
DOC BUENOS AIRES 2025 (06): EL SEÑOR AGÜERO. PREMIO A LA TRAYECTORIA
Chile tiene suerte: Ignacio Agüero nació ahí. En Santiago, vive, da clases, filma. A veces se desplaza a otras provincias, pero suele filmar lo que tiene bien a mano: la cocina, el living, el jardín de su casa y los animales que visitan ese pequeño universo poblado de flores, plantas y árboles, un rectángulo orgánico que es un microcosmos que se ha impuesto también como locación de muchas de sus películas. ¿Agüero, jardinero y cineasta doméstico?
En los inicios, Agüero filmó en directo el horror chileno, el espacio urbano de la capital de su país en plena transformación, el vínculo de un diario con la dictadura de Pinochet. Filmó personas de cine. Niños aprendiendo cine y colegas haciéndolo. En su haber, existe una película insólita, una de las más libres jamás realizadas. Solo a un cineasta sin inhibiciones se le puede ocurrir concebir que en un gigantesco bloque de hielo antártico anida vida inteligente. Sueños de hielo (1994) es inclasificable, pero esa película hermosa y misteriosa se apropia de una tradición. La literatura marítima del siglo XIX es fagocitada por la insolencia característica de los habitantes del sur y al hacerlo inventa algo de otra índole, porque Agüero abreva ahí en lo fantástico e inviste un género de indagación y aventura con un plus inesperado.
En 2013, el cineasta inauguró una nueva travesía. El otro día consiste en la invención de un tipo de navegación que no tiene lugar ni en el mar ni en la esfera digital. El capitán Ignacio descubrió que su propia casa podría ser un navío y las calles de Santiago, el océano. Hallazgo absoluto. Desde entonces planifica viajes diversos. En el último, por ejemplo, pretende lo imposible: viajar hacia el pasado. Sucede que los padres ya no están, son pura ausencia, pero el hijo que los recuerda procura enviarles cartas filmadas. Parece un propósito destinado al fracaso, pero el deseo puede operar milagros (atmosféricos). ¿Agüero, cineasta y brujo?
El cineasta que nunca subió el Provincia y suele hacer lo que se le da la gana viene haciendo un cine en el que se necesita muy poco para que una película pueda existir. El valor de producción está subsanado por el valor de la imaginación y su relación con la observación de lo que está ahí y puede ser filmado. Y eso es suficiente: porque los periplos del señor Agüero evocan otros siglos y resignifican el presente, hablan de canallas de ayer y de hoy, muestran mujeres y hombres que han hecho todo lo posible para vivir con decencia. Chile y su historia nunca faltan. En los periplos de Agüero hay descubrimientos y recuerdos. Hay otros cineastas, hay algunos escritores. Las imágenes precisan de palabras.
En todas las películas de Agüero hay un instante en que alguien sin decirlo grita “¡Tierra!”. Porque en el cine de indagación de Agüero hasta una nube destinada a su inminente descomposición es motivo de celebración. No es solamente un hidrometeoro constituido por la acumulación de cristales de hielo. Una nube puede ser un amigo, una tía, un cineasta. Nada es exactamente lo que es y todo puede ser algo distinto. ¿Agüero, cineasta, alquimista y meteorólogo?
Otorgar un premio a la trayectoria a Ignacio Agüero es un acto innecesario para el cineasta, más allá del agrado de que una institución lo reconozca. La necesidad es enteramente nuestra, y el premio una excusa para agradecerle por todas sus películas. Nunca fuimos los mismos desde que las vimos, y siempre fuimos mejores. (Roger Koza)
LAS PELÍCULAS
Cartas a mis padres muertos, Ignacio Agüero, Chile, 2025.
No es la primera vez que el cineasta emplea su casa como una locación cinematográfica. ¿Agüero, un Jonas Mekas del sur? Quizás en El otro día, al inicio, sí, o en algún que otro momento de Nunca subí al Provincia. Es cierto que con aquel genio lituano comparte el asombro por los acontecimientos microscópicos que la vida cotidiana y doméstica proponen si uno atiende en serio. En Cartas a mis padres muertos hay flores del jardín, cascarudos y gatos visitantes que parecen confundir el patio de la casa con un ring. Pero el título reenvía la película al pasado, no dice ser sobre el presente y su abundancia ontológica. Pero ¿acaso los muertos pueden leer sin ojos y sin cuerpo? ¿Pueden incluso pasarse por el cielo? Agüero deja evidencia de lo segundo, y es hermosa su comprobación empírica. Como sea, filmar cartas a fantasmas es volver al pasado, revisar en la memoria qué se ha sedimentado de los afectos más decisivos y decidir posteriormente una forma capaz de hacer de los recuerdos una materia filmable. En la película hay algunos planos filmados por el cineasta de joven y otros por el propio padre que fue marino, trabajó un tiempo en una fábrica y asimismo filmaba el mar y a su familia. Un operario de Madeco repasa aquellos años de trabajo duro y en su revisión tiene algo para decir del padre de Agüero que fue su superior; tiene razones legítimas para hablar bien de él. Quien está detrás de cámara escucha, pero no asiente. Sucede que la recolección de recuerdos nunca puede ser ordenada y precisa, porque el trabajo de la memoria es siempre aleatorio por más que la voluntad se disponga a realizar lo que todo cineasta reconoce en el montaje: seleccionar situaciones, acciones, nombres, lugares, y buscar un hilo conductor para significar fragmentos es una tarea endeble. Algo más: Agüero es chileno, y el país trasandino no tiene una historia serena. Los espectros de Pinochet y Allende sobrevuelan y con ellos dos proyectos de país que persisten en disputa y en tensión en el presente y con las diferencias epocales. En una marcha juvenil reciente, Agüero se pregunta si habrá entre tantos jóvenes expresando su descontento social y político algún obrero. Es posible que los muertos no tengan tiempo para la correspondencia de los vivos. Es indesmentible que los vivos sí tienen tiempo para ver y escuchar las cartas de Agüero. Es probable que no se arrepientan si le dedican su tiempo. (RK)
El otro día, Ignacio Agûero, Chile, 2012.
Ignacio Agüero despliega un mapa de Santiago. Clava una chinche en el punto exacto donde está parado y sugiere que esta película es un experimento cartográfico: cada desconocido que toque el timbre de su casa va a ser filmado, y luego él mismo va a ir a visitarlo hasta su barrio. El cine puede ser un recorrido por el espacio, el autor un situacionista contemporáneo. Las reglas de este juego descomponen el GPS atomizado de cualquier persona que está condenada a conocer solo su metro cuadrado. A medida que la película se mueve, nos movemos por la ciudad y las fronteras se expanden. Vendedores ambulantes, carteros, vagabundos, chicas jóvenes que persiguen sus sueños. ¿Cuántas ciudades viven en una sola ciudad? Hay una deriva planificada que desencauza a esta película, como si el director estuviera luchando por salirse de sí mismo (y como si nosotros, los espectadores, fuéramos invitados a perdernos con él). No es cuestión de identificarnos, sino de desconocernos: quedar fuera de eje. Tampoco resulta azaroso, por eso mismo, que el relato vuelva una y otra vez sobre la figura del padre de Agüero, un marinero que pasaba mucho tiempo navegando, lejos de su casa. El otro día revive una experiencia similar. Pero en vez del mar, está el cemento caliente. Y en vez de un barco, hay una cámara. Y en el centro, un hombre curioso, lanzado a la correntada de la ciudad. (Iván Zgaib)
Aquí se construye (ya no existe el lugar donde nací), Ignacio Agüero, Chile, 2000.
Acaso la temprana formación de Ignacio Agüero como arquitecto incide en el modo en que habita, más que observa, los espacios con que construye sus películas. Y traslada ese modo de estar a sus espectadores. Viejas residencias se demuelen en cadena, avanzan las obras y las torres flamantes se disponen a alojar nuevos propietarios, que miran con condescendencia desde lo alto. Amplias casas con jardín caen bajo el brazo de la excavadora, pero el film no es una elegía por el patrimonio que se va, ni la denuncia de un boom inmobiliario depredador: es un retrato de las vidas que transcurren en ese trance. Residentes y trabajadores se abren a Agüero, quien además de excepcional observador es un formidable escucha, atento, ante todo, a documentar vidas. Las conversaciones que puntúan Aquí se construye parten de lo casual para convertir a esta experiencia de pérdida y transformación en un relato coral y conmovedor. (Eduardo A. Russo)
Roger Koza / Copyleft 2025





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