
VOLVER A MARÍA LUZ MORALES
Amarillo Editora acaba de publicar Balcón al Atlántico de la gallega María Luz Morales (1889-1980), la primera mujer en dirigir un periódico en España y, antes de eso, pionera en la escritura de textos sobre cine. Nacida en A Coruña probablemente en 1889 -sobre la fecha de su nacimiento hay no poca confusión-, era aún niña cuando su familia se estableció en Barcelona, donde María Luz desarrolló su excepcional (y larga) trayectoria profesional. El 5 de julio de 1921 firma su primer artículo en La Vanguardia, “Las hadas vuelven”, entusiasta defensa del teatro hecho para el público infantil, y dos años después se convierte en columnista estable del periódico en la sección “Vida cinematográfica” bajo el seudónimo Felipe Centeno, tomado de una novela de Galdós. Frente a los típicos “ecos y noticias” sobre las celebridades de Hollywood, sus textos desvelan una genuina curiosidad por el lenguaje de las películas y celebran la condición autoral más allá de los rostros y cuerpos que pueblan la pantalla. Queda claro en “Los magos del cine”, reivindicación del arte de Stroheim, Abel Gance o King Vidor, “el más alto poeta de Norteamérica después de Walt Whitman”, o en su admiración por F. W. Murnau, genio capaz tanto de la depuración de El último, en la que renunciaba a los intertítulos y confiaba la narración toda a las imágenes, como de la colosal sofisticación de Amanecer, cuyo film último, Tabú, provocó gran impacto en la crítica coruñesa: “Y al llegar al patético final, cuando la fatalidad del «Tabú» plasma en un leve oleaje y una música que va apagándose, apagándose, y unas tablas que flotan… nos sentimos empequeñecidos ante la grandeza del poema”.
En “Nuevo valor del silencio” (1932) critica “aquella torpe, balbuciente racha” en que, con la llegada del sonido a las salas, las películas se volvieron parlanchinas y se llenaron de canciones y ruidos; “los grandes directores actuales”, dice, “dan otra vez su pleno valor al silencio”. En pleno apogeo del cine de gánsteres cuestionará con ironía el exceso de títulos de temática criminal: “Una descarga cerrada nos da la bienvenida. Después un tiro. Otro tiro. Tres tiros. Cien tiros, surgiendo de diversos sitios. Y enseguida el tableteo mortífero de una ametralladora”. La misma ironía con la que en el artículo “Características”, allá en 1926, parodiaba las formas más tópicas de los cines nacionales comparando una producción americana, una francesa, una italiana, una alemana, una rusa y una española. Su labor llamó la atención de la Paramount, que la fichó cómo asesora. Esa misma productora puso el ojo luego en otra gallega pionera en la crítica cinematográfica, Hortensia Blanch Pita, “Silvia Mistral”.
Después del golpe de estado de 1936 María Luz Morales asumió durante unos meses la dirección de La Vanguardia a propuesta del comité del periódico con el objetivo de mantener la empresa en marcha. El triunfo fascista hizo de ella víctima de la represión; pasó unas semanas en la cárcel, fue procesada y perdió su trabajo como periodista. Hizo traducciones y adaptaciones de obras clásicas para el lectorado más joven, así como una historia ilustrada del cine en tres volúmenes, pero también escribió obras completamente originales. Es el caso de Balcón al Atlántico, acto de amor a A Coruña -Marineda en sus páginas, al estilo de Emilia Pardo Bazán- que prueba su estrecha conexión con una ciudad que nunca le fue ajena. La novela, ambientada en el tránsito del siglo XIX al XX, tiene como protagonista a Lupe, una muchacha ingenua y soñadora, hija de una familia venida a menos con pazo y propiedades en el rural, un universo que la joven descubrirá extasiada, embriagada por “el aire libre y el campo abierto, la caricia del Sol en mi piel y los dedos del viento en mis cabellos, el contacto del agua límpida, fría, de fuentes y regatos en mis piernas y mis pies descalzos”. En esa casa de aldea conocerá también la bondad de Rosa de Anido, un nombre (y un personaje) que de forma obvia asociamos a Rosalía de Castro. Un matrimonio concertado con un rico heredero en Cuba motivará un giro en la trama, un relato de ímpetu romántico y prosa torrencial, cuidadísima, en la que abundan las palabras y expresiones gallegas. Y siempre A Coruña omnipresente, con la lluvia, el viento y las gaviotas, el mar del Orzán, las huertas de Garás, el Relleno o la calle Real donde las hermanas de Lupe, ya adolescentes, “pasaban horas muertas en la sala de un fotógrafo que, por dos reales la entrada, exhibía unas vistas de carreras, sustos, viajes a la Luna y danzas de serpentinas en colores”. Y, sobre todo, el jardín de San Carlos con los olmos que guardan la tumba de sir John Moore, espacio simbólico principal de esta novela apasionante.
* Publicado originalmente en gallego en Nós Diario el 11 de julio de 2024.
Martín Pawley / Copyright 2025

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