TINA

TINA

por - Críticas
09 Abr, 2021 08:59 | Sin comentarios
Esta biografía restaura la trayectoria de la cantante. Pero, para hacerlo, elige un sendero crepuscular y ominoso sobre el que se divierten las sombras de una tristeza de resonancias épicas.

LA VIDA DE TINA POR TURNER

La carretera biográfica de Tina Turner espeja su desgracia en el desconsuelo desgarrador que supura la historia paterna de los hermanos Brian y Denis Wilson de The Beach Boys, una de las más tristes en la cosmogonía de todo el rock. Los Wilson y Turner, además, conquistaron el milagro de hacer lo que hicieron sonriendo como protagonistas de vidas idílicas que eran ficciones mentales de sus públicos y de la prensa, bancándose palizas físicas y oprobios psíquicos entre bastidores, en casa y en cualquier espacio-tiempo libre que les dejara la profesión. Es fácil sonreír cuando se lleva una vida holgada en comodidades económicas y familiares, en obvia contraposición, es un desafío hercúleo hacerlo cuando el infierno sobre la Tierra atiende las veinticuatro horas en tu domicilio. Los codirectores de esta película evitan la tentación de desbarrancar el diseño estético de su narrativa hacia un desfile de torsos parlantes sabelotodo (aunque los hay, en medida restricta y entrevistados inteligentemente) de los que se emplean para evitar investigación y archivo, y confían en la seducción “impresionista” de recortes de viejas películas personales y familiares del orbe Turner en fílmico, así como en voces de más allá del almanaque que son recuperadas del pasado y reinterpretadas en el presente ansiolítico que nos depara la inexistencia constante de noticias sobre ella. 

Punto y aparte acá. La voz de (a partir de aquí) TT sale mágicamente de una serie de casetes Maxell encuadrados en primer plano que contienen las grabaciones de las entrevistas que le hiciera el periodista de Rolling Stone Kurt Loder para la autobiografía escrita a medias con él durante los ochentas “I, Tina”. La voz, ligeramente ronca y firme, LA VOZ DE TINA, conjura la añoranza de su ubicuidad mediática (como hacía mucho que no teníamos noticias visuales de su persona, asombra un poco verla hoy convertida en una anciana, una muy simpática, relucientemente conservada, lúcida y lucida, con los pómulos regordetes por esos estiramientos de inyección química, pero anciana, sin que esta observación connote una apreciación negativa en la decadencia de los cuerpos: es sólo la constatación de que estuvimos demasiado tiempo desvinculados de su efigie mítica y el desconcierto que ello suscita– y, ella, supuestamente, para nosotros, nunca iba a envejecer, pero lo hizo, y se lo perdonamos [no sin arrogancia]… Te alabamos, Señora Turner–). 

Entre las opciones artísticas empleadas por los autores de este documental producido por HBO Max se visibiliza una insistencia por no permitir que cada toma que aparezca ante nuestros ojos constituya un encuadre sin espíritu lúdico o sin construcción visual. Después de todo, esto es rock, nena (?). Los directores Lindsay y Martin se suman a sus filas de los últimos grandes rockumentales, como “Zappa”, de Alex Winter, doblemente reseñado en diciembre en esta misma web. El subgénero del documental sobre rock vive su era de gloria cuantitativa mientras relegamos con persistencia infalible la discusión sobre sus ramificaciones cualitativas. “Tina” no se puede “escuchar” mientas lavás los platos, como ocurre con gran parte del documental musical informativo, que no van más allá de “radio ilustrada”. A “Tina”, si no se lo ve no se ve. Respetada y salvaguardada la máxima máxima del cine: lo que dice la imagen no debe repetirlo el audio, y viceversa. Subirse al carrusel de “Tina” es el mejor tributo a la memoria en vida de esta melenuda semidiosa. Sólo en la última media hora el peso de la operación corporativa que trabaja sobre la revitalización del nombre de TT (lo que incluyó una obra en Broadway, relanzamientos discográficos, etc.) logra bloquear la plena libertad creativa de los autores y, así, “Tina” sucumbe in extremis a la tradición contemporánea de entregar su alma a un final festivo que no logramos llegar a apreciar por estar secándonos las lágrimas de angustia que la hora y media precedente se encargó de proveernos. Este corolario, digno de paparruchadas típicas de E! Entertainment, no obstante no logra opacar la fuerza de la película, que es la fuerza de TT. 

Esa hora y media implica las desaventuras de una patita fea sensible y talentosa que con el tiempo devino cisne celestial para las masas que la adoraban. Esa, o eso, fue TT: un cisne apaleado en la infancia por la visión de las batallas feroces entre sus padres y por el abandono de ambos, primero, y apaleado luego por su esposo-cancerbero-juez-verdugo durante décadas; un cisne en alma y cuerpo de leona que había nacido en una estepa vacía (el sur profundo de los Estados Unidos, en una comunidad cercana a Memphis que orbitaba alrededor de la iglesia y su influencia pastoral) con el sueño de llegar a reinar en la selva de los tigres y los rinocerontes del rocanrol primigenio. Y lo hizo. A costa de moretones, cornadas, atropellos, abusos sexuales y físicos, quemaduras de tercer grado y lavajes de estómago, pero lo hizo. Cuando la voz de TT describe a su madre viendo la nada por la ventana de la cocina en el hogar quebrado de su infancia y, acto seguido, describe la misma ventana, pero ya sin su madre, porque la abandonó de un día para el otro y para siempre, uno, como espectador, se ve obligado espiritualmente a repensar la noción de soledad. El calvario en la vida de TT empezó mucho antes de las palizas de Turner. Este dato es mérito del documental. (Otro mérito propio es no dejar afuera la participación de TT en “Mad Max: Más allá de la cúpula del trueno” en 1985, cuando era la número uno [Madonna sólo era una insipiencia], aunque relega a la total ausencia su otra actuación famosa, pero más desaforada, la de La reina del ácido en “Tommy”, la ópera-rock de Ken Russell sobre material de The Who). 

“Tina” nos guía a lo largo de su vida y obra, vertebrada por remembranzas de una existencia insistentemente melodramática y dura, opacada por la sombra de un viejo guerrero poderoso e idealizado que se ensoberbece, enhiesto, en la cima de un montículo erigido entre restos de esqueletos, como en una ilustración supremacista del gran Frank Frazetta, y entre esos esqueletos vemos que sobresalen los huevos de Tina, su última conquista brutal. Turner, quien en una entrevista de 2000 prácticamente se burla de los intentos de suicidio de TT, niega su influencia malvada al límite del negacionismo mitomaníaco. Pero no, no hay mitomanía alguna: Turner sabe muy bien de qué habla. Es el “villano” de esta biografía, el desbalance antimítico que, no obstante, cae final y mortalmente bajo el peso de la historia (de la música) (de TT). Turner es mostrado como lo que fue: incuestionablemente, un hijo de puta cruel a consciencia. ¿Qué demonios fueron esos dieciséis años de matrimonio? ¿Sumisión patológica? ¿Devoción patética? ¿Manipulación psicológica extremada por el éxito de la estrategia misma de la manipulación? Quizás, quizás, quizás, como dice el bolero. Turner reaccionaba como un tiburón enloquecido por el hedor a sangre que emanaban sus nudillos, lo que desataba el vicio del círculo al infinito. La primera canción que le produjo Phil Spector a TT –un fracaso que la empujó nuevamente a los brazos de su torturador– revelaba una letra que apuntaba metafóricamente al corazón de Turner y a la pasión enfermiza que los unió como grumo indisoluble:

Cuando era niña tenía una muñeca de trapo

Fue la única muñeca que alguna vez tuve

Hoy te amo de la misma manera que amé a aquella muñeca de trapo

Solo que ahora mi amor ha crecido

La fragilidad de una mujer “hecha trapo” evoca la muñeca del mismo material. Del material de los sueños surgen las pesadillas más aciagas. A ella, una de las cantantes más grandes de la historia, la salvo el budismo. Pero el diablo más sabe por Turner que por viejo. Abrumado por la emocionalidad de esta casi obra maestra, seré yo quien descienda ahora a las fosas miasmáticas de E! Entertainment: ¡No te mueras nunca, Tina!

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Tina, EE.UU., 2021.

Escrita y dirigida por Daniel Lindsay y T.J. Martin.

Miguel Peirotti / Copyleft 2021