ABBAS KIAROSTAMI (1940-2016): EL VIENTO NOS LLEVARÁ

ABBAS KIAROSTAMI (1940-2016): EL VIENTO NOS LLEVARÁ

por - Adiós al cine
05 Jul, 2016 03:03 | comentarios

Los caminos de Kiarostami

Por Roger Koza

El cáncer no es el nombre de un viento mortífero; es la denominación de una enfermedad impía y aún invencible. El gran maestro iraní Abbas Kiarostami la padecía y, cuando se creía que había podido imponerse a ese desarreglo celular y volvía sobre un proyecto ligado con hacer un filme en la China, llegó la noticia: el extraordinario director de El sabor de la cereza ha muerto.

La muerte nunca fue ajena a su cine. Los ejemplos son evidentes: los niños que morían en África por el SIDA en su controversial ABC África; la mujer de 100 años que está por morir y que un periodista espera fotografiar en El viento nos llevará; las víctimas de un terremoto en Irán y los sobrevivientes que siguen adelante en Y la vida continúa; o aquel hombre decidido a acabar con su vida porque no se siente obligado a persistir en el mundo, como sucedía en El sabor de la cereza.

El inevitable acto de dejar de existir fue examinado por vías diferentes, pero el cineasta jamás concibió en la muerte ningún estado de liberación espiritual. Kiarostami fue un cineasta de la inmanencia. El límite de su visión fue la materia y muy pocos pudieron asir la hermosura del mundo y su misterio como él. Cualquier plano de El viento nos llevará y Los caminos de Kiarostami es una prueba absoluta de ese lazo con el orden de lo sensible.

Como se sabe, el cineasta empezó su carrera haciendo películas para un centro dedicado al desarrollo de la inteligencia en niños y adultos. Su trabajo con niños comienza ahí, y después de hacer algunas películas para esa institución, Kiarostami, que había estudiado pintura, elegiría el cine como su principal medio artístico. Fue también un eximio fotógrafo y escribió poesía.

La consagración del director llegó en 1997 cuando ganó la Palma de Oro en Cannes por El sabor de la cereza. Para entonces ya había realizado películas extraordinarias como las que componen la Trilogía de Koker (¿Dónde está la casa de mi amigo?, Y la vida continúa, Detrás de los olivos) y su obra maestra absoluta: Primer plano. En este filme glorioso, un hombre común que trabajaba en una imprenta simulaba ser, frente a una familia rica de Teherán, el otro gran cineasta iraní de la modernidad: Mohsen Makhmalbaf. En el filme, el señor Sabzian, su protagonista, le preguntaba al director: “¿Puede usted filmar mi sufrimiento?”

El maestro iraní tuvo siempre una profunda preocupación relativa a la interacción de clases en su cine y cuando filmó en los pueblos remotos de su país la vida de la gente sencilla incorporó lúdicamente esa distancia entre quien filma y es filmado.

Kiarostami hizo también películas experimentales, como Diez, Shirin y Cinco, y en el último tiempo de su carrera filmó en Italia y Japón. Nunca dejó de ser él mismo, pero tampoco dejó de proponerse nuevos caminos por recorrer.

No hay mejor cineasta para entender la elegancia del fuera de campo que Kiarostami. La dialéctica entre mostrar y no mostrar delimitó la forma de todas sus películas. Al personaje más importante narrativamente de El viento nos llevará no se lo veía nunca pero sí se lo oía en varias secuencias. En ese filme se hablaba de la finitud, y el fémur de un hombre encontrado en la tierra sintetizaba la meditación sobre ese saber ineludible: quien vive sabe que le espera un límite, un final. Kiarostami ha saltado a un escenario infilmable, al gran fuera de campo del que no se conoce imagen alguna. Los que quedamos de este lado del mundo tenemos la suerte y el consuelo de tener sus películas, sus fotos y sus poemas.

En uno de sus haikus dice:

Ni este

ni oeste

ni norte

ni sur

Aquí mismo donde estoy de pie

Este texto fue publicado en otra versión en el diario La voz del interior en el mes de julio de 2016

Roger Koza / Copyleft 2016