PLANOS FANTASMAS

Un nombre y un imperativo definen la filosofía de El ciudadano de Orson Welles. La historia de un hombre infeliz y carismático, dueño de un periódico y aspirante a convertirse en un político poderoso, tiene una palabra y una orden que glosan el enigma de una vida: “Rosebud” y “No se puede pasar”. Cualquier retrato sobre cualquier hombre o mujer, ignotos o célebres, reposa sobre signos que pueden encender la ilusión de infringir la opacidad esencial que se advierte al querer saber algo a fondo sobre la vida de alguien. De Jorge Bonino se saben algunas cosas y en principio poco tiene que ver con Charles Foster Kane. Sin embargo, ¿no son todas las voces que se escuchan y todos los lugares que se visitan intentos de delinear una vida que es renuente a ser contada? Filmar a un hombre, y más aún a un fantasma, es intentar conjurar un “No se puede pasar”.

Un cuerpo estalló en mil pedazos es un retrato coral sobre un hombre que fue muchas cosas, en el que nunca o casi nunca se ve al retratado y del cual se intenta reconstruir su existencia a través de las huellas que dejó en su misterioso itinerario. Los hermosos planos de París y Madrid que prodiga la película remiten a un tiempo de esplendor de Bonino; los planos no menos hermosos aunque tristes en Villa María y Córdoba revisan episodios poco luminosos. Reconstruir la vida del elegido es intentar establecer una cartografía que es también una biografía. Bonino fue siempre alguien en situación. Estar fue su modo de ser.

La estrategia formal responde a un riguroso ejercicio de disyunción: los testimonios se dicen y jamás se identifica a los emisores que suministran información anecdótica sobre el pasado de Bonino. Lo que se dice está en un contrapunto dialéctico con majestuosos planos abiertos de espacios naturales y ciudades afines a Bonino. La memoria es sonido, el presente es imagen. La única desobediencia en este plan estético son algunas postales enviadas por Bonino desde Europa que en tres o cuatro ocasiones ocupan el frente del plano. Cuando el pasado también se llega a ver, se introduce el color.  Son breves pasajes en la película que traicionan deliberadamente el trabajo obsesivo que predomina ubicuamente respecto de los matices de la luz que pueden conquistarse en su trayecto. La fotografía en blanco y negro es memorable.

¿Quién fue Bonino? En primer lugar, un hijo dilecto de la contracultura de la década de 1960. ¿Fue arquitecto, actor cómico, maestro de escuela? ¿Fue un solitario y un loco? Los rumores dicen eso. La voz femenina (de Eugenia Almeida), que tiene un tenue pero fundamental protagonismo, asume y sugiere una epistemología del rumor: “Se dice que Bonino…”. Se trata de una forma de enunciación que expresa abiertamente una menesterosa posición frente al objeto que quiere (dar a) conocer. El caleidoscopio erigido sobre la figura de Bonino es apenas tentativo. Quizás fue algo de todo lo que se dice…

Sin disimular el evanescente sujeto al que se quiere resucitar cinematográficamente, Un cuerpo estalló en mil pedazos triunfa en su porfía de revivir a un hombre que la propia película se ocupa de vindicar. Como Bonino fue un artista y un provocador, parece inobjetable su cometido, pero si el retratado hubiera sido un panadero, un cartero o un empleado de una inmobiliaria, para la sensibilidad de quien está detrás de cámara y comanda la puesta en escena también hubiese sido visto como una existencia insustituible y digna de una película. Es que la diferencia acá no es a quién se ha elegido evocar, sino la forma elegida para hacerlo. La espectrología cinematográfica de Sappia es indiscutiblemente elocuente, justa y hermosa.

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Un cuerpo estalló en mil pedazos, Argentina, 2020.

Escrita y dirigida por Martín Sappia.

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*Publicada en otra versión y con otro título en La Voz del Interior en el mes de octubre de 2021.