UNA ESCUELA EN CERRO HUESO

UNA ESCUELA EN CERRO HUESO

por - Críticas
28 Nov, 2022 02:34 | Sin comentarios
La segunda película de la realizadora santafesina es un delicado retrato sobre la singularidad de cualquier vida humana.

ELLA Y LOS OTROS

La palabra “adaptación” suele despertar sospechas. Demasiado darwinista, también un poco conductista, el término es proclive a ser empleado para explicar sin piedad alguna la exclusión de muchos de un sistema económico y social. Además, es conocido la vieja y civilizada descalificación en la que se describe a alguien como un inadaptado. Pero la palabra resguarda otro sentido y la reenvía a la experiencia de intersección entre la sensibilidad y la inteligencia que define la relación de un organismo con lo que lo rodea.

La segunda película de Betania Capatto restituye el costado sensible del término aludido y dilucida un proceso de adaptación en el que resplandece la benevolencia. La cineasta se inspira en su propia historia familiar: tiempo atrás, su hermano menor, descripto como autista, no era aceptado en ninguna escuela primaria. Después de mucho tiempo, una escuela de una localidad santafesina al lado de un río le concedió su plaza para aprender. La experiencia fue feliz, una conquista pedagógica que no se restringió solamente a su hermano. Otros niños y otras niñas pudieron seguir el mismo camino.

Capatto elige la ficción para reconstruir la experiencia de su hermano. En su película es una niña, y es también la única hija de un matrimonio. Mara Bestelli interpreta con la precisión requerida a la madre, quien ejerce como investigadora científica. Con ese personaje, Capatto añade un complemento retórico sobre la adaptación: estudia a los peces del río de la ciudad y descubre tardíamente una variación en una de las especies que no es otra cosa que el modo en el que se adaptan a la contaminación de las aguas. Pablo Ruiz Seijo es Antonio, el padre, quien lleva adelante las tareas del hogar (otro ejemplo de adaptación) y en sus tiempos libres propone a los vecinos hacer una huerta comunitaria. La escena en la que Antonio presenta el proyecto a sus vecinos revela otra noción de adaptación. Vienen de otro lado y comienzan de a poco a pertenecer a un nuevo medio social.

Pero Una escuela en Cerro Hueso es el pequeño milagro darwinista que es debido al seguimiento de su principal protagonista, Ema, y la interacción de la niña con sus compañeros y compañeras de escuela, con las maestras, como también con sus padres. Clementina Folmer es capaz de transmitir el insondable universo anímico de una niña que no exterioriza lo que siente prescindiendo de gestos y palabras. En esto, Capatto saca provecho de los cruces de miradas entre la niña y sus padres, y también de una compañera de escuela cuya percepción atenta en instancias bien reconocibles indica la disposición amorosa que neutraliza asimilar a Ema meramente como autista. Lo que se ve en ese personaje secundario es lo que no se ve detrás de cámara y constituye el punto de vista. 

Filmar a las niñas y a los niños siempre supone una laboriosa reconstrucción imposible de quien está detrás de cámara. La infancia se olvida y ni siquiera se restituye cuando el rol de hijo o hija es reemplazado por el de padre o madre. El cambio de posición vincular no reanuda la experiencia disipada por el tiempo. Y, sin embargo, las ciegas marcas de la infancia inciden en el a priori sensible de todo cineasta; los rudimentos perceptivos y sentimentales de la prehistoria de la intimidad ordenan sin verse como tales la cualidad afectiva de una película, que solamente una obsesiva arqueología privada podría devolver en fragmentos, jamás enteramente.

En efecto, el desafío, consciente o no, consiste en aproximar la mirada asimétrica del adulto al contracampo de su propia mirada, donde persiste la infancia y su curiosidad biológica animada por la novedad del mundo. En dos o tres momentos, Capatto recoge esa experiencia. ¿Casualidad? ¿Trabajo? Poco importa cómo se llegó a ese efecto de verdad; algunos planos lo evidencian: en algunas de las escenas de la escuela los intérpretes parecen haber olvidado el mandato de no mirar a cámara. No la miran porque la han olvidado. En esas secuencias breves la película devuelve algo de un mundo perdido, acentuado por la inefabilidad de todo lo que proviene de Ema, que plantea otro reto estético que no se puede rellenar de interpretaciones, y no solo por respeto al personaje. La eficacia surge del entresijo de la fluidez entre la cámara y los niños, porque al mirar a la niña a través de la mirada de sus compañeros la relación retoma la virginidad de un estadio definido por la necesidad de aprender, un punto de partida inconmensurable respecto de cualquier adulto. Por un momento, por unos segundos, la estética parece haber vencido a la ontología. 

En su película precedente, titulada Frankie, la cineasta santafesina se detuvo a seguir a un personaje cuyo amor por la astronomía signó su vida. En Una escuela en Cerro Hueso depura el concepto de adaptación propio de la biología del siglo XIX. El amor que se profesa a la ciencia en sus películas es extensivo al de las criaturas. Por eso puede filmar un sueño como el que se ve en esta hermosa película, escena breve y prodigiosa, a contramano del desprecio sin descanso de nuestro día a día. 

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Una escuela en Cerro Hueso, Argentina, 2021.

Dirigida por Betania Capatto. Escrita por B. Capatto e Iván Fund.

*Publicada en otra versión por La Voz del Interior en el mes de diciembre 2022.

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Roger Koza / Copyleft 2022