RETROSPECTIVA ROBERT SIODMAK: REFINAMIENTO VISUAL Y AMBIGÜEDAD MORAL

RETROSPECTIVA ROBERT SIODMAK: REFINAMIENTO VISUAL Y AMBIGÜEDAD MORAL

por - Festivales
22 Oct, 2019 06:00 | Sin comentarios
El más alemán de los directores alemanes que trabajaron en Hollywood durante la época clásica es sin duda uno de los grandes cineastas de todos los tiempos, más allá de que los diccionarios no lo vindiquen como tal. La retrospectiva incompleta celebrada en la Sala Lugones confirmó la talla del cineasta.

Robert Siodmak pertenece a esa categoría de directores – a pesar de los innegable valores de su obra, sobre todo en la etapa americana- con reconocimiento tardío (vg, en el muy completo Diccionario de realizadores del cine norteamericano de la revista Hablemos de Cine no figura).

De padres alemanes, su nacimiento se produjo fortuitamente en los Estados Unidos en 1900, pero su vida hasta el período de pre-guerra transcurrió en Alemania. En su juventud trabajó en un banco, pero la ruina de su padre, a la sazón un próspero hombre de negocios, cambiaron el rumbo de su vida, naciendo su vocación por el cine. Sus comienzos fueron como rotulista de películas mudas y asistente de montaje y esas tareas le permitieron conocer al dedillo los secretos del oficio.

En 1930 convenció al productor Seymour Nebenzal de que financiara un guion escrito por su hermano Kurt (un escritor de cierta nota que realizó también numerosos guiones e incluso dirigió algunas películas), y su amigo Billy Wilder y el resultado fue la sorprendente Gente en domingo. La calidad de ese film provocó que Erich Pommer, mandamás de la UFA, lo contratara.

Desde sus primeros trabajos, Siodmak mostro su gusto por las historias policiales en las que podía desarrollar su fascinación con el expresionismo. Su condición de judío provocó, ante el crecimiento del nazismo, su exilio en Francia donde realizó varias películas, dos de ellas, Mollenard y Trampas, valiosas, pero la ocupación del país por los nazis hizo que nuevamente tomara el camino del exilio, esta vez hacia los Estados Unidos, donde ya estaban radicados numerosos directores europeos. Allí trabajó para la productora Universal, especializada en films de género de clase B y en ella desarrolló su carrera en Hollywood. Tras algunos films de interés relativo, fue a partir de 1944 que su obra alcanzó auténtica relevancia, realizando una serie de títulos encuadrados dentro del film noirde inusual calidad, entre los mejores que ha dado el género (una curiosidad de esos films es que en varios de ellos aparece el tema musical I Remember April, ya sea en la banda de sonido o ejecutado y/o cantado por algún intérprete) y cerraría su etapa americana, antes de retornar a Europa con El pirata hidalgo, un muy entretenido film de aventuras. De regreso en el viejo continente realizó varias películas, con un par de títulos recordables.

Es probable que el hecho de trabajar para la Universal, una productora dedicada en general a trabajos de género de escaso presupuesto y sus continuos cambios de lugar de residencia hayan conspirado para que la obra de Robert Siodmak tenga un reconocimiento menor del que merece. El núcleo central de su obra, la serie de films noirs realizados en Hollywood muestran las características esenciales de su cine, esto es, un notable refinamiento visual siempre ligado al expresionismo alemán (Andrew Sarris lo definió como el más alemán de los directores de Hollywood) y una serie de historias turbias y perversas, plagadas de personajes de ambigua moral. En este género consiguió varios títulos notables (algunos vistos en esta muestra, otros, lamentablemente no, como es el caso de El sospechoso, con Charles Laughton interpretando con su cara de niño grande asustado a un atribulado y ambiguo personaje, Una vida marcada, uno de los mejores trabajos del generalmente pétreo Victor Mature, Thelma Jordonen el que Barbara Stanwyck interpreta a una de sus memorables femmes fatalesy la sorprendente Luz en el alma, interpretada por dos divos del cine musical, Gene Kelly y Deanna Durbin). En esas películas, el notable uso de la luz y el sonido creaba atmósferas pesadillescas y cargadas de un inexorable fatalismo.

En la Sala Lugones del Teatro San Martín se presentó una retrospectiva de Robert Siodmak integrada por trece películas, entre las cuales están varios de sus títulos esenciales. Pasaré entonces a reseñarlos brevemente, dejando de lado tres que me parecen menores.

Gente en domingo (1930) es un muy buen debut del director y cuenta con varios elementos curiosos. El primero es que la película está co-dirigida con Edgar G. Ulmer (director de Hollywood atípico si los hay), en el guion participan Billy Wilder y su hermano Kurt Siodmak y en la fotografía Eugene Schufstan y Fred Zinneman, todos personajes que luego harían una importante carrera en Hollywood. Por otra parte, el film incorpora actores no profesionales y fusiona elementos de ficción y documentales que se anticipan a películas realizadas varias décadas después. El film está estructurado como una serie de ligeras viñetas, con un expresivo uso de los primeros planos, y narra historias que incluyen infidelidades que llaman la atención por la franqueza y atrevimiento para la época con que  relatan una serie de flirteos sexuales.

En su exilio francés, Siodmak, realizó varias películas y una de las más recordables es Mollenard (1938). La historia está centrada en un marino que –en parte por vocación, y en parte por estar lejos de su altanera y aristocrática esposa- pasa el mayor tiempo posible comandando su barco, en el que se dedica a algunos negocios non sanctos, como el tráfico de armas. Luego de un incidente con un competidor y que su barco tuviera problemas retorna a su hogar, sufriendo un ataque que lo dejará postrado. Con dos partes bien diferenciadas, el film –más allá de algunos toques expresionistas de la fotografía de Eugene Shuftan- está encuadrado dentro del terreno del llamado realismo poético del cine francés de los años 30. Incluso, el personaje interpretado por Harry Baur tiene claras reminiscencias de los antihéroes que protagonizara Jean Gabin. Una atractiva comedia dramática aunque no a la altura de los grandes films del director.

Característico producto de la Universal de esos años, El hijo de Drácula (1943) se ve potenciado por el estilizado trabajo visual y de cámara de Robert Siodmak, adaptando una historia original de su hermano Kurt que ofrece algunas curiosas variaciones sobre el mito vampírico. Si bien la caracterización de Lon Chaney,Jr. como el maléfico conde no tiene la imponente presencia de Bela Lugosi o Christopher Lee, la lograda atmósfera del film, un buen reparto de personajes secundarios y un convincente tramo final, consiguen que la película se convierta en una experiencia disfrutable.

Cornell Woolrich (también conocido como William Irish) es uno de los escritores que más adaptaciones cinematográficas ha tenido. Directores célebres (vg., Hitchcock, Truffaut), otros menos relevantes y también en estos pagos hubo películas basadas en sus relatos (una de León Klimovsky y dos muy buenas de Carlos Hugo Christensen)  Robert Siodmak se agrega a la lista con La dama fantasma (1944), adaptación de uno de sus numerosas novelas y el primer film exitoso del director en Hollywood. A mitad de camino entre la película de misterio y el film noir, en esterelato sobreun hombre acusado de la muerte de su esposay que solo tienecomo coartada a una misteriosa mujer sin nombre, el director revierte algunas de las coordenadas clásicas del género (se conoce al asesino en la mitad de la película) y recurriendo a una iluminación de tintes expresionistas y a una serie de personajes elusivos consigue un relato de creciente suspenso, en el que Franchot Tone interpreta a un personaje alejado de sus protagónicos habituales.

Cierto aroma “hitchcockiano” se desprende de Amor que mata (1945), ambientada en un pequeño poblado, en el seno de una familia en decadencia económica a causa de la Depresión. Allí vive un tímido e introvertido  hombre con sus dos hermanas, una viuda y sufriente, la otra manipuladora y posesiva. La crisis se produce cuando llega de Nueva York una muchacha desprejuiciada y liberal y entra en relación con el protagonista. Lo que comienza como un melodrama doméstico se va enrareciendo progresivamente en un riguroso e implacable crescendo que desemboca en el crimen y la transferencia de la culpa hasta llegar a un final desolador. El absurdo happy end impuesto por los productores y/o la censura no logra disipar la sensación de incomodidad y desasosiego que trsmite el film, uno de los trabajos más perturbadores del realizador.

Mucho es lo que le deben los cultores del giallo italiano a Siodmak por La escalera de caracol (1946), una película ambientada en una mansión de Nueva Inglaterra en la que un asesino serial se dedica a matar mujeres con alguna deficiencia física o discapacidad. La heroína del film es una criada que ha perdido circunstancialmente el habla (un notable trabajo de Dorothy McGuire) y es perseguida por el homicida. Incursionando en el terreno del terror gótico, Siodmak desarrolla a través de un formidable trabajo de cámara, un auténtico festival de luces, sombras y sonidos, con una gran utilización de la música y manejando con destreza las vueltas de tuerca que propone el relato al que también –teniendo en cuenta la época en que se rodó el film- se le puede dar incluso una lectura política. Una película que muestra la ductilidad del director y que ha crecido con el paso del tiempo.

Los asesinos, el brevísimo relato de Ernest Hemingway (apenas una carilla de extensión), dio origen al menos a tres versiones cinematográficas, de las cuales la mejor es la que realizara Robert Siodmak en 1946 (las otras son de Don Siegel y un corto iniciático de Andrei Tarkovski). Tras una brillante secuencia inicial -que correspondería al núcleo del relato original-, el guion no acreditado de John Huston reconstruye la historia del hombre asesinado a través de sucesivos flashbacksque modifican constantemente el punto de vista del film. Varias de las constantes del cine negro están aquí presentes, tal el caso de la ambigüedad moral de algunos personajes, el uso de contrastado de luces y sombras de matices expresionistas, la inevitable femme fatal, el hálito de pesimismo que atraviesa el film y la música omnipresente de Miklos Rozsa. Uno de los títulos esenciales, no solo de Siodmak sino también del género.

Como se dijo, los títulos más representativos y valiosos de la obra de Siodmak se encuentran dentro del género noir y uno de ellos es Sin ley y sin alma (1949), un film que podría bien ser una continuación de Los asesinosy no solo porque también está interpretado por Burt Lancaster. Construido narrativamente, como aquel título, a través de un prolongado flashback, narra el asalto de un camión blindado, aparentemente inexpugnable, en el que se ve envuelto el protagonista y que tendrá trágicas consecuencias. Con una sobria caracterización de personajes (hay algún secundario memorable, como el barmanque interpreta Percy Helton, más untuoso que nunca), una femme fatalde tortuosa conducta y uno de los clásicos memorable villanos que solía componer Dan Duryea, el film es uno de los grandes exponente del género y en este caso no está lastrado por el habitual final feliz impuesto por los productores.

A mediados de los años cincuenta, Siodmak regresó a Europa, donde desarrolló hasta sus últimos días una filmografía marcadamente irregular. Uno de los títulos valiosos de esa etapa es De noche, cuando vino el diablo(1957), que está rodado en Alemania, ambientado en la última etapa de la dictadura nazi y que está basado en la historia real de un asesino serial de mujeres. Curiosamente los elementos de thrillerofrecen algunas discontinuidades narrativas, siendo en ese terreno lo más interesante el carácter oligofrénico del asesino que, además, era un alemán de pura cepa, algo que provocó que el régimen lo ocultara y buscara un chivo expiatorio de otras características. Pero tal vez el aspecto más interesante de la película sea el registro por momentos documental de la vida cotidiana de una Alemania empobrecida y en decadencia y la descomposición que va mostrando el régimen, expuesta a través de la conducta de diferentes personajes en esta suerte de ajuste de cuentas del director con el nazismo.

Antepenúltima película de su filmografía y única incursión de Siomak en el terreno del western, La última aventura (1967) es un nuevo biopicsobre el legendario general George Armstrong Custer, a quien ya le habían dedicado películas, el gran Raoul Walsh, convirtiéndolo en un héroe, y Arthur Penn, con una mirada marcadamente crítica sobre el personaje. Siodmak, con la característica ambigüedad con que retrata a sus protagonistas, estaría a mitad de camino de las dos posiciones en este film rodado en España. Había visto la película hace mucho tiempo y no tenía un muy buen recuerdo, pero revisado hoy es, a pesar de sus indudables desniveles, uno de los trabajos más interesantes del director de su última etapa europea. En el haber del film están las escenas de acción, rodadas con evidente oficio, una mirada bastante ácida sobre el accionar de los políticos y una buena galería de secundarios, entre los que se destaca Robert Ryan, que se roba el film en dos memorables escenas. En el debe, la mencionada ambigüedad, que no ofrece una posición clara del director sobre el protagonista y algún personaje poco logrado, como la esposa de Custer, interpretada por una Mary Ure que parece estar desconcertada por participar en el film. Un trabajo del director interesante pero no del todo satisfactorio.

Robert Siodmak a pesar de la notable carrera que desarrolló, sobre todo en los Estados Unidos, no posee el reconocimiento que merecería, por lo que a esta retrospectiva hay que calificarla como uno de los acontecimientos cinéfilos del año.

Fotogramas: Gente en domingo; 2) Robert Siodmak; 3) Mollenard; 4) La escalera de caracol; 5) La última aventura. 

Jorge García / Copyleft 2019