
ECOS DE XINJIANG
EL SUDARIO
A fines del 2020, cuando el Festival de Mar del Plata todavía tenía dignidad y todos estábamos sumidos en la pandemia, Pablo Weber estrenó su cortometraje hipnótico Homenaje a la obra de Philip Henry Gosse. Todavía lo recuerdo hablando en una presentación de YouTube. Se lo veía ligeramente paranoico, como uno de esos viejos sucios que filmó John Carpenter en They Live: personas balbuceando verdades estremecedoras desde los rincones de una plaza. Por entonces, Pablo vaticinaba que hacia fines de la década terminaríamos conviviendo con imágenes, textos y voces creados por máquinas. No hubo que esperar mucho tiempo para comprobar sus palabras.
Me gusta pensar el trabajo de Weber a raíz de esa escena; como una obra (hecha de películas, pero también de ensayos e intervenciones audiovisuales) que parecen estar dos pasos adelante de la crítica y del cine argentino. Ecos de Xinjiang, su primer largometraje, tendrá esta semana una función única en el Cineclub La Quimera, y sigue a la espera de que otras salas (de Córdoba y del resto del país) estén a la altura de las circunstancias. No quiero caer en el provincialismo conformista y decir que la obra de Weber es de lo mejor que haya salido de estas tierras sojeras, básicamente porque sería injusto con su trabajo. Tanto Ecos de Xinjiang como los cortos que le anteceden no se contentan con probar que son buenas películas cordobesas ni que tienen la misma destreza profesional del cine porteño. Por el contrario, lo que las hace valiosas es que poseen la ambición de patear el tablero. Ya sea en relación con lo que se hace en Córdoba o más allá.
Me intriga que Ecos de Xinjiang tenga a Mariano Llinás entre los agradecimientos de sus créditos, un director con quien comparte algunos atributos: la inclinación por el uso de la voz en off, la superposición de esa voz sobre la imagen y la fascinación por el arte secreto de la narración. Y al mismo tiempo, la película no podría ser más distinta de algo como Historias extraordinarias o Balnearios. Mientras uno podría encontrar rastros de Borges y de Raúl Ruiz en el placer narrativo y los desbordes lúdicos de Llinás, las referencias de Weber parecen venir de otro lado y algo de eso explica sus desvíos.
En Ecos resuenan el cyberpunk de William Gibson y la ficción especulativa de Philip K. Dick (está el imaginario de los universos virtuales que se confunden con los espacios físicos, y está la pregunta por la naturaleza de la humanidad). Pero además, la película de Weber cuida el legado de Chris Marker (la referencia más obvia sería la distopía fotográfica de La Jetée, pero también la ciencia ficción experimental de Level Five), así como de los ensayos documentales de Harun Farocki (con su llamado cada vez más alarmante: ¡desconfiemos de las imágenes!). Ecos de Xinjiang se alimenta de la literatura pulp y hasta del animé pop, sin renunciar a la vanguardia. Crea una ficción delirante (por momentos inentendible: su propia limitación), donde hay hackers neuronales, un pulso que suena desde lo profundo de la Tierra, y una IA que logra dominar el mundo y arrastrarla hasta una guerra. Y se pregunta, con toda esa pulsión por la imaginación, acerca de la imagen, en un momento histórico en que ésta no sólo se multiplica y disemina hasta en el confín menos esperado de nuestras vidas, sino que también se vuelve opaca, febril, sospechosa. ¿De dónde vienen y hasta dónde nos llevan esas presencias que ocupan nuestros sueños y nuestra vigilia?
Desde un comienzo, hay algo horroroso en la apariencia visual de la película. La imagen se descompone y se recompone a partir de píxeles que forman figuras extrañas. Vemos siluetas de los rascacielos de la ciudad, de cárceles y desfiles policiales donde lo que queda de las personas son apenas partículas anónimas. Hay trazos débiles de lo que alguna vez fueron, como si Weber hubiera creado un sudario digital que retiene las marcas de los cuerpos y los espacios. La desintegración de la imagen marca el paso de lo concreto a lo abstracto. O más bien, marca un estadio purgatorio que puede contener lo uno y lo otro. Una imagen atascada entre lo humano y lo inhumano, entre el sentido y el vacío. Lo que se juega es el abismo entre lo que podemos definir y aquello para lo cual aún no tenemos palabras, como si amenazara con volver obsoleta una parte de nuestro lenguaje (díganme: qué película argentina ha siquiera intentado hacer algo semejante en el último tiempo).
El protagonista de Ecos, un hacker devenido títere de la IA, es además una criatura cuya memoria ha sido erradicada a la fuerza. Y, por lo tanto, ha perdido la consciencia de quién era y hasta de su propio nombre, ahora reducido a una letra muda: H. Pero ese desmoronamiento de la identidad se replica en el aspecto incorpóreo de la imagen, que escenifica figuras sin ojos ni pestañas, despellejadas de su historia y de sus rostros. Weber ya no trabaja con una noción usual de la puesta en escena o del encuadre, ni siquiera con una idea tradicional de montaje. Lo que organiza la composición de Ecos es la manipulación y la transmutación del found footage digital. Su director hurga en los basurales de internet, toma prestada esas baratijas y pone a prueba su elasticidad. Es de esa forma que siembra una percepción siniestra: nos enfrenta a una imagen que se parece a nuestra realidad, pero que está corrida de su eje usual. Por eso, la mayor hazaña de la película es lograr que la distopía no quede por fuera de la imagen: está encarnada en ella.
Así también impactan los registros caseros que aparecen cuando H desencripta el cerebro de un soldado y accede a sus memorias. Toda esa secuencia parece la antítesis del confort que promete el cine de archivo familiar. Weber nos da algo de nostalgia y nos la arrebata de los ojos en el mismo acto. Muestra los recuerdos de la juventud de un hombre, una cámara tan intimista que roza la piel y el rostro inocente de una niña. Esas imágenes están menos trastocadas que las que vemos en el resto de la película, pero aun así parecen lavadas, al punto que se borran los poros, los lunares, las sombras, el matiz imperfecto de la humanidad. Nos hacen ver un tiempo más parecido al nuestro, pero observado desde el futuro, cuando ese mundo ya desapareció (cuando imágenes tan simples como la de un gato mirando por la ventana o un niño jugando en su dormitorio parecen las reliquias de una civilización que se extinguió). Hay algo bello y horrible en esas visiones. Son precarias (materialmente precarias); apenas el rastro de algo que fue y nunca terminará de volver.
Podría seguir diciendo muchas cosas más sobre Ecos de Xinjiang. Como que sus alusiones al Pulso tienden a ser más confusas que misteriosas. O que su especulación geopolítica borra a Estados Unidos del futuro de una forma tan provocadora como graciosa. O que se abre una duda sobre cuánto margen más tiene el cine de Weber para mantener su frescura sin salirse del archivo y sin animarse a chocar con el riesgo de la realidad. Estos son los privilegios que otorga una obra abierta y curiosa. Así que ya saben, programadores, cineclubistas, críticos: ¡pónganse a trabajar! Esta película extraña lo merece.
* Quiero agradecer especialmente a Milagros Porta, con quien venimos conversando sobre algunas fugas extrañas del cine y de la literatura argentina. Nuestros diálogos este tiempo sin dudas han estimulado mi reflexión sobre esta película y muchas otras más.
* Ecos de Xinjiang tuvo su estreno el año pasado en Fuera de Campo y luego se vio en FICIC, dos festivales que siguen haciendo espacio para este tipo de películas.
Ecos de Xinjiang, Argentina, 2024
Escrita y dirigida por Pablo Martín Weber.
Iván Zgaib / Copyleft 2025

Quizás una referencia iconográfica y narrativa obvia, más allá de que sea reconocida o no por Weber, sea el Eternauta, la silueta sola en el plano, el viaje a partir de la disolución, la melancolía.
Vi su corto en aquel Festival de Cine de Mar del Plata. Plena pandemia. Cuando podíamos acceder desde cualquier lugar de la Argentina a los estrenos. Quedé sumamente sorprendido por el ingenio y maestría de Weber para llevar el relato ensayístico hasta el paroxismo virtuoso. Espero ver pronto este largometraje que recomiendas.