CORSARIO

CORSARIO

por - Críticas
05 Sep, 2020 11:43 | 1 comentario
No es la última película de Raúl Perrone, pero sí es una de las mejores y una de las pocas que se estrena. Tiene planos inolvidables, y eso incluye la dimensión sonora de los mismos. Un cineasta mayor entrega otra gran película.

PLANOS DE SEDUCCIÓN

Hay testigos, confiables e ilustrados, que dicen haber visto a Pasolini en las inmediaciones de una pequeña ciudad de Buenos Aires situada en el oeste. ¿Resucitó? Lo merecía, sin duda, por haber hecho el film más hermoso sobre el hijo de Dios. Según dicen, Pasolini hizo un casting con jóvenes para una película sin título y en los momentos libres paseó por el centro de la ciudad, se detuvo en un café y habló en ocasiones con algunos chicos hermosos. En verdad, un cineasta tan cercano a su pueblo como Raúl Perrone lo volvió a invocar para una fantasía cinematográfica, y este acudió gustosamente a la cita. La ocasión del encuentro se llama Corsario, y es una película magnífica.

La descripción precedente es más o menos lo que sucede en la película. Puede sonar a poco, pero en el cine el qué no es todo, porque el cómo es igual de decisivo. Las texturas de Corsario, la docena de planos en colores de flores (fúnebres), que funcionan como separadores de la mayoría de las escenas en blanco y negro, constituyen un motivo indiscutible para celebrar la existencia de una película así. Corsario no se parece a nada, pero en la película el cine respira como nunca. Bresson habló en alguna ocasión de “eyaculación ocular”; aquí ese término libidinoso se aplica a la perfección. En efecto, que Perrone haya filmado con una improvisada cámara estenopeica digital es solo un dato; no es el dispositivo el que impregna todo de hermosura y misterio, es la perspectiva de un cineasta que se despliega en cada escena. 

En Corsario, película que el propio Perrone prefiere presentar como “poema”, la famosa distinción de Pasolini entre cine de prosa y cine de poesía adquiere una precisión epistemológica. El desplazamiento de la narración a una suerte de intensificación de la percepción se percibe ni bien culmina la escena inicial, en la que Pasolini y un asistente examinan a los candidatos para un presunto film que se habrá de rodar. De ahí en más, Corsario se entrega a motivos recurrentes donde los pibes están frente a cámara, se deslizan en skate, caminan, seducen. Pasolini mira y a veces filma. A esto se le añaden dos poesías que se leen en italiano y que se repiten en tres ocasiones, y también se agrega una misteriosa escena en la que Pasolini reproduce en un rodaje una típica situación pictórica de Caravaggio. Sobre ese esplendor pictórico se inmiscuye con frecuencia un fondo sonoro que tiene mucho de free-jazz. Son fuerzas sonoras caóticas y violentas que desajustan la armonía visual. Es una combinación perfecta. Seducción y violencia, imagen y sonido.

¿De qué se trata exactamente todo esto? De la seducción, sin duda, y de una que reconoce la existencia de una diferencia que ni a Pasolini ni a Perrone les es indiferente: la pertenencia de clase. Las poesías invocadas y leídas son explícitas al respecto, no temen en situar y dirigir el deseo en el cuerpo de los obreros y los campesinos. No se trata de una afirmación inocente, porque la distancia de una clase a otra está poblada por signos en tensión, irresueltos incluso ante la consumación de cualquier acto amoroso. La repetición de los textos leídos y el contrapunto musical resguardan la conciencia de que existe en todo esto una asimetría en la economía libidinal. El cuerpo no es libre de la determinación social que le inscribe una modalidad expresiva, y el erotismo no es ajeno a la inconmensurabilidad de las clases.  En esto, Perrone está más cerca del objeto de deseo que de aquel que desea. El proletariado, para Pasolini, fue una categoría teórica y asimismo un imperativo simbólico de su praxis; para Perrone, no es otra cosa que un punto de inicio existencial que no ha representado un impedimento para que llegue a ser el cineasta más independiente y radical de su generación (y otras), profesión característica de clases acomodadas y tribu a la que él pertenece siendo un extranjero.

Corsario se suma a la cuantiosa cantidad de películas de Perrone sobre jóvenes. En 30 años de carrera, el cineasta de Ituizangó los filmó como amantes, laburantes y ociosos. Tres décadas no es un período de tiempo menor, y la figura del joven en el cine de Perrone devuelve una configuración de la subjetividad de nuestro tiempo. El joven ya no es ningún emisario de una verdad secular revelada ni el propulsor rabioso de una revolución destinada a abolir un orden vigente sumido en la injusticia. El respetuoso amor que les ha prodigado a los pibes durante todos estos años de cine los descubre como cautivos de un sistema que los expulsa o explota. El desamparo es el sentimiento ubicuo de todas estas películas, y la puesta en escena no ha sido otra cosa que una caricia y un abrazo en forma de planos. En estos planos, se puede sentir algo de la dignidad que una forma de vida les quita; en estos planos, la mirada de un joven transmite y glosa la desolación y la decencia. Es que los pibes y las pibas sobreviven en esta tierra sin oportunidades, y sobre esto Perrone ha dejado toda la evidencia necesaria para reconocer una época casi siempre infame y dolorosa.

He aquí un nuevo film de Perrone, el insolente de 68 años al que se le antoja filmar el regreso de Pasolini a la Tierra tomándose unos días en la ciudad del oeste y buscando la compañía propicia para conjurar varias décadas de ausencia en este mundo. Perrone filmó con una cámara sin lente ni foco, y como de costumbre abrevó de tradiciones heterogéneas. Que los poemas elegidos sean de Dylan Thomas y Paul Verlaine sugiere una tradición iconoclasta y rebelde, que Perrone asocia con Pasolini y Caravaggio, y el empleo de esos íconos europeos en su propio mundo estético es ya un conocido ejercicio de desobediencia de su parte: tomar prestados tesoros de tradiciones lejanas, y hacer con estos lo que se le dé la gana. Y así se aventura a filmar el esplendor de los cuerpos jóvenes y la seducción como una fuerza que mueve al mundo.

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Corsario, Argentina, 2018.

Escrita y dirigida por Raúl Perrone

*Esta crítica fue publicada en otro título y otra versión por Revista Ñ en el mes de septiembre 2020

Roger Koza / Copyleft 2020

Aquí se puede ver dos cartas filmadas entre Perro y quien aquí subscribe y entre estas un programa completo dedicado a Corsario. (Ver aquí)

Aquí se puede escuchar una conversación radial sostenida recientemente con Raúl Perrone en el programa La oreja de Bresson: escuchar aquí.