
SUEÑOS
LA VIDA ONÍRICA DEL DESENCADENADO
Durante años, los amigos y seguidores de Fernando Martín Peña leíamos esporádicamente las transcripciones de sus sueños en su muro de Facebook. En ese espacio literario en el que se puede leer prácticamente de todo, Peña publicaba además hallazgos de Filmoteca, la programación de sus ciclos semanales o mensuales que proyecta y presenta en diversos lugares, y algún comentario político encendido. Tiempo atrás compiló un libro sobre las publicaciones relacionadas con su labor de coleccionista y preservación. El libro se tituló Diario de Filmoteca. Es un libro singularísimo, porque la organización interior responde a un sistema de asociaciones que es enteramente propio. No hay nada parecido, porque ningún editor podría haber concebido un libro como aquel. ¿Qué decir de este último en el que se reúnen sueños selectos?
Como señala Elvio E. Gandolfo en la magnífica introducción de Sueños, Peña es un gran armador de libros. No es un elogio, sino una descripción. Quien haya leído Diario de Filmoteca, Metrópolis o Cine maldito podrá verificar que la apreciación del prologuista es inobjetable. Gandolfo, además, añade otras observaciones sobre las cualidades de la prosa del autor (la capacidad de responder a inquietudes que nacen en un capítulo y luego se responden en otros) y también se refiere a otros libros que tienen al sueño como su materia discursiva excluyente, como La gran ventana de los sueños, de Fogwill, y El otro lado, de Alfred Kubin. Son títulos logrados, como el de Peña, pero resalta que son muy diferentes. La mayor clarividencia del prólogo se vierte cuando afirma: “el total es mucho más que la suma de las partes”. Tal afirmación es cierta y merece explicarse.
En Sueños hay pocos párrafos extensos, varios medianos y muchos breves; algunos sueños necesitan más espacio que otros, pero no se definen por su extensión. 50 palabras, 300 son suficientes; cada uno dicta su propio despliegue. Si bien la lectura de un sueño aislado es de por sí satisfactoria, la experiencia de leer uno tras otro por dos horas (es el tiempo de lectura aproximado de todo el libro) trabaja sobre la recepción en dirección a una comprensión cualitativa. En una lectura obsesiva y concentrada de Sueños se devela en su retórica la lógica de montaje que subyace. Se anudan silenciosamente, se ordenan y potencian en conjunto y se replican en la distancia. En ciertas repeticiones alguna huella inconsciente del soñador se vuelve menos imperceptible. Todo lo que puebla el inconsciente del autor participa de una partitura que ni él mismo ha visto en su consciencia. La sensibilidad de Peña es reconocible, al igual que algunas de sus preferencias, sin que afloren en todo su esplendor sus deseos y fantasías. No significa que exista una sola forma de lectura de este libro idiosincrásico y libre, pero lo que entrevió Gandolfo al prologarlo es decisivo. No lo dice, no llega a formular la razón de su descubrimiento: Peña sueña como programa películas: establece relaciones insólitas, desobedece cualquier expectativa, y prevalece en él una disposición anímica en la que no le importa nada. Más que nunca Peña es en este libro el hombre que se desencadena. Lo suele hacer en Trilce, donde programa pidiéndole a la audiencia que no cuente lo que vio en la función de cada martes, espacio que promociona bajo el concepto de desencadenamiento. Pues bien, en este texto las palabras se han soltado de las amarras de la prosa disciplinada.
En efecto, en una misma escena onírica de Peña pueden compartir el protagonismo de la secuencia el pintor argentino Antonio Berni y el súper macho todoterreno Sergio Berni, Jean-Luc Godard y Batman, John Ford y Orson Welles, Pat Metheny y el Tata Cedrón, Nicolás Dujovne y Mariano Llinás. El casting para cada sueño es impredecible. ¿No es exactamente eso lo que viene ejercitando como programador y docente? Si en un ciclo suyo en Filmoteca o Trilce presenta una semana cinco películas de Marcel L’Herbier, en la semana siguiente un ciclo de cine japonés con criaturas marítimas de terror u otro sobre películas en que las mujeres son más poderosas que los hombres. Las formas de acoplamiento de tradiciones heterogéneas que conjuran cualquier concepción jerárquica del cine han cimentado en el inconsciente de Peña, trabajado por el cine, una desjerarquización de todos los signos existentes. El funcionamiento de asociación es el mismo y no responde a ninguna directriz canónica. Todo coexiste en el cine psíquico de Peña: lo bajo y lo alto, lo hermoso y lo horrible, lo tenebroso y lo infantil, la Historia y la intimidad. La hermosa locura de Sueños radica en que la prosa está inscripta en un pluralismo lúdico que ha definido la praxis cinematográfica del soñador. El sintagma freudiano “asociación libre” es dignificado de punta a punta.
Cualquier libro sobre sueños llama a detenerse por un rato en el universo conceptual del psicoanálisis. Gandolfo no puede prescindir de nombrar en su prólogo La interpretación de los sueños del analista vienés, aunque sea para confesar sin ninguna culpa el hecho de no haberlo leído, incluso si su hija estudió en su momento ese dominio del saber y el libro estuvo a su alcance. A Peña tampoco le resulta indiferente el nombre Freud, pero avisa que no tiene ninguna incidencia en el libro. Ningún prejuicio, ninguna antipatía de su parte por el estudioso de los sueños. Sin embargo, la famosa distinción entre contenido latente y contenido manifiesto del psicoanálisis freudiano permite caracterizar mejor el despliegue de los sueños en el texto. Peña jamás los interpreta, solamente reconstruye su recuerdo de lo soñado como puede y se esmera en reescribir la escena onírica como si fuera un cuento o la sinopsis de una película. Su método no desdeña la interpretación, pero no se aboca a considerar simbólicamente lo latente; la hermenéutica de su inconsciente y su desciframiento no forman parte de su interés literario. Por esa razón, solamente, se circunscribe al contenido manifiesto. ¿Pudor?, ¿inhibición? No parece ser el caso; es una cuestión de estilo y temperamento. En la nota preliminar que abre Sueños, el autor aclara: “En todo caso, no invento lo que no recuerdo despierto, ni tampoco trato de recrear las emociones que me acompañaron dormido porque ya se sabe que rara vez conservan su impacto en la vigilia. Es inevitable entonces que el sueño se escape un poco y se transforme en otra cosa, una impresión, una idea o un cuentito”.
Después del prólogo y la nota preliminar, el libro reúne 149 sueños. Algunos son puro disparate, otros, cruces de sensaciones extrañas con memorias cinematográficas o situaciones aparentemente posibles alrededor de circunstancias imposibles. Los ensambles de signos que pueden parecer lejanos, si se los analiza con detenimiento, forman parte de los diversos intereses del autor. Algún que otro sueño puede parecer un delirio, pero quien haya escuchado a Peña presentar una película en vivo o en televisión, habrá de reconocer el patrón que conecta signos inconmensurables. Este sueño, por ejemplo, lo demuestra: “Anoche soñé que Eva Perón había hecho un papel breve en una película de Fritz Lang. Los nazis la tenían presa, con rodete y todo, en una cárcel alemana donde caía confinado el protagonista, que era Belmondo con bigote. Hay muchos de los breves, aquellos sueños que encadenan tres nombres clave en una secuencia insólita y disponen en un mismo hilo elementos separados.
Muchos sueños de Peña tienen como figuras estelares a muchos de sus amigos más queridos: Fabio Manes, siempre extrañado e irremplazable, está en varios; otros queridos amigos tienen una sola escena, pero destacada: Fernando Kabusacki, Homero Alsina Thenevet, Octavio Fabiano, Diego Trerotola, Albertina Carri. Pueden ser cineastas, críticos, escritores, actrices, incluso familiares. El papá de Fernando, quien le transmitió su amor por la historia, aparece en un sueño. A todos los nombrados, amigos y desconocidos, se les adjudica un rol y se los reconoce como miembros del gran elenco de los sueños. En el final se incluye una suerte de índice onomástico comentado en donde se describe a los citados con algunas palabras, una especie de quién es quién. El estilo de Fernando resplandece por su virtuoso laconismo. A veces son palabras de amor. Sobre Hugo del Carril dice lo siguiente: “Cantante, actor y director de cine, virtuoso en todos esos terrenos, cuyas inflexibles convicciones peronistas le costaron censura y cárcel, pero le ganaron la eterna memoria popular”. Otras descripciones, no son muchas, pueden ser simpáticamente injuriosas, como la que dedica a un funcionario clave de Mauricio Macri, el señor Nicolás Dujovne: “Economista argentino, cuya madre fue intensamente recordada durante todo el período que ejerció como ministro de Hacienda”.
Es probable que en el futuro exista un volumen dos de Sueños, como también del Diario de Filmoteca. Peña seguirá trabajando, escribiendo y soñando. Como tiene 56 años no faltarán libros con su firma en el porvenir. El hombre que más hizo por la memoria del cine argentino es también un escritor admirable y un trabajador incansable. ¿Con qué soñará en el 2030? ¿De qué estarán hechos los sueños de Fernando en el año 2045? Lo que no faltará en los sueños del futuro será el cine, porque Fernando vive para el cine y en él.
Peña, Fernando Martín, Sueños, Híbrida Editora, Buenos Aires, 2025, 176p.
Roger Koza / Copyleft 2025

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