LAS PELÍCULAS SECRETAS (63): DESCARTES

LAS PELÍCULAS SECRETAS (63): DESCARTES

por - Críticas, Las películas secretas
11 Jun, 2020 06:43 | comentarios
El cine de Ecuador es un misterio. Este film es una prueba y también una evidencia de las razones por la cual poco sabemos del cine de ese país.

Descartes, Fernando Mieles, Ecuador, 2009

Este no es un film sobre el autor del Discurso del método; la filosofía, o el amor a la sabiduría, no es el tema del documental de Fernando Mieles. Pero Descartes no está tan lejos de la pasión por el saber, en la medida en que este film ejercita un cierto tipo de amor denominado desde hace décadas como cinefilia: amor por el cine a secas. El título, por otra parte, es preciso y enuncia un problema vital: la endeble existencia de las imágenes, la desaparición como un riesgo connatural a toda imagen y la frecuente inadvertencia de la mayoría de los Estados, que no cuentan con una política de conservación audiovisual. Al inicio se explica la razón del título (los descartes, en el universo del cine, son los rollos –fallidos o innecesarios– que se queda el cineasta después de un rodaje), pero el avance del relato dirá algo diferente: todo el cine puede ser o estar potencialmente descartado.

Mieles introduce rápidamente a un misterioso personaje que va a todos lados en bicicleta. Es un hombre callado, de una edad indefinida (pero no es joven) y quizás solitario. Si no pedalea, saca fotos en eventos sociales de escaso interés artístico. Poco a poco, el film revelará quién es ese hombre, el cual tendrá una capital importancia cuando se quiera escribir una historia del cine independiente ecuatoriano. A su vez, un profesor de matemática, un sociólogo y un hombre ligado a la aviación, todos cinéfilos, incluso críticos de cine, empiezan a describir la escena cultural de la década de 1970 vinculada al Cine Fórum de Guayaquil, década en la que el gobierno propiciaba diversos concursos de arte y en especial de cine. Uno de los entrevistados cuenta que ve desde hace décadas unos 10 films semanales, lo que en el año implica 520 títulos, en 10 años 5200 y en 40 años unos 20000. El amor por el cine es tanto cuantitativo como cualitativo.

Con buen timing, todos esos personajes empiezan a reconstruir la historia secreta de unas tres películas amateurs (aunque dos de ellas premiadas) que fueron importantes en esa década casi mítica en la que el cine parecía definir la vida de los curiosos. Fellini, Bergman, Cavani o Pasolini eran los héroes de esa generación y garantizaban los placeres de estos “viciosos del cine”. Los títulos de esos cortometrajes misteriosos y probablemente perdidos son como mínimo llamativos: El SubamericanoNaturaleza muerta y De cómo engañar a los muertos. El autor, un tal Gustavo Valle, al que se le había adjudicado una hiperbólica caracterización como el “Pasolini ecuatoriano”. Ese cineasta olvidado había trabajado a pulmón para rodar esas películas que carecían de sonido por una cuestión de presupuesto, pero que sintetizaban una época y una voluntad de explorar formas cinematográficas y temas controversiales de ese período histórico. ¿Todavía se pueden ver? ¿Existen? ¿Quién es Valle y por qué no siguió filmando?

Melies dosifica el suspenso y lo democratiza a medida que se devela el paradero del autor, las propias películas, la actualidad de algunos intérpretes y el equipo técnico, mientras que a su vez se destila una meditación precisa y no por ello subrayada de la precariedad estructural económica de Ecuador y su lógica extensión a la cultura cinematográfica, lo que asimismo da cuenta de la contingencia de las imágenes y la evidente desprotección de las películas pretéritas, constitutivas de la memoria y su perpetuación. 

La austeridad material de Descartes está a tono con su retrato de una época y de un cineasta, lo que no significa ninguna renuncia a delinear una estética. La inteligente combinación entre registro observacional, entrevistas y material fílmicos del pasado denotan que Mieles es muy consciente de lo que necesita para cumplir con esta emocionante arqueología de imágenes por la que Valle resucita cinematográficamente y el propio Mieles se afirma como un cineasta con un promisorio futuro. Unas décadas más tarde, Mieles tal vez pueda sortear los impedimentos que frustraban a sus colegas antes de tiempo, a todos esos entusiastas que habían decidido dedicarle la vida a un arte nacido en las postrimerías del siglo XIX.

*Este texto fue publicado en el 2016 por Retina Latina.

Roger Koza / Copyleft 2020