VISIONS DU RÉEL: ANERCA, BREATH OF LIFE

VISIONS DU RÉEL: ANERCA, BREATH OF LIFE

por - Festivales
27 Jun, 2020 11:46 | 1 comentario
La película finlandesa, Anerca, Breath of Life, de Johannes Lehmuskallio y Markku Lehmuskallio, tuvo su estreno mundial en el festival suizo. Fue parte de la competencia de largometrajes y obtuvo (curiosamente) el premio a Largometraje Más Innovador.

Los premios en los festivales de cine pueden convocar a la perplejidad y la iracundia, según si el dueño de estas dos posibles experiencias del espíritu dé mayor preeminencia a los placeres del pensamiento o la intensidad de los sentimientos. Que Anerca, Breath of Life, del joven Johannes Lehmuskallio y el veterano Markku Lehmuskallio, padre del primero, haya sido una de las ganadoras de Visions du Réel es como mínimo un signo de interrogación sobre los criterios con los que piensa el cine contemporáneo. Que esté en la selección es inobjetable: es una película amable, placentera de mirar y con un tema que siempre despierta simpatía, aunque también sospechas: el retrato de los pueblos originarios. 

Filmar una forma de vida en extinción tiene en sí un estrecho vínculo con un arte llamado a preservar el tiempo. Aquí las culturas indígenas del Círculo Ártico son los protagonistas. Nadie podría siquiera dudar de una empresa semejante, pero sí del camino estético emprendido y asimismo de la filosofía política que balbucea en el recorrido narrativo. Por cada cultura representada se entrevé una posición que reúne las diferencias entre chucotos, tinglit, dene suliné y otros. El mundo moderno absorbe, pervierte y desnaturaliza; los sobrevivientes de antaño no solamente no son indemnes a la igualación de la que han sido víctimas, también en el legado que aún pervive en ellos puede rastrearse una humanidad más límpida.

Tal parecer, la de evocar y denunciar suavemente una autenticidad perdida, no deja de acarrear el gesto reaccionario por el que se razona una profanación: la civilización del hombre blanco, es decir, su ciencia y sus producciones culturales, no son otra cosa que una hibris que ha desmantelado una relación noble y transparente con el mundo circundante. En el último tramo, cuando el film se detiene a repasar la historia del pueblo nganasan, se vislumbra aún más la política implícita en esa lectura del mundo. El testimonio elegido es el de una mujer que en alguna ocasión fue dirigente comunista, hoy arrepentida por haber alterado los modos de vida de su pueblo, quienes ya no pueden vivir de la pesca, como si aquella transición fallida hacia un nuevo orden del mundo hubiese sido la ruina del presente y la causa de la ostensible menesterosidad en la que están sumidos los habitantes de la península de Taimyr. 

La exposición del personaje recién mencionado y la elección de los planos del territorio que acompañan a esta devela la endeble retórica del film y su rústica poética, cuyos materiales ilustran momento a momento una idea preestablecida por sus responsables. Tal procedimiento no es intrínsecamente ni malo ni bueno, tampoco políticamente aberrante, pero sí limitado, como suelen ser, además, los postulados de cualquier visión conservadora acerca del orden del mundo. La hermosura de los materiales de archivo, la contundencia de los planos con los que se muestra la naturaleza en cada lugar visitado, los rostros, las máscaras y las vestimentas de los personajes que posan frente a cámara, los sonidos de las lenguas casi extintas tienen en sí un cierto poder, pero cuando suenan de fondo, en varias ocasiones, unos acordes de Arvo Pârt y Henryk Gorecki se propagan las notas de un espiritualismo global no menos violento que aquel que el propio film pretende cuestionar por otros medios. He aquí el inconsciente caucásico del film, el punto de vista que no se confiesa porque se lo siente como un dato natural de la conciencia, del que no se predica ninguna forma de deshonestidad. La carrera de Markku Lehmuskallio ha sido un esfuerzo por compilar cientos de planos de esos pueblos, y su compromiso es indesmentible, la objeción es aquí de otro orden: estético y político.

El problema del cine (cómo ir hacia los otros o cómo filmar a quien no es un igual) en el cine antropológico se acentúa en cada decisión. En Anerca, Breath of Life ese dilema está presente en cada capítulo que divide la travesía, en mayor o menor tensión cuando los personajes se dirigen a la cámara, en la inserción de un viejo archivo o en la voz en off que siempre comienza relatando la llegada de algún europeo varios siglos atrás a las localidades filmadas. Axioma: cuanto mayor distancia se pueda adoptar de aquellos exploradores con intenciones variopintas y heterogéneas, con mayor precisión los planos y las composiciones reflejarán los signos de la conciencia de los otros. De lo contrario, la traducción de los signos de los otros culmina en un sistema de representación universal que no es otra cosa que la estética de una civilización triunfante, eso que el film se empeña en denominar “cultura del hombre blanco”.

Roger Koza / Copyleft 2020