BERLINALE 2021. LAS PELÍCULAS: ALBATROS Y PETITE MAMAN
Las palabras irritación y decepción pertenecen al vocabulario de la crítica y expresan la relación entre el pensamiento y una emoción, en ambos casos negativos. Es indudable que nadie escribe desatendiendo a sus sentimientos, pero la apelación a estos para glosar la ineficacia de un film siempre objetiva la posición y la experiencia del observador y poco o nada dicen del objeto de la decepción. El segundo sustantivo mencionado comenzó a circular en el día de ayer por las redes sociales en torno al film Albatros. En el día de hoy, el elegido para tal percepción es Petite Maman, en esta caso, sin énfasis. Y erróneo.
Los directores franceses detrás de cada uno de los títulos mencionados tienen sus pergaminos y han participado en ocasiones en el Gran otro de todos los festivales. En la última edición de Cannes, en el 2019, Céline Sciamma estrenaba Retrato de una mujer en llamas; unos diez años atrás, Xavier Beauvois resplandecía con su mejor película en la selección oficial: De dioses y hombres. Cuando un mes atrás se dio a conocer la programación completa de la Berlinale 2021, la inclusión de ambos nombres fue un signo de peso; los nombres propios no son apellidos para el olvido en ningún festival. He aquí un uso sin lustre de la política de los autores.
Albatros es una pieza cinematográfica misteriosa. Desdeñarla es como hacer una declaración sin riesgo alguno ante un grupo de amigos o ejecutar un tiro penal sin arquero. Basta detenerse sin ningún esfuerzo en el epílogo del film de Beauvois para reafirmar todo lo negativo que se desee decir sobre él. Por cierto, la evidencia kitsch de la última secuencia no es la única. La aparición de un fantasma en altamar, un absurdo suicidio inicial, el abuso inesperado de varios compases de Stabat Mater de Pergolesi o incluso la pérdida en los matices por parte de Jérémie Renier para plasmar su infinita tristeza después de una desgracia podrían enumerarse sin más para decretar el fracaso de Beauvois. ¿Es suficiente todo esto para ir a arrojar las cenizas de la película a orillas del río Spree?
Albatros transcurre en esa región privilegiada del norte de Francia conocida como Normandía y se limita en una extensa primera hora al retrato de la tranquila vida de un gendarme. Al personaje de Renier le gusta el trabajo, ama a su hija y a su mujer (con quien planea casarse después de una década) y siente por el mar una afinidad espiritual. En una escena hermosa, de esas que la indignación del buen gusto pasa por alto, él y un amigo querido salen con el velero de este a pasear al mar. Es una escena casi imperceptible y breve, cuya amabilidad remite directamente a la hermosa amistad celebrada piadosamente por los religiosos en De dioses y hombres. En ese momento se puede intuir el corazón de la película, posteriormente duplicado y fetichizado por un velero en miniatura llamado Albatros que la madre del protagonista le confiere para que este le encuentre un lugar en la casa.
La desgracia que vive el gendarme es la que cualquier hombre o mujer puede experimentar en un accidente grave. En el film el punto dramático está relacionado con los obsesivos controles sanitarios que el Estado francés les exige a los ruralistas. Uno de estos, conocido como Laurent (Renier), es el que desata la deriva que el título del film en inglés, Drift Away, pretende comunicar. Tras no soportar la presión estatal, el ruralista toma una decisión extrema y la resolución comprometerá en la trama enteramente a Laurent.
Ni la cuestión jurídica y policial, ni el escándalo potencial y político relacionado con el hartazgo de los chalecos amarillos, y ni siquiera la destitución del orden familiar por el acaso es lo que le interesa filmar a Beauvois. Lo que empuja al personaje a tomar el velero del amigo y adentrarse al océano en un viaje sin destino es también lo que parece mover al propio cineasta. Es como si el mar fuera aquí el equivalente al monasterio de De dioses y hombres y se debiera buscar ahí la consolación que la tierra firme ya no puede prodigar. Es por eso que cuando Albatros se hace uno con el gran océano, cuando el horizonte deviene infinito y la superficie celeste, esté serena o tempestuosa, prevalece sobre el imperativo narrativo, la película depara placeres ópticos indesmentibles. ¿No hay una decena de planos del océano de una contundencia magnífica que templan el desánimo y son el contrapeso del desencanto cinematográfica? Probablemente estos son insuficientes para conjurar una historia conocida y bastante esquemática y con resoluciones inapropiadas para un hombre que filmó una década atrás una de las películas más hermosas de ese tiempo. Pero corresponde salvaguardar la intuición de Beauvois acerca del mar como fuga y consolación. Y también decir que el tiempo que se toma el film para acompañar los efectos inmediatos de la tragedia que suscita el drama central es poco frecuente y transgrede las convenciones y las poéticas empleadas para casos como ese. Esos minutos en que Laurent pierde el habla y no consigue absorber lo real en su conciencia y su palabra pertenecen a otra película.
Si el mar era un protagonista decisivo en Retrato de una mujer en llamas, no lo es en Petite Maman, en donde el bosque sustituye al mar y donde el amor lésbico es sustituido por el amor entre una madre y su hija. No será este un film para convertir en emblema estético del feminismo, ni tampoco aquel uno para interpretar los meandros del deseo en el entramado simbólico característico de una época.
Hay mucho para decir sobre el film de Sciamma. Y, aún así, no faltarán las caras largas, a pesar de que no pretende ser nada excepto lo que es: el retrato de un duelo con un moderado toque fantástico, donde la hija acompaña a su madre viendo a esta como si fuera una niña de su edad. En ese pasaje de tiempo, la cineasta ha creído entrever el problema de los duelos: la relación de una pérdida del presente con el deterioro de la memoria. Y no basta, en cierta medida, con volver a los lugares de la infancia, sino que más bien es necesario volver a esta en sí. La idea es preciosa, la puesta en escena para hacer cobrar vida a esa ocurrencia sensible tan solo la necesaria. El último adjetivo dista de ser mezquino.
Petite Maman es tan sencilla como extraña, y no dejará de ser un interesante enigma en la carrera de Sciamma. Nadie podía haber previsto este «pequeño» film de cámara, porque nada había de este en los precedentes. Y, sin embargo, de ningún modo desentona con todo lo hecho por Sciamma hasta el día de la fecha, más bien esta película sin estridencias ideológicas y pretensiones artísticas reagrupa a todas las películas anteriores de la directora en una nueva serie, haciendo algo imprevisible de qué y cómo pueden llegar a ser las películas de la cineasta en los próximos años.
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Berlinale 2021
Competencia:
Albatros, Francia, 2020.
Escrita y dirigida por Xavier Beavouis
Petite Maman, Francia, 2021.
Escrita y dirigida por Céline Sciamma.
Roger Koza / Copyleft 2021
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