EL CHICO DEL NORTE

EL CHICO DEL NORTE

por - Entrevistas
30 Ago, 2025 11:50 | 1 comentario
Clarisa Navas responde sobre su tercera película, una de las grandes películas vernáculas de nuestro siglo.

La película precedente de Clarisa Navas era prodigiosa. Las mil y una (2020) se centraba en una historia de amor entre dos chicas muy jóvenes de un barrio humilde de Corrientes, aunque el registro del contexto era tan determinante como la historia amorosa que sostenía el relato. El concepto espacial de aquella película, en donde se privilegiaba el plano secuencia, era ostensible. Navas filmaba con autoridad y decisión. El príncipe de Nanawa confirma la madurez de la cineasta de 35 años, como su versatilidad, pero tal descripción es algo imprecisa. No muchos cineastas son capaces de hacer que el cine y la vida resulten dominios indistinguibles. Eso es lo que sucede en El príncipe de Nanawa.

En Nanawa, ciudad paraguaya que linda con Clorinda, en un rodaje para una serie de mujeres de Canal Encuentro en 2015, Navas conoce a Ángel. Si bien es un niño plebeyo, su relación con el mundo transmite una confianza inusitada, tal vez asentada en su locuacidad y en la lucidez precoz con la que puede referirse a un dilema regional relacionado con el bilingüismo. Que al paso alguien lo describa como un príncipe es comprensible.

Hay títulos indelebles en la historia del cine, como Primer plano y Santiago, momentos en los que el encuentro de un cineasta con un personaje inscribe algo en la historia misma del cine, algo que pasa muy de vez en cuando. Es que lo que sucede acá frente a cámara y durante diez años de rodaje es una conquista del cine sobre aquello que lo define. Es el tiempo lo que en esta película se alcanza a percibir, se toca el tiempo de una vida. Solo eso implica ya un motivo de celebración. 

Pero la película es algo más. En el tiempo compartido y filmado se delinea una institución afectiva que desconoce cualquier clasificación. No es una familia, no es una comunidad, sino más bien una difusa entidad afectiva parida por el cine; se constituye un laxo amoroso entre la cineasta y el protagonista, que incluye a la familia de Ángel y a los poquísimos colaboradores de Navas, un modo de vivir con otros que no tiene nombre. Por eso El príncipe de Nanawa es una película irrepetible e inolvidable; un misterio sobrevuela su duración de casi cuatro horas, el tiempo para que el tiempo se deje ver en su incesante trabajo sobre el cuerpo y el alma.

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Roger Koza: En el preámbulo, el relato introduce el momento del encuentro con Ángel, la conciencia detrás de cámara de que ese niño llamado Ángel es una persona singularísima. También se puede detectar el primer atisbo de afecto entre usted y él. Pero ¿cuándo se dio cuenta de que había que seguir filmando? 

¿Cómo fue el acuerdo?

Si bien hay otros casos en los que la cámara se propone seguir por años a un personaje y filmarlo, su película tiene elementos completamente únicos. ¿Cuándo comprendió que había que seguir filmando la vida y el crecimiento de Ángel por un tiempo indeterminado? 

El tiempo de él abarca su niñez, luego su adolescencia y su paso veloz a la vida adulta. Usted, por otro lado, no es la misma como cineasta. Se trata de una maduración mutua. ¿Hoy puede ver qué cambió desde el inicio hasta el final de la película en tanto cineasta y qué cree haber aprendido en ese tiempo de rodaje sin límite?

Hay una escena notable: es la del padre que entra en cuadro y sale de él lentamente. Es casi un espectro, pero esa escena permanece, porque él es una presencia secretamente ineludible; es un personaje del que poco llegamos a saber de forma indirecta, pero al que Ángel revive con el encuentro de su medio hermano y asimismo cuando sucede algo determinante en su vida y su papá reaparece como faro moral. ¿Puede contarnos un poco más sobre el padre de Ángel y la incidencia de él, un fuera de campo esencial?

Son muchísimos años filmando a una persona, pero los recortes son la clave. ¿Cómo concibieron el montaje?

En una película como la suya no faltará quien sospeche sobre la relación entre quien filma y es filmado. La distinción de clase es un interrogante ético de la estética. Puede ser un prejuicio, pero no deja de ser un interrogante. ¿Qué puede decir al respecto? 

*Publicado en Revista Ñ en el mes de agosto.

Roger Koza / Copyleft 2025