalidad de la escena sino el por qué de la misma. A menudo se ven animales diversos en primer plano, son indicadores de un universo cercano, al que pertenecemos: tortugas, cocodrilos, chanchos e insectos extraños se intercalan cada tanto, vienen a evocar un orden ya pretérito, pero existente en esta humanidad animalizada. En este panteísmo apolítico la pobreza de Brasil y su retraso social condenable quedan eclipsados por la magia, fantasía vistosa aunque negligente, de un país que lo que menos necesita es claudicar ante el poder de las supersticiones.

Luego vi Che, la película de Soderbergh sobre Ernesto Guevara. Reservo los comentarios para mañana.

Fotos: 1) Entrada a la sala Lumiére; 2) fotograma de A festa da menina morta

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