LAS CORRIENTES

LAS CORRIENTES

por - Críticas
13 Nov, 2025 02:04 | comentarios
La tercera película de Milagros Mumenthaler es, definitivamente, una de las películas del año.

UNA AVENTURA DE LA PERCEPCIÓN

Todo comienza con un abismo. Una mujer hermosa viaja a Suiza a recibir un premio por sus logros profesionales. Es joven para un reconocimiento de esa naturaleza, pero su desempeño como diseñadora ostenta el mérito que muchos colegas conquistan con el tiempo. Lina sonríe, saluda, agradece, obedece el ceremonial. Son eventos de protocolo, ritos de un sistema jerárquico que se perpetúa por la obsecuencia generalizada de quienes aspiran a alcanzar un peldaño mayor en el status quo. No se discute la eficacia del éxito, más allá de que no puede eximir al condecorado de atravesar un momento de desdicha. Sin razón alguna aparente, la angustia puede manifestarse. Es como el viento que sopla donde quiere. 

Ya hay indicios en esa primera escena de Las corrientes de que la película puede ser grandiosa. La distancia con la que registra la reunión social, el tono cromático elegido para establecer una luz que no cobija y las decisiones sonoras fijan una inteligencia sensible detrás de las escenas. Cuando un cineasta se toma el esfuerzo de que exista un plano cinematográfico y no una mera imagen de ilustración narrativa es señal de que ningún otro plano habrá de descuidarse. En Las corrientes todo lo que se ve infunde la necesidad de estar ahí. Un antiguo pañuelo bordado en una vidriera, un faro en la cúspide de un edificio, un cartel antiguo con una inscripción que dice “la cortesía es la flor de la humanidad” tiñen el conjunto de todo lo que puede verse. Están en el cuadro, existen por él y para él. Nada ni nadie podría sustituirse. Todo lo que es visible responde a un encadenamiento secreto. ¿Cómo reconocer una lógica de relación entre las cosas?  El sonido de un timbal se inmiscuye en el campo de visión del personaje. La relación entre el sonido, el espacio y la percepción dicen cine. A secas. 

Tras recibir el premio y caminar sola por las calles de Ginebra por un rato, la protagonista entreve que el mundo que la reconoce es un mundo petrificado. Es un orbe que funciona como los semáforos en las altas horas de la noche, cuando las reglas demuestran ser estériles y el funcionamiento de las cosas, un capricho de los hábitos y las convenciones. En ese estado de conciencia, la caminata de la protagonista se interrumpe inesperadamente. El abismo deja de ser una palabra misteriosa. Abismarse significa acá percibir en la propia conciencia la muda insignificancia de todos los actos que funcionan porque sí. Dicho de este modo puede parecer espeluznante, pero en la película la percepción del abismo es una condición de posibilidad para volver a percibir el mundo en su movimiento y poner en marcha, un poco más tarde, la imaginación. El mundo puede ser percibido como una concatenación de eventos mecánicos ceñidos por la fatalidad; pero ese mismo mundo puede dirigirse hacia otra compaginación en la que nace otra noción del todo bajo la fórmula del encantamiento. Si hay algo indeleble en esta película proviene de ese doble movimiento que gradualmente va trabajando el ritmo y el tono del relato conforme avanza, siempre en total concordancia con la vida psíquica de la protagonista. 

Ni bien el relato empieza a desarrollarse en Buenos Aires, Las corrientes presenta quiénes son los más cercanos de Lina y en qué circunstancias ella ha vivido hasta ahora. La joven sabe que ya no podrá ser la misma. Es evidente que se ha casado con un profesional reconocido, cuya familia es acomodada, como sus clientes y la mayor parte del mundo que interactúa. Con su marido tiene una hija; todavía demasiado chica. La vida familiar constituye una incógnita a resolver. En una de las escenas más hermosas que ha dado el cine argentino en toda su historia, secuencia tocada por la gracia, Milagros Mumenthaler plasma una ensoñación caleidoscópica. Lina imagina situaciones en donde conocidos y ajenos habitan un mundo desprovisto de hostilidad.  Sentirse felices en un momento de la vida cotidiana parece posible. El desenlace de esa secuencia resulta una prueba notable de cómo se puede introducir inadvertidamente un nuevo elemento en el relato que es primero un enigma y luego un signo que cambia todo. Es la aparición de un dato pretérito en la vida de la protagonista que apenas llega a deslizarse en la primera media hora por alguna conversación casual entre la hija y Lina. En efecto, el ensueño en cuestión culmina en una casa característica de un pueblo. Un poco después se devela una genealogía del abismo: es otra escena magnífica. Hay otros desvíos y sorpresas, en el que se suman pequeños personajes importantes, en especial una amiga de Lina que es la dueña de la peluquería que antes era de su madre. Si han sido o no solamente amigas permanecerá en el secreto de la conciencia de ambas, pero es ahí cuando otro orden social ingresa al relato, un contrapunto a un estilo de vida que gozan unos pocos.

En abrir puertas y ventanas primero y más tarde en La idea de un lago, Mumenthaler había demostrado su predilección por abocarse a retratar el misterio del universo femenino; es una perspectiva general que se repite en sus relatos. Las corrientes es un prodigio al respecto: el cuerpo de la protagonista resulta para la cámara una superficie. Hay planos detallados y heterodoxos de la espalda, los hombros, el cuello y los pies. En una escena temprana, Lina apoya su cabeza en un sillón y su cabellera se despliega como si fuera un pulpo negro que desconoce el medio airoso. En Las corrientes los detalles nunca son decorativos. Pueden aludir, evocar, insinuar; pueden desconcertar y transformar lo ordinario en un fenómeno desconocido. 

En un cuadro de Goya que se exhibe en un museo porteño en la película se puede leer una declaración intempestiva del pintor: nadie se conoce. En Las corrientes, Lina intenta saber algo de sí, pero eso puede implicar también reinventarse. En esto la cineasta y su criatura se parecen. Lo cierto es que cada vez que suenan Los planetas, de Gustav Holst, y Algo salvaje en la ciudad, de Morton Feldman, la conciencia de la protagonista se agudiza y la puesta en escena se mimetiza trastocando lo real y desnudando tanto el horror como el asombro. Son pasajes de un cine mayor que tienen algo del Hitchcock de Entre los muertos, de aquel maestro inglés que iba más lejos del suspenso porque su obsesión más grande era traducir los movimientos de la psiquis en planos cinematográficos. Poco tienen que ver uno con el otro, excepto por algo que los iguala: no existe mejor instrumento para atenuar la ignorancia que una cámara al servicio del cine. 

Las corrientes, Argentina-Suiza, 2025.

Escrita y dirigida por Milagros Mumenthaler.

*Publicada en Revista Ñ de noviembre.

Roger Koza / Copyleft 2025