UNAS SOMBRAS, UN TREN

UNAS SOMBRAS, UN TREN

por - Libros
16 Abr, 2017 10:20 | Sin comentarios
El cineasta y crítico Jaime (Ahmad) Natche reseña un libro colectivo sobre el gran cineasta español José Luis Guerín.

EL JARDÍN DE SENDEROS QUE SE BIFURCAN

Por Jaime Natche

Gran parte de la fascinación que despierta Tren de sombras (1997), tercer largometraje del cineasta español José Luis Guerin, se debe sin duda alguna a su capacidad para interpelar al espectador. La película supone una experiencia límite que requiere un observador activo al otro lado de la pantalla; alguien que, más allá de los caminos rutinariamente transitados, participe de la creación sugerida por sus imágenes mediante el deseo que moviliza su mirada. Esta cualidad del filme para prender el deseo del espectador puede incluso producirse en ausencia de la propia película, cuando unos cuantos comentarios y algunas fotografías promocionales eran suficientes para alimentar, en el curso de varios años, una expresión imaginaria lo bastante intensa como para anticipar con suma exactitud su disfrute —en el caso de quien esto escribe—, antes de poder verla, por primera vez, reproducida en VHS en el precario monitor de una filmoteca.

El voluminoso monográfico que ahora presenta la revista Shangrila se propone, precisamente, indagar en las razones de esta fascinación a través de los escritos de diecisiete autores y un ingente acompañamiento visual. Es oportuno destacar el hecho de que la predecesora de esta revista, Banda aparte, ya había dedicado un número a Tren de sombras meses después de su estreno, cuando la película —y el cine de Guerin, en general, hasta el éxito de En construcción (2001)— era todavía patrimonio de iniciados[1]. Este nuevo lanzamiento editorial confirma la predilección hacia Tren de sombras, y el pensamiento que el largometraje suscita, del responsable de ambas publicaciones: Jesús Rodrigo García.

La película —recordemos— es concebida por Guerin como su particular conmemoración del centenario de la primera proyección con público del cinematógrafo de los hermanos Lumière, el 28 de diciembre de 1895 en el Salon Indien del Grand Café de París. A diferencia de otra iniciativa del momento realizada con el mismo motivo —Lumière y compañía (VV. AA., Lumière and Company, 1995)—, que encargó remedar el gesto inaugural de los inventores a varios directores consagrados de diferentes nacionalidades, Guerin fija su atención en la película de un cineasta amateur de 1930 —el abogado parisino Gérard Fleury— que, sin voluntad de celebridad ni tan siquiera de mostrar su obra más allá del ámbito doméstico, filma a su familia en el jardín con el propósito acaso ingenuo de preservar ese feliz día de verano del paso del tiempo. Se trata de una práctica marginal, por tanto, alejada del camino industrial que tomó la historia del cine; desnuda de la aureola de los actores profesionales y ajena a un sistema de producción e incluso a una gramática narrativa que habría de convertirse en la norma. Desde la actualidad del cineasta Guerin, se regresa al deshabitado château de Le Thuit (Normandía) donde tuvo lugar el registro de esa película para descubrir progresivamente el espacio, ya vacío de aquellas presencias pero animado por las sombras que las luces del día y la noche harán aparecer en sus superficies. Estas imágenes producidas en soledad evocan la vida celebrada en el filme familiar, que en última instancia no es más que «una sombra de vida» —como un decepcionado Máximo Gorki calificó el cine tras asistir a una proyección al año siguiente de la presentación de los Lumière— donde «no existe ni el sonido ni el color»[2].

Tren de sombras no acaba con esta secreta convocatoria de espectros en la intimidad de la vieja morada, aunque no desvelaremos más —pues, como se puede comprobar, el argumento es mínimo— por deferencia a quienes aún no la han visto. Solo me permito añadir que, además de su casa, la olvidada filmación de Fleury también se revisita por alguien que examina sus imágenes en una mesa de montaje, desentrañando el aparente misterio que encierran y presumiblemente cautivado por uno de los rostros allí fijados, del mismo modo que el prófugo en la isla de La invención de Morel, la novela de Adolfo Bioy Casares, se enamora de una mujer de otro tiempo grabada en forma de holograma que se reproduce en bucle y con la que solo podrá convivir anulando su propia existencia, abandonando el fortuito presente para ingresar en la eternidad.

Sin escatimar lujo material alguno —en papel satinado y con numerosas ilustraciones a color—, este doble número de la revista Shangrila da cuenta de las posibles respuestas a la complicidad que demanda Tren de sombras, prolongando a través de la palabra escrita la visión de una película particularmente lacónica en lo verbal, que, por su parte, solo contiene una línea de diálogo: «Ils nous ont vu» («Nos han visto»). Como los paseos inacabables a los que invitan los senderos en las inmediaciones de la casa de Le Thuit, los textos de este monográfico proponen al lector muy diversos recorridos. Hay homenajes en forma de ficción, como los que abren y cierran el volumen, y análisis genealógicos donde comparecen los precursores del cine Marey y Muybridge (el de Mariel Manrique); hay minuciosas reflexiones sobre el tema del mirar —más que de la mirada— en el cine de Guerin (Josep M. Català), o ensayos que, sin menoscabo para su admiración, lamentan que la escueta trama sugerida en el metraje encontrado de Fleury se encorsete en una visión sexista (como opina Jorge Corral Bermejo); los hay que destacan la modernidad de la obra (Myriam Meyer) o subrayan su adscripción romántica (Roberto Amaba); hay quien desgrana los elementos que vinculan a la película con el propio cine y el mismo deseo del cine (Nuria Aidelman), y quien, a partir de ella, emparenta la arquitectura y la estética fotográfica (Mariana Freijomil).

También se recuperan, para la publicación, interesantes y poco difundidos materiales derivados de un proceso de producción tan introvertido como el de esta película: fotografías de rodaje, planos de la localización, algunas postales de principios del siglo XX de la localidad donde transcurre la película —seguramente del archivo personal del realizador— y un diario de rodaje de su director de fotografía, Tomás Pladevall, que profundiza en abundantes detalles prácticos y técnicos de su filmación. Dentro de sus diferentes estilos e intenciones, todos los escritos aportan algún interés y hacen de este volumen una lectura ineludible para los seguidores de la obra de José Luis Guerin, así como muy recomendable para cualquier aficionado al cine.

VV AA.: Unas sombras, un tren. Revista Shangrila nº 28-29, marzo 2017. Número doble 28-29, Santander, Shangrila Textos Aparte. 324 páginas (110 a color).

 Jaime Natche / Copyleft 2017

[1] Banda aparte. Revista de cine – Formas de ver, nº 12, septiembre 1998, Valencia, Ediciones de la Mirada. Algunos de los colaboradores de este número, por cierto, no compartían el favorable juicio general hacia la película, como era el caso de Isabel Escudero y, en especial, de Miguel Ángel Lomillos, básicamente justificando sus posturas en una presencia en exceso acusada del autor (en el caso de la primera) y del dispositivo cinematográfico (el segundo).

[2] Máximo Gorki: En el Reino de las Sombras, trad: Esmeralda Barriendos, en Unas sombras, un tren, Revista Shangrila nº 28-29, 2017, p. 9.