WESTERN

WESTERN

por - Críticas
24 Jun, 2018 03:20 | comentarios
La amistad, el lenguaje y la política definen e relato de la extraordinaria película de Valeska Grisebach.

EL LENGUAJE DE LA AMISTAD

Nadie recuerda pormenorizadamente el momento en el que surgió una amistad. Como en la mayoría de las cosas, el azar conspiró para que un intercambio de palabras, una interacción sin ningún objetivo o un encuentro obligado por motivos ajenos a cualquier ligazón afectiva se transformara en una de las experiencias más estimadas en el inmenso arco de posibilidades que definen la vida de un hombre o una mujer.

En efecto, una empatía inesperada reúne a dos extraños que más tarde se confiaran casi todo, las alegrías y las tristezas, los miedos y las mezquindades, los anhelos y los logros. Una amistad se mide por lo que se dice y también por lo que se calla, por la comprensión que se tiene frente a ciertas cosas y las posiciones que se eligen ante ciertas cuestiones decisivas. La lealtad afectiva es a veces más poderosa que la fidelidad a una idea. Siempre hay desafíos al respecto.

No es estrictamente un género cinematográfico, pero las películas que se ciñen a la amistad suelen ser hermosas. Western es una de ellas, incluso cuando hay otras cuestiones de ostensible relevancia que rodean el nacimiento de la amistad. Que resplandece en el relato. El tercer film de Valeska Grisebach no se limita a lo que sucede con dos hombres que ni siquiera comparten una misma lengua. El capítulo histórico más lúgubre del siglo pasado y la dinámica del capitalismo global están sigilosamente presentes, sombras y realidades que condicionan la percepción que se tiene de cualquier extranjero en el territorio elegido.

Western, Alemania-Bulgaria-Austria, 2017.

Escrita y dirigida por Valeska Grisebach.

Western transcurre en una aldea perdida en Bulgaria, cercana a Grecia. Los obreros de una compañía alemana tienen que construir una planta hidroeléctrica. Los primeros minutos están dedicados a la cotidianidad de los operarios, tanto a los momentos de trabajo como a los de ocio. La labor es físicamente exigente y, por la zona en la que están instalados, los estímulos son mínimos. La naturaleza virgen permite un descanso al sol y algunos juegos que son insuficientes para llenar las horas libres. El bucólico paisaje no sirve aquí como un contrapunto de la rudeza del grupo humano en cuestión donde se pueda hallar cobijo y reparo. Una panorámica de un buldócer en el medio del río y la bandera alemana flameante en las improvisadas habitaciones que desentonan con el ecosistema son suficientes para demarcar una sospecha que un simple sustantivo puede transmitir: ocupación. En algún momento, los habitantes de la aldea recordarán la presencia alemana unas décadas atrás, cuando los soldados alemanes obedecían las órdenes de Hitler.

No todo es sugerencia. La escena más incómoda está al principio, cuando los hombres están pasando un rato libre al lado del río y un grupo de mujeres locales vienen a bañarse. Lo que precipita la trayectoria de un sombrero por el río en relación a esas mujeres y uno de los líderes del grupo augura una instancia de inescrupulosa violencia, que permanecerá latente. La violencia sobrevuela varios pasajes de Western, pero jamás adquiere un protagonismo total, ni siquiera cuando un hombre recibe una paliza sin mayores riesgos. El corazón del film pasa por otro lado.

A medida que Western avanza narrativamente es el personaje llamado Meinhard, un obrero de unos 50 años, el que empieza a transformarse en el conductor de la difusa trama. Es un hombre tranquilo, de apariencia confiable, observador y por ende curioso, comunicativo en tanto necesite expresar algo que le interese. Alto y delgado, de buen porte y acentuadamente masculino (quizás por el bigote que singulariza su expresión facial). Poco se revela del pasado de Meinhard: no está casado, no tiene hijos, alguna vez pasó por el ejército y su hermano ha muerto. La escena en la que esto último se enuncia es una de las tantas en las que la virtud cinematográfica se disimula en beneficio de la fluidez del relato. La naturalidad de la conversación entre Meinhard y Adrian, en un lenguaje de señas auxiliado por palabras en inglés, pero sin prescindir de algunas palabras en búlgaro, es una proeza de dirección. El tiempo de la escena, los gestos, los silencios y pocas palabras que significan lo justo responden a una sensibilidad e inteligencia que denotan el dominio de un saber. Aquí, Grisebach demuestra un conocimiento cabal del arte que ha elegido. La escena parece robada del mundo, como si la ficción ya estuviera esperando por su cámara.

Lo más hermoso de Western es poder ser testigos de cómo progresa discretamente la amistad entre Adrian y Meinhard. ¿Cómo se filma la empatía entre dos hombres y la mutación de una afinidad inicial en una certera confianza mutura? El film es en sí la respuesta, una de las más eficaces que recientemente se hayan visto en el cine, porque, al no contar del todo con la habitual vía lingüística por la que dos extraños aprenden sobre ellos mismos, refuerza otros factores que trabajan sobre la experiencia afectiva a la que llamamos amistad. En este sentido, todo lo que sucede con un caballo blanco del sobrino de Adrian tiene una función simbólica clave. El silencioso animal es un signo viviente de prueba, una forma indirecta de traducción por la que dos hombres de culturas distantes pueden dirimir las diferencias.

El título del film no es unívoco. La primera visita de Meinhard al pueblo es montando el caballo blanco. Su llegada pausada puede remitir a cualquier western en el que el forastero llega a un lugar en el que es recibido con suspicacias. Hay escenas en las que los hombres juegan y toman en bares que pueden asociarse con las cantinas del Oeste, alguna pelea cuerpo a cuerpo, bandos con intereses encontrados y el paisaje protagónico que los contiene a todos. La masculinidad define las coordenadas simbólicas y, si bien se prescinde del revólver como extensión de poderío relacionado con la hombría, la rivalidad que se verifica en muchas escenas tiene bastante del pavoneo fálico con el que los vaqueros suelen ostentar su temeridad. El término ‘western’ también alude a Occidente y a un tiempo específico con el que se relaciona ese concepto geopolítico. En una conversación al paso, Meinhard expresa cuál es el valor no explícito de Occidente: se promueve secretamente una supremacía de los fuertes, más allá de las leyes que están para contradecir ese dictamen de la praxis.

De la famosa nueva generación del cine alemán, agrupada arbitrariamente como “Escuela de Berlín”, que tiene como padres a Christian Petzold y Angela Schanelec y como hijos dilectos a Maren Ade, Christoph Hochhäusler y Ulrich Köhler, la directora de Western es la cuarta figura de mayor relevancia entre estos últimos. Su película no es una entre otras, pues acaso se trate de una de las mejores películas alemanas de esta década y también de la confirmación de que el ala femenina de esa renovación estética resulta la más estimulante, aun cuando, paradójicamente, Western no es otra cosa que un magnífico retrato del universo masculino, en eso que hoy abierta y tímidamente se tilda de orden patriarcal.

*Esta crítica fue publicada por Revista Ñ en el mes de junio 2018.

Roger Koza / Copyleft 2018