WOODY ALLEN EN EUROPA: ELLOS DESCANSAN EN LA REVUELTA

WOODY ALLEN EN EUROPA: ELLOS DESCANSAN EN LA REVUELTA

por - Críticas
20 Sep, 2012 10:02 | comentarios

A Roma con amor

Por Santiago Gonzalez Cragnolino

En el mes de agosto se estrenó en Córdoba el último film de Woody Allen, A Roma con amor (2012),su película número cuarenta y dos como director. También se estreno Figuras de la guerra (2010), ópera prima de un director francés, un tal Sylvain George.

Allen no necesita mucha introducción, en Argentina y en muchos rincones del planeta gran parte del público lo considera un maestro indiscutible. Curiosamente no es tan así en Estados Unidos: el hombre no consigue financiamiento para las películas que quiere hacer en su propio país, no es profeta en su tierra, parafraseando al viejo libro. Es en Europa donde Allen encontró asilo, en forma de reverencia y euros para poner en pantalla sus últimas ocurrencias. En la Europa Occidental, el viejo Woody tiene todas las puertas abiertas de par en par: ya se paseó por Inglaterra, España, Francia e Italia. De todas estas excursiones, probablemente la mejor e indudablemente la más rentable fue Medianoche en París (2011), su película más exitosa desde la lejana Annie Hall (1977). La película protagonizada por el talentoso Owen Wilson cuenta la pequeña fábula sobre un escritor, Gil Penderton, que junto a su novia y sus adinerados suegros hace un viaje de lujo a París. Gil no solo es un visitante de la ciudad francesa, es un visitante del tiempo: cuando suenan las campanadas de la medianoche, como una suerte de cenicienta, se le cumple su deseo más profundo: viajar al París de los años ’20. Eso le permite salir de juerga con simpáticas caricaturas de Hemingway, Dalí, Buñuel, Picasso y un largo etcétera. De día es un turista más que se pasea por las imágenes de París a las que estamos habituados: el Louvre, el Sena, Versalles. Bonitos fondos para la interacción entre el personaje de Wilson y, nuevamente como la cenicienta, las tres arpías que lo acompañan: su novia, su suegra y su suegro. En estas tres figuras deposita especialmente Allen su desprecio: los tres representan el pensamiento más rancio y conservador de la clase alta yanqui. Ahora, si bien el director se permite lanzar algunas críticas al paso, Allen parece estar muy cómodo en el lugar en el que se posiciona. Codeándose con el jet set, filmando locaciones hermosas y deslizando críticas frívolas a esa burguesía a la que no le suelta la mano ni por un segundo.

Figuras de guerra

Es llamativo que no haya ni siquiera un indicio, alguna pista de un estado de cosas que no parece ser precisamente un cuento de hadas. No hay ni rastros de esa Francia que muestra el responsable de Figuras de la guerra, el mencionado Sylvain George. Si Allen se coloca en el glamoroso centro del país, George hace un cine periférico, en más de un sentido. En Figuras de la guerra nos sitúa en Calais, en el extremo norte de Francia, lugar de paso para ingresar a Inglaterra desde el país galo. Allí, por más de tres años documentó con su cámara lo que sucede con los inmigrantes ilegales, de extracción africana, turca, afgana; varados todos en ese coto de caza de la policía de inmigración. No solo marginados, discriminados también perseguidos, los protagonistas del film de George son los enemigos imaginarios de lo que se da en llamar primer mundo. El director francés registra los testimonios de estos sujetos obligados a vivir huyendo dentro de los márgenes de una cárcel al aire libre y sin el confort de una celda. Vemos a los protagonistas de Figuras de la guerra bañarse en el río, refugiarse bajo un puente para pasar una noche fría, degustar una sopa hecha a base de cabeza de pescado.

Pero Sylvain George no es un mero observador, ni es el nuevo abanderado de un cine de denuncia vetusto, ese cine que como dispositivo se vale de imágenes de los desposeídos para sostener consignas políticas que bien podrían ser transmitidas en un panfleto. El cine de George no sólo expresa disenso, lo hace sentir. Su película es poderosamente política porque crea una experiencia, configura otra percepción del paisaje a través de las armas sensibles del cine. Imágenes y sonidos por supuesto, pero también silencios punzantes y pantallas en negro igualmente intensas.

En Figuras de la guerra el cineasta traza con planos cinematográficos un mapa que no se encuentra en ningún atlas. Es en esos planos que vemos las fronteras reservadas solo a los inmigrantes: planos de muros, de rejas, de paredes, de alambrados. Si Woody Allen se da el lujo de homenajear los techos de París, los de René Clair especialmente, los de tantos otros; Sylvain George, tan lejos de su colega norteamericano, no puede despegar del piso de Calais. Figuras de la Guerra está filmada al ras del suelo, ese suelo del que no pueden escapar sus protagonistas. Desde el suelo en contrapicado es de donde filma George a sus entrevistados, quizás con cierta admiración después de verlos pasar por todo tipo de vejaciones y observar que siguen de pie.

El soporte elegido por el cineasta es perfecto para su búsqueda: la imagen digital, en un blanco y negro fuertemente contrastado, su registro seco le da una textura particular a Figuras de la guerra. Como si siempre viéramos una subjetiva de los inmigrantes de Calais, la textura nos sumerge más en la experiencia. Incluso cuando filma los elementos, la sensación es la de estar atado, sujeto a la tierra; a la intemperie pero asfixiado por los límites. El cielo es un bloque de granito. El agua del mar una superficie ríspida, rugosa, áspera. En contraste, las imágenes de Medianoche en París son brillantes, lustrosas, coloridas, sedosas, sospechosamente cautivantes.

La rosa púrpura del Cairo

Y aquí no se trata de contraponer nociones como las de un cine “comprometido” versus un cine “de entretenimiento”, dicotomía falsa pero muy difundida. Después de todo el propio Allen es el autor de esa hermosa oda al escapismo que es La rosa púrpura del Cairo (1985), a su vez un verdadero gesto de compromiso al cine. Se trata de preguntarse porque un cineasta se dedica a filmar millonarios paseando por míticas capitales de la prosperidad y otro afirma que en el mismo continente se avecina una guerra. Se trata, a la hora de pensar estas películas, de poner de relieve todo tipo de distancias. La distancia de dos propuestas cinematográficas concretas. La de un cineasta octogenario aparentemente ya muy cómodo en su posición de estrella y la de un cineasta joven que llama con urgencia a la insurrección. La distancia de las miradas de cada uno: desangelada en el caso de Allen con respecto a las criaturas que sin embargo insiste en filmar película a película. La búsqueda de acercamiento, el intento de empatizar con sujetos que viven una realidad terrible y lejana, en el caso de George. Y desde esa empatía, la rabia como sentimiento concomitante en la mirada de quien filma.

La distancia entre Calais y París es de menos de 300km. La de Calais e Inglaterra de 35km. La distancia entre los ricos que filma Woody Allen y la de los inmigrantes de Sylvain George no se mide en kilómetros y es abismal. También lo es la de las propuestas cinematográficas de cada director.

Santiago Gonzalez Cragnolino / Copyleft 2012