EL ESCARABAJO DE ORO

EL ESCARABAJO DE ORO

por - Críticas
18 Oct, 2014 07:20 | comentarios

PURO CINE

get.do

Por Marcela Gamberini

En El escarabajo de oro todo es cine. Se habla de cine, se hace cine, se vive en estado de cine. Homenaje, parodia, intertextualidad. Broma, chiste, autorreferencia. Todo es serio y a la vez paródico. Todo es ligero y a la vez reflexivo. El poder de la representación, qué representar y cómo, qué se elije y qué se deja afuera. O tal vez, solo sea una buenísima broma de sus responsables, que tampoco sabemos bien quienes son o qué papel cumplen. Juego de roles, donde actores hacen de directores, productores aparecen en cámara, actores hacen de actores (de ellos mismos), directores que hacen de actores y la multiplicidad sigue y es hacia el infinito. Que el grupo El Pampero – del que Mariano Llinás y Alejo Moguilliansky entre otros forman parte- sea un equipo sólido que hace, produce, dirige y actúa las películas es sabido; pero lo más interesante de este grupo-equipo-trabajadores-amigos es el gusto y el placer por el relato, por la narración, por el contar historias, por jugar –respetuosamente- con el cine, con sus contenidos y con sus formas y también con la literatura y la historia como formas institucionalizadas del relato. Que el título sea una obra de E.A.Poe, que se cite a Stevenson, que aparezcan próceres como Leandro Alem o que se trabaje sobre los relatos ya construidos acerca del feminismo, del radicalismo, de la política cinematográfica, de las colonias, de los viajes, de las historias de suicidas; habla o más bien grita, acerca del poder del relato no solo como construcción formal sino como matriz fundacional del cine.

Una película viajera. El escarabajo de oro es la excursión a los indios ranqueles de Mansilla y el relato viajero de Sarmiento. Atravesados por Alem, porque El escarabajo también es una película política; política argentina y política del cine, que se cruzan y no pueden delimitarse una de la otra. También encarna la tradición del robo, de los préstamos, de los canjes, de los desvíos de la literatura (y de la cultura en general) argentina. El robo y la búsqueda, la traición y la tradición se mezclan y se interceptan dando una forma inusual a la película. También es la travesía por espacios argentinos y es el fuera de campo –sugestivo- de la codirectora (“real” y “ficcional”) que es sueca. Que empiece en un cerradísimo plano en el que habitan varios personajes y que eso remita a una comedia se contrapone con el final, abierto, de cámara móvil sobre un paisaje de rutas y caminos que remite indudablemente a una road movie. Indudablemente una película viajera.

El escarabajo de oro, Alejo Moguillansky y Fia Stina Sadlund, Argentina-Suecia-Dinamarca, 2014

Es todo eso y mucho más, es sobre todo aquello que produce, voces sobre voces, cuerpos sobre cuerpos, el goce y el placer. Tal vez, la película de Alejo Moguillansky, se encolumne en el fluir de un rio que empieza con Historias extraordinarias– también responsabilidad del mismo grupo con Llinás a la cabeza-; esa práctica donde el objeto mismo de las películas sea el cine. Donde el cine mismo es su forma y su contenido, su revés y su trama, su técnica y su relato, su estrategia y su argumento. La película que se busca a sí misma en los vericuetos de los relatos, en las grietas de los paisajes, en los gestos de sus protagonistas, en las sensibilidades políticas, en las traiciones y en las delaciones de las mujeres; una película que en definitiva, gozosamente y con lágrimas en los ojos, se encuentra en el final; porque, no hay nada más que ese significante, el del cine mismo, el tesoro que está ahí, a la vista de todos (como La carta robada, también de Poe; que nadie encuentra y todos tienen a la vista); el tesoro que es una película, un goce, un disfrute en sí mismo.

Quizá hay algo del orden de lo novedoso en estas propuestas que permiten multiplicidad de lecturas, películas “modernas” (no “modernistas”) donde no se puede desprender claramente la forma, la puesta en escena, de lo argumental o del contenido, géneros que migran, que cambian, que viajan de unos a otros. Son películas que atraviesan espacios –literal y metafóricamente- y tiempos; que pueden ser eternas o fugaces. Que se mueven, se dinamizan en el orden de lo sensorial, de la sensibilidad pura; que se emparentan más con el placer, con el goce que con lo racional. Quizá sean otro tipo de experiencia cinematográfica, aquella que apela más a los sentidos que a la razón. Y quizá haga falta para estas películas, otro tipo de crítica, la que sea capaz de subvertir, de desclasificar, de desmontar, no de interpretar, ni siquiera de decodificar sino de dejarse llevar, de acunarse en la melodía lúdica que proponen, en los cuentos que nos cuentan, en la sensibilidad que ofrecen.

Marcela Gamberini / Copyleft 2014