EL ROSTRO: POÉTICAS EN TENSIÓN

EL ROSTRO: POÉTICAS EN TENSIÓN

por - Críticas
27 Jul, 2014 06:51 | comentarios

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Por Marcela Gamberini

Con El rostro, Gustavo Fontán sigue apostando fuerte, corriendo riesgos, sellando una filmografía que es en la Argentina incomparable con ninguna otra. Un cine que se ancla en la filosofía de la imagen y funda una poética que entra en una extensa pero flexible tensión con la narrativa más tradicional y habitual.

Lo sensible entendido en este caso como la primacía de los sentidos recorre (como en sus películas anteriores) la superficie luminosa de sus películas. Allí donde otros cargan las películas de múltiples sentidos plasmando las películas de relatos varios, Fontán esparce sentidos que son sensoriales, trabajando afanosamente en la superficie del registro de las imágenes. Lo sensorial es, en el caso de Fontán, la fundación de una nueva narrativa. La luz, la rugosidad, el grano, la temperatura, la calidez de los colores, los reflejos son sus matrices, los materiales nobles con los que Fontán amasa sus películas.

El rostro, Gustavo Fontán, Argentina, 2013

En el caso de El rostro, lo primitivo es entendido como el origen pero a la vez, como la llegada. Punto de partida que se hace ruta, camino, sendero, río y se transforma a la vez en el punto de llegada. Concepción filosófica del tiempo que no es circular, sino que implica, retiene y avanza, no olvida, no deja caer, sostiene en su transcurso y siempre suma. Ese hombre en su bote, en el medio de la niebla, en el medio del río; es el hombre primitivo y la vez es el hombre del presente -este presente siempre inasible e inexacto- y a la vez es el hombre en el futuro, que se queda con lo simple, lo sencillo, lo básico. La comida, la sonrisa, la amistad, el amor, los animales: trascienden los tiempos, los espacios, hasta las cosas mismas. El ayer, el hoy, el presente, el pasado; las imágenes de archivo y las actuales; el digital, el súper 8, el 16mm; lo real, lo fantasmático; conforman el universo de un realizador conceptual. Todo esto forma un ensayo poético, donde la brisa de afuera levanta sutilmente las cortinas y la densidad del aire de adentro se condensa en los márgenes de las imágenes. Nadie habla o todos hablan pero el origen de las voces aparece fuera de campo. Los sonidos del silencio y los rumores de la naturaleza están presentes; la naturaleza aparece en su esplendor y en su gloria. Mientras la película avanza, crece, los ruidos se incrementan: el ruido de los pasos, las ramas que crujen.

La cámara en el comienzo –y no sólo de la película, sino de cine en general- se ubica en el bote y recorre, como en los orígenes, el borde del río, la orilla que se abisma sutilmente. Sobre el final, esa cámara, esos ojos imperceptibles pero presentes, se alejan, dejándonos en la ambigüedad de lo real.

El cine de Fontán es conceptual; sus conceptos y sus ideas trascienden tiempo y espacio. No están puestos para hacer empatía con el espectador, están, porque valen en sí mismos, ontológicamente. Figura largamente devastada, Fontán recupera para el cine nacional la noción de Autor. Este Autor desactiva y activa al mismo tiempo la idea de la ficción, se distancia y se acerca críticamente, de algún modo sabotea la idea de la narrativa tradicional e instaura otra cosa, un nuevo modo de percibir el fenómeno cinematográfico, más empírico, más sensorial. En este caso el Autor vuelve (tantas veces mataron su figura, la sacrificaron en pos de múltiples suposiciones) como soporte de su película, como sus ojos, no como su causa. Tal vez la contemporaneidad tenga que ver con el Autor que “se hace” en el tiempo; ya no es alguien que se queda afuera de su obra, sino que está adentro de su película, haciéndose, construyéndose en sus propias películas. Inoculándola de sus obsesiones, sus tensiones, sus fantasmas; el gesto de Fontán es apropiarse de su obra desde adentro.

La poética Fontán es digresiva, fragmentaria y a la vez completa; su obra es única: lleva su sello, su personalidad, permanece ajena a modas y a ciertas costumbres; relevando los pasados, honrándolos, dignificándolos, y la vez celebrando un futuro complejo y ambiguo, distanciado de miradas postapocalípticas, lleno de gloriosas subjetividades.

Marcela Gamberini / Copyleft 2014