FICIC 2018 (02): LARGOMETRAJES EN COMPETENCIA

FICIC 2018 (02): LARGOMETRAJES EN COMPETENCIA

por - Festivales
02 May, 2018 09:37 | Sin comentarios
Acerca de las nueve películas en competencia de largometraje.

Baronesa, Juliana Antunes, Brasil, 2017

El misterioso vitalismo de esta extraordinaria ópera prima radica en que todo su relato transcurre en un barrio periférico de Belo Horizonte, un territorio de existencia signado enteramente por la supervivencia y la amenaza de la muerte; la guerra entre grupos vinculados al comercio ilegal de drogas se siente en todo momento, aunque prácticamente la violencia de ese orden social permanece en fuera de campo y se la conoce más por sus consecuencias. La inolvidable Andreia, una mujer muy joven que subsiste como manicura y que desea mudarse a otra localidad, y su amiga más cercana, Leidiane, comparten una cotidianidad no exenta de momentos felices, a veces de una innegable sensualidad. El ocio de los desposeídos resulta una transgresión política frente al típico retrato biempensante y sociológico en el que se prefiere extenuar la representación con sufrimiento y actos salvajes.  

Buenos al Pacífico, Mariano Donoso, Argentina, 2018

La vida es sueño, dijo alguna vez un dramaturgo español, y algo similar afirmó un poeta chino; se podría decir también que la vida puede ser una pesadilla. La cuarta película de Donoso es un sueño personal poblado por multitudes. Está su madre muerta y los hijos, Perón y su pueblo, los Lumière y sus trenes, el último operario de una empresa ferroviaria antes de que el primer movimiento neoliberal en Argentina la desmantelara, Proust como accionista, Saer como referencia, Spinoza como intuición filosófica; este sueño es el del “siglo de la intenciones”, o de cómo un sistema general del movimiento pudo duplicarse en imágenes y sonidos para signar la vida del trabajo y del espíritu del siglo XX. Los sueños de Donoso se escenifican en las ruinas de una Argentina ya fantasmal, como también sucede con los materiales que acopia para dialectizar lo que registra hoy con los archivos de ayer. El conjunto da como resultado un film sobre los trenes, el cine y el cuerpo, potencia de trabajo y explotación.

Córdoba sinfonía urbana, Germán Scelso, Polo Obligado, Daniela Goldes, Antonio Natalia Comello, Martín Álvarez, Manuel Torrado, Micaela Conti, Argentina, 2018

Lo primero que se necesita es establecer un perímetro e identificar la fuente insustituible de subsistencia, el agua. Bajo esa lógica de registro y recorrido empieza este riguroso film que elige tener como protagonista a una ciudad, un conglomerado espacial determinado por experiencias lingüísticas, decisiones arquitectónicas, prácticas culturales y posiciones políticas donde habita un cuantioso número de hombres y mujeres de distintas clases sociales. Como tal, la ciudad es un ecosistema, donde lo orgánico y lo inorgánico configuran múltiples tiempos. Todo esto se ve y se oye, porque la compilación de planos y el concepto sonoro consiguen desnaturalizar sistemáticamente cualquier postal acrítica. Las elecciones de puesta en escena destilan una precisión notable: una protesta, un puente, un rostro, la lluvia o un caballo dejan de ser una pieza decorativa aislada para devenir en expresiones de la ciudad de Córdoba.

Deriva, Helena Witmann, Alemania, 2017

Nunca se sabe del todo lo que empuja a alguien o a algo a un repentino cambio de orientación. La propia película experimenta a los 40 minutos una deriva y se fuga de su tenue hilo narrativo hacia ese espacio de la experiencia del mundo que es uno de los orígenes privilegiados de la narración: el océano. Hasta ahí, dos amigas, quizás amantes, después de compartir un tiempo libre frente a un paraje turístico en invierno, se despedirán. Una seguirá en Hamburgo y viajará al Caribe, acaso por trabajo, la otra volverá a Argentina. Eso es todo, pero Drift es más que eso. Éxtasis perceptivo y viaje sensorial; justamente en el mar, en lo otro radical de la civilización, es paradójicamente donde, quizás por temor y horror, nacen los relatos. Allí vivieron cocodrilos gigantes, monstruos marinos y otras bestias, como dicen al pasar las dos amigas; allí también vive el cine.

El silencio es un cuerpo que cae, Agustina Comedi, Argentina, 2017

Esta delicada y amorosa indagación sobre la memoria familiar y restitución de la figura paterna en tanto sujeto de deseo es también una reconstrucción histórica de la rigidez moral de un tiempo pasado y una confrontación con los límites de la imaginación política en materia no partidaria y revolucionaria respecto del uso de los placeres en la vida íntima. La inquietud de la directora excede una eventual y legítima aspiración terapéutica al revisar la historia de su padre en su juventud y los amigos y comunidades que frecuentaba. El archivo familiar y la película doméstica funcionan aquí como una evidencia insuficiente que reclama formular nuevas preguntas y trabajar sobre los registros audiovisuales del propio protagonista fantasma, que solía filmar prácticamente todo, incluso su propia muerte, para divisar aquello silenciado y sabido. Solamente un enemigo de la libertad puede desdeñar un film como este.

Entzungor, Ander Parody, España, 2017

La película más enigmática del cine español reciente gira en torno a un personaje folclórico propio del carnaval de Lantz: Ziripot, una entidad benevolente a la que maltratan impidiendo que pueda hacer lo que sabe: contar cuentos. Parody emplea ese fondo popular y sigue la errancia del personaje que va de un lado a otro sorteando dificultades, además de toparse con Zaldiko, que suele dejarlo boca arriba en el suelo. Como si se tratara de un extensa escenificación onírica, la verdadera confrontación de Ziripot es con el cristianismo, acaso el administrador de todos los relatos posibles, que reclama la conversión del personaje; es un combate simbólico que tiene siglos. El paganismo merodea, la vocación inquisidora también, del mismo modo que el propio film participa de otra contienda secular en el seno de los modelos de normalización del relato cinematográfico y la eventual disidencia respecto de estos. Solo resta decir que Entzungor prodiga varios planos hermosos. 

Érase una vez Brasilia, Adirley Queirós, Brasil, 2017

El presente social y político de Brasil es casi intratable e inaprehensible. ¿Cómo filmarlo? Queirós intuye que la realidad brasileña es propia del universo simbólico de la ciencia ficción, y así concibe una distopía militarizada en un tiempo impreciso aunque actual donde el mismísimo sol parece haber sido abolido; el fuera de campo de la estrella que nos ilumina materializa un estado de ánimo generalizado. Brasil es un país hundido en la oscuridad. En este escenario casi apocalíptico, una mujer que estuvo presa, un músico y un viajero intergaláctico de un planeta llamado Karpenstahll con la misión anacrónica de asesinar a Juscelino Kubitschek son los protagonistas de un conjunto de episodios que delinea una situación anímica y política. En el cine plebeyo de Queirós, la imaginación sustituye la escasez de recursos económicos y la impotencia política de un pueblo se conjura momentáneamente en un discreto llamado a la rebelión.

La imagen imposible, Sandra Wollner, Alemania-Austria, 2016

La cotidianidad de una familia vienesa en tiempos de la posguerra a mediados de la década de 1950 es la superficie narrativa de este notable debut, suerte de diario documental realizado por una joven adolescente con dificultad para caminar que, tras la muerte de su padre, filma compulsivamente a su familia. La colosal puesta en escena evapora los procedimientos formales, a tal punto que la ficción no pareciera pertenecer a este universo donde el pasado tenebroso de la región, los recuerdos quebradizos de la vida personal y la clandestinidad de ciertas prácticas médicas desentonan tenuemente con la vida doméstica, que luce armoniosa. La textura del registro reenvía el relato inevitablemente al pasado, como si el film partiera de materiales hallados, apariencia desmentida cuando el movimiento en el espacio rompe con la lógica subjetiva del registro. Nada es lo que parece.

Las Vegas, Juan Villegas, Argentina, 2018

La tradición del film es reconocible de inmediato. Las Vegas pertenece a eso que Stanley Cavell denominó “comedia de enredo matrimonial”. Un hombre y una mujer que habían estado casados vuelven a elegirse, casi sin proponérselo y en general en circunstancias en las que existe un tercero. Tales comedias solían intuir el misterioso tiempo del deseo y trabajaban sobre la velocidad del lenguaje y su relación con el comportamiento. Esa tradición palpita en Las Vegas, en el reencuentro en Villa Gesell entre Martín y Laura (otro trabajo sobresaliente de Pilar Gamboa), ya separados por años y con un hijo adolescente. Lo destacable del caso es que la adaptación del género al contexto vernáculo esquiva el torpe costumbrismo y a la vez sitúa con éxito la tradición aludida en el marco reconocible de una cultura de clase media porteña.

Fotogramas: 1) Buenos Aires al Pacifico (encabezado); 2) La imagen imposible.

Roger Koza / Copyleft 2018