UNA AVENTURA EXTRAORDINARIA / LIFE OF PI (02)

UNA AVENTURA EXTRAORDINARIA / LIFE OF PI (02)

por - Críticas
18 Mar, 2013 09:37 | comentarios

LA HISTORIA PREFERIDA

Sobre Una aventura extraordinaria, de Ang Lee

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Por Fernando Pujato

¿Qué sobrevive, qué ha quedado del realismo baziniano merced al advenimiento de la imagen computarizada?. Pero, sobre todo, ¿qué hay de aquella noción acerca de que “cuando lo esencial de una situación depende de una presencia simultánea de dos o más factores de la acción, el montaje está prohibido”? La famosa escena de El circo en la cual Chaplin está encerrado, efectivamente, en una jaula junto a un león tan sólo parece poseer un exangüe principio de realidad que muy pocos reclaman hoy para el cine. No es una cuestión sobre la cual haya que lamentarse demasiado salvo que se sostenga, desde la alerta del olimpo de la nostalgia, que el cine ha abandonado definitivamente la mimesis para pasar a ser sólo un engaño técnico, o inventar nociones como “realismo perceptivo” proponiendo que lo ficticio puede ser percibido en forma real por el espectador, o declarar, lisa y llanamente, que ya no importa intentar reproducir la realidad porque ésta puede ser falsificada; el espectáculo del mundo ya no es lo que era, dura tan sólo unos minutos y la ilusión quizá un poco menos. La vida está en otra parte.

Tal vez no tanto en La vida de Pi, que pese al 3D y la andanada de efectos especiales y la lista casi interminable de técnicos y demás en los créditos del film, es un cuento narrado a la manera de principio-desarrollo-final y que sólo se ve redimensionada en la confesión final de Pi, en ese travelling que se acerca lentamente sobre la blanca superficie de un discurso que desmiente la pureza estética de esta escena. Pero primero está ese bucólico inicio, con todos esos animales retozando al compás de una música ensoñadora, que se rompe con la conversación entre Pi y un escritor occidental que busca restaurar su  inspiración creadora en una historia que, le han dicho, es verdaderamente extraordinaria; el otro, que ya no es tan otro, tan distante y exótico como solía serlo en los cuentos infantiles, en la literatura antropológica, en el cine de la diferentia -aunque muchos insisten en verlo siempre en ese mismo plano- al parecer aún tiene algo para contarnos por fuera de nuestra ordinaria, y un tanto aburrida, vida occidental. Y la aventura, por cierto, es extraordinaria, no en su presentación que es más bien una suerte de iniciación a un puzzle religioso cercano a la moda un tanto pasada de moda ya de la New Age (con algunos toques paternales apelando al sentido común y a la ciencia moderna), sino a esa tormenta devastadora que inicia la segunda parte del film, la segunda vida de Pi y, por sobre todos estos lugares demasiados transitados de sentidos adioses y pérdidas definitivas, instala, pretende instalar, un contrato que, por decir lo menos, difícilmente pueda ser cumplido por estos días en los que la inocencia del ver, de creer en lo que se ve, se ha vuelto más problemática que producir maravillosas y fantásticas imágenes de una belleza casi ideal.

No estamos muy lejos del mar falsificado de Y la nave va, de Fellini, o de los escenarios artificiales de Golpe al corazón, de Coppola, solo que aquí las personas y los personajes han sido reemplazados por un tigre de bengala llamado Charlie Parker que afortunadamente no ha sido antropomorfizado y un náufrago que no tiene ninguna relación con el del film homónimo de Zemeckis que, afortunadamente también, no posee ningún fetiche civilizatorio ni guarda un paquete sin entregar porque su misión aún no ha concluido; tampoco tan lejos de las imágenes nunca vistas como declaran los apologetas del 3D y los artificios técnicos que, probablemente, no han visto como filma Herzog a la naturaleza en El diamante blanco, y mucho menos -no tan paradojalmente- de la idea excluyente de que el cine, ante todo, debe contar una buena historia.  Esto es, en definitiva, lo que está en el tramo final de Una aventura extraordinaria, después de su presentación un tanto condensada y situacional, después del naufragio fatal y la convivencia nada fácil con Charlie Parker y todos esos planos que remiten a la inocencia de un mundo desconocido a la manera de 20.000 leguas de viaje submarino pero en la superficie de un Pacífico por soñar, la pregunta de Pi hacia el escritor de cuál es la historia que prefiere y la respuesta de éste al decir prefiero la del tigre es, en realidad, la pregunta de Ang Lee hacia nosotros como espectadores y, al mismo tiempo, su respuesta cinematográfica: podría haberles contado la verdadera (ficcional) historia, una historia feroz, de muerte y supervivencia, una historia en la que vi al rostro de Dios a través de la miseria humana, pero he preferido contarles una historia (fantástica), teñir la crudeza del cine de la verité con la suavidad de un cine como espectáculo encantado, este es el tipo de cine que prefiero. O el encantamiento de lo inverosímil.

Que esto se logre por medio de una avalancha, casi de un aluvión sensorial, de efectos especiales, del no tan novedoso 3D y, sobre todo, apelando al tácito contrato del “ya sé que no es así, sin embargo…”, a restaurar la inocencia perdida a manos de ese fabuloso domesticador familiar que es la televisión, no es otra cosa que la apuesta de Ang Lee por la supervivencia de aquello que todavía llamamos cine y que, en su casi infinita variedad -aunque seguramente no tanta- aún nos proporciona mundos sin descubrir. Yo apuesto por otros mundos, otras imágenes, otras historias, probablemente por otro tipo de cine, aunque un tanto inocentemente, también prefiero la historia del tigre, quizá porque el último plano de Una aventura extraordinaria es la constatación de que Charlie Parker sólo existió para que lo imaginemos. El cocodrilo de Tabú, de Miguel Gomes, sí está en el último plano del film.

Fernando Pujato / Copyleft 2013

*Aquí se puede leer otra crítica sobre el film de Ang Lee publicada en el blog: