MIRÓ, LAS HUELLAS DEL OLVIDO

MIRÓ, LAS HUELLAS DEL OLVIDO

por - Críticas
17 Jul, 2018 06:40 | Sin comentarios
El nuevo film de Franca González la confirma como una de las voces narrativas más interesantes del panorama actual del documental vernáculo.

LA CÁMARA QUE CUENTA

Franca González es una lúcida directora de documentales. En sus películas sobresale la búsqueda narrativa, siempre acompañada por un esteticismo formal que reluce sobre todo en la elección de los espacios. González narra los espacios; lo hizo en Al fin del mundo, su gran documental sobre el sur argentino  y lo hace ahora, nuevamente, en Miró, las huellas de un olvido. En este caso,  González hace foco en un pueblito perdido en la vasta provincia de La Pampa.  Territorios a veces hostiles, siempre olvidados, siempre reconstruyéndose sobre si mismos. La materia narrativa de González es el espacio en todo su esplendor y crueldad, en su fertilidad y en su melancolía; espacios que alguna vez fueron habitados y que ahora se vuelven desiertos, casi sin memoria, casi sin recuerdos.

En el comienzo la oscuridad se cierra sobre el espacio estrecho de una ruta. Un auto traquetea. Los sonidos ambientes musicalizan este prefacio. Las luces de las linternas de los hombres solo alumbran lo necesario para que el espectador descubra que es una casa deshabitada y que ellos entran porque alguien les ha avisado de la existencia de ruidos extraños. Abren algunas puertas, revisan la casa, no encuentran nada. Buscar y no encontrar es una de las directrices de la película. Esa oscuridad y la musicalidad del campo en la noche cerrada son la apertura de un documental que no solo produce curiosidad por la historia que cuenta – lo que se busca y no se encuentra, lo que estaba y ya no está-  sino que destila belleza a partir de las imágenes que la directora elige y se erige debido a la exacta duración de cada plano y la perfecta composición de cada encuadre. Después de esta escena oscura -como oscura es la ignorancia sobre el presente de este pueblo olvidado- la película se tornará más luminosa a medida que sepamos cada vez más sobre ese espacio ahora ocupado por un sembradío de soja. Como sucede en e el camino que va del no saber al saber, casi con una mirada detectivesca, González, se desplaza de la oscuridad a la luz, atravesando las experiencias de los que alguna vez han pisado esas tierras o han sabido de ellas.

Miro, las huellas del olvido, Argentina, 2018

Escrita y dirigida por Franca González

Un pueblo pampeano, Mariano Miró, a la vera del ferrocarril tuvo, allá por 1900, una vida productiva que se basaba en la fertilidad de las tierras en las que los inmigrantes recién llegados de otros continentes trabajaban con ahínco. Diez años después, ese pueblo desaparece, así, de pronto. Se deshacen las casas y se mudan sus habitantes. Las razones de ese impredecible acto se descubren en el film.

De la mano de González, algunos antropólogos recorren la zona en búsqueda de objetos; con los hallazgos, o más bien con los restos – sobre los que se construye la historia-  se reconstituye el esqueleto de ese pueblo “fantasma”. Las cartas que González encuentra de un habitante de la zona colaboran en la reconstrucción, además de algunos, pocos documentos oficiales; la oscura presencia del estado es también una razón del olvido.

La cámara de González narra con precisión y no prescinde de transitir melancolía frente aquello que estuvo y ya no está; la habitual negligencia del Estado deja escurrir su propia historia, la cual tamiza como suelen hacerlo los antropólogos con la tierra. Los viejos archivos descuidados y descatalogados pronuncian el olvido. Frente a ese desdén de la memoria, Miro, las huellas del olvido resulta un documental fuertemente político; en un momento casi glorioso, la directora entra en un cine donde se proyecta un fragmento del famoso y querido noticiero Sucesos Argentinos en el que se habla sobre el valor en varias acepciones y no solamente de la que se le asjudica a  la tierra.  Una frase de Alberti escucha ahí resuena entonces como nunca: “Gobernar es poblar”.

Miro, las huellas del olvido documenta la desaparición de un pueblo y con ello da cuenta de decisiones políticas que han dejado de lado los valores económicos y simbólicos de la tierra. Debido a la precisión del registro y a la curiosidad que emana de los planos, que alcanza directamente al espectador, la melancolía frente a la evidencia de la ausencia apabulla.

Marcela Gamberini / Copyleft 2018