AMORES MATERIALISTAS / MATERIALISTS

AMORES MATERIALISTAS / MATERIALISTS

por - Críticas
14 Ago, 2025 02:32 | Sin comentarios
La segunda película de Celine Song no es, precisamente, una evocación de la gran comedia romántica del mejor Hollywood.

CON ÁNIMO DE COMPRAR

Correr a Hollywood solo por su nivel de obviedad quizás sea el lugar más obvio y perezoso al que puede aspirar la crítica, así que déjenme sacar eso del medio rápidamente. Amores materialistas es una película sobre el materialismo tan literal que pone a sus personajes a calcular cuánto sube el valor erótico de un hombre si aumenta quince centímetros su altura. También hay diálogos que comparan los encuentros románticos con tomar riesgos (¿financieros?) y otros donde las mujeres ponderan cómo sus parejas las hacen sentir valoradas (o, más bien, valiosas). Todo es texto, nada es acción. Celine Song hizo el tipo de película cerebral que amaga con pertenecer a la tradición de la comedia romántica, pero en realidad junta una fuerza descomunal para despegarse de ella. Sus defensores le llaman a esto “deconstrucción”. Yo simplemente le llamo un caso de descomposición creativa. 

No me malinterpreten. Las reelaboraciones que vuelven a la comedia romántica un género elástico son bienvenidas, y la historia del cine está llena de maravillosos ejemplos. Así habla el amor es una relectura cassavetiana de la screwball: una película que acentúa la incertidumbre y el desequilibrio (tanto emocional como formal) hasta mostrar cuán humanamente frágiles pueden ser los arquetipos del género. Ahora sí, antes no rompe las estructuras al mostrar una y otra vez la misma situación, con leves variaciones, como si la ficción fuera un mecanismo de prueba y error: una manera de revisar los problemas cotidianos y encontrar una salida a ellos. Pues bien, ninguna de estas apropiaciones genuinas suceden en Amores materialistas.

Mientras sigue a Lucy, una casamentera que le busca pareja a las personas ricas, la película trata de asimilar los rituales amorosos al tipo de transacciones que parecen más propias de un lugar como Wall Street. Hay algo zonzo en el lenguaje mercantil construido por Song, o incluso algo peor: hay una reflexión trivial proferida con la ínfulas de alguien que cree estar desenterrando un secreto del Universo. El film está inquieto por dejar en claro que el capitalismo senil lo infiltra todo, que a los ojos de un amante-consumidor su objeto de deseo se vuelve un amado-mercancía, un amor por la mercancía. Que estos ya no son tiempos de amar, son tiempos de comprar. Y Song elige el camino más cómodo para exponer su hipótesis: divide tajantemente consumo de amor, y presenta las pulsiones de casi todos sus personajes como los movimientos calculados de un grupo de traders.  

Por eso mismo, el problema de Amores materialistas no es solo su literalidad pasmosa. Tampoco lo es simplemente su visión de mundo dicotómica, sino su lectura llana del género al que adscribe con la distancia de un médico temeroso de contagiarse la lepra. El hecho de que Song exponga los cálculos gélidos de sus personajes, o que a mitad de la película incluya un episodio violento en medio de una cita, son estrategias dirigidas a interrumpir el ilusionismo de la romcom. Si el género se ha basado en crear fantasías, la tarea será limarlas hasta que se vean los bordes de una pesadilla. Hay un solo paso de la comedia al drama. Un hombre aparentemente encantador puede convertirse en una amenaza (como lo sufre Sophie, una clienta de la empresa casamentera). Y una relación perfectamente afectuosa puede desbaratarse por el dinero: es lo que viene a exponer John, el ex novio de la protagonista; un actor frustrado del que Lucy podría seguir enamorada si él tan solo ganara más de 100.000 dólares al año (impuestos incluidos).  

Pero las comedias románticas de Hollywood nunca fueron solo pompas de jabón. De Preston Sturges a Susan Seidelman, de Ernst Lubitsch a Nora Ephron, los maestros del género fundaron una filosofía de la ficción peculiar, que iba de las imágenes al mundo. Un baile de máscaras, donde los personajes (y las personas) interpretan roles y fingen ser otros (incluso, enamorarse de otros) hasta que terminan creyendo su propia actuación. Las mejores de estas películas (las más nobles) fueron, en su esencia, un laboratorio de reflexión acerca de la ficción. La ficción del cine, pero además, la ficción de nuestras vidas y del amor.

Podríamos atinar a decir que el capitalismo también es una ficción. Un relato lo suficientemente verosímil como para que gran parte del mundo haya creído en él y siga actuando de acuerdo a su guion. Quizás lo más llamativo de Amores materialistas sea que no existe en ella una verdadera voluntad ficcional. Lo que hace más bien es presentar a sus personajes poseídos por un tacticismo tan evidente, un consumismo tan expuesto (o su contracara, expresada por John: un romanticismo ciego tan atroz), que elimina cualquier tipo de tensión: la contradicción está resuelta de antemano. Una cosa es el materialismo, otra es el amor. Como espectadores, somos invitados a seguir un relato que concluye apenas comenzó. En el mundo materialista de las casamenteras y sus clientes, solo hay emociones falsas, cuentas matemáticas y especulaciones, como si el espíritu consumista fuera racional y estuviera expurgado de ilusiones y ficciones. ¿No se debe el triunfo mercantil, acaso, a que las personas no somos conscientes de sus mecanismos? Quiero decir, ¿no es la potencia del consumismo el hecho de que creamos actuar sólo por una fuerza pura de amor o por la crudeza del deseo, como si estuviéramos al margen del capital?

La película de Song no sólo es literal, banal y anti-popular. Es también, por si fuera poco, un film drenado de cualquier tipo de encanto. Pertenece a un linaje de la romcom centrado en los diálogos, pero no del ritmo chiflado que definió a las comedias screwballs, sino de uno entumecido, como si el legado de Cary Grant y Katherine Hepburn hubiera sido estabilizado por un ansiolítico. 

La puesta en escena acompaña creando un tiempo paciente, sin recurrir a la incontinencia del montaje, lo cual sería una estrategia inteligente para cualquier película que busque sostenerse en la interacción de sus actores. Pero Amores materialistas reemplaza el magnetismo de las estrellas hollywoodenses por la actriz Dakota Johnson: alguien que se mueve con la mecanicidad de un androide salido de Tesla. La sensación inhumana se completa con el diseño sonoro, que parece enlatar los ruidos de la ciudad, volviéndola distante, y creando la sensación de que las voces de los actores están flotando sobre un escenario abstracto. 

El resultado es el de una película disecada. Esa es la paradoja final de Amores materialistas: incluso cuando avance y Song decida entregarse a los brazos del romanticismo, todo permanece licuado de energía. Ahí está Chris Evans, el Capitán América que interpreta al enamoradizo John. Él permanece inmutable, aferrado al mismo registro sedoso de principio a fin, lo cual hace que parezca estar al borde de las lágrimas hasta cuando se enoja (es algo así como un pequeño pony que no come pasto por miedo a lastimar las plantas). En ese espacio virtual que es Amores materialistas, ningún personaje tiene sangre corriendo por las venas. Son apenas un móvil para graficar las ideas de su directora.

Justo ahora, mientras Amores materialistas aletarga las pantallas, Sony anunció que Celine Song guionará la secuela de La boda de mi mejor amigo. Alguien alérgica a la romcom va a revivir una de las películas tardías que hizo honor a esa vieja tradición; la misma que llevó al filósofo Stanley Cavell a preguntarse si el cine puede hacernos mejores. ¿Qué decir, después de todo, amigos? Son tiempos difíciles para el amor. Y también para el cine. 

Amores materialistas / Materialists, Estados Unidos, 2025

Escrita y dirigida por Celine Song.

Iván Zgaib / Copyleft 2025