TEMPORADA DE CAZA (02)

TEMPORADA DE CAZA (02)

por - Críticas
24 Sep, 2017 11:31 | Sin comentarios
Gamberini establece algunas filiaciones cinematográficas entre la ópera prima de Natalia Garagiola y posteriormente delinea una lectura sobre la relación del espacio y la intimidad de los personajes.

DISTANCIA Y CERCANÍA

Suele ser interesante y, en general, productivo establecer las filiaciones de una obra. Conocer las coordenadas simbólicas y materiales de una película nos permite entender a qué tradición cinematográfica pertenece. La más que interesante opera prima de Natalia Garagiola, Temporada de caza, nos remite a El aura de Fabián Bielinski  (película que, curiosamente, ha sido recordada en estos días por el estreno de La cordillera). Pero también resulta inevitable pensar en Nacido y criado de Pablo Trapero o Liverpool de Lisandro Alonso, por citar solo ejemplos nacionales. Garagiola establece cierta continuidad con esas películas, prácticamente ignoradas en su momento y revalorizadas posteriormente.

Esta filiación se constata (entre otras cosas) en los elementos que definen Temporada de caza, como, por ejemplo, el espacio. La directora lo concibe como una unidad dramática y estética, como lo habían hecho Bielinski, Trapero o Alonso, directores que ponen un especial énfasis en la topografía como elemento central y definitorio en sus películas. El espacio, en estos casos, es el sur argentino, con sus nieves, sus escondrijos, sus bosques que aportan connotaciones inevitables con las que las películas juegan. En Temporada de caza  la composición del espacio se centra en la tensión y dialéctia que se establece entre el mostrar y el ocultar, enre el acercar y el alejar. La alternancia entre los fuera de campo y los primeros planos, manejados con maestría por Garagiola, nos alejan y nos acercan de lo que vemos y también de lo que se narra. La violencia y la rudeza quedan oculta, en fuera de campo (como ocurría en El aura): cuando los personajes salen a cazar y se topan con la inminencia del peligro, algo subyace y no se ve; los primerísimos planos de los rostros, intensifican los gestos y las miradas; las palabras son escasas, las miradas relevan las sensaciones y las emociones que la película destila.

La familia es considerada como el espacio de lo cotidiano. Aquello que suele ser rutinario pero inevitable es justamente lo que tensiona al joven adolescente que debe de algún modo elegir entre esa familia que le propone su padre adoptivo, una familia urbana, bien posicionada y esa ota familia ya constituida, la de su padre biológico, emplazada en el medio del bosque en el sur, alejada de la ciudad, con sus rudezas y sus violencias, con sus peligros inminentes, pero también con sus aventuras y sus aprendizajes. Dos modos de vida que son al mismo tiempo dos espacios familiares, que a la vez son dos espacios materiales: la ciudad y el bosque.

Otra filiación posible entre los autores mencionados se da en términos temáticos: la soledad –inminente, inevitable- contrasta con el espacio de la familia, setnido como conflictivo, una unidad afectiva que se construye permanentemente, algo que responde a la carencia y a la vez explicita una necesidad. Lo que está en juego en todos esos casos es el crecimiento de sus protagonistas, la búsqueda de una identidad que verdaderamente los defina en su singularidad.

Garagiola emplea esencialemente un modelo narrativo de corte clásico y logra, con una buena dosificación de la información, que la película respire y se mueva con comodidad. El relato es cadencioso, de a poco va mostrando sus entramados.  Al comienzo la tensión define el vínculo entre el padre y el hijo; la madre está ausente. La experiencia de compartir un desayuno basta para sentir la inmensa distancia entre padre e hijo..  Al correr de la película, se narrarán los detalles; de a poco los nudos densos y emotivos de la trama se van descubriendo con gran naturalidad. Garagiola nos distancia de lo narrado a través de esta dosificación de la información con el objetivo de generar no sólo interés sino también tensionar la propia lógica del relato. A la vez nos acerca al centro dramático, cuando, a través de los primeros planos vemos  la resistencia del adolescente, su rebeldía, su contemporáneo modo de estar en el mundo, las huellas de la dolorosa experiencia en su cara lastimada.

Dialéctica del contraste: mostrar y escamotear, acercar y distanciar; la urbanidad y la ruralidad, lo cotidiano y lo desconocido, el afuera y el adentro mueve el interior de la película generando un interés que se acrecienta a medida que avanza el relato.

Temporada de caza cuenta el modo, difícil y doloroso, en el que un adolescente de ciudad, esos típicos adolescentes urbanos, se adentra en el terreno de lo fangoso –literalmente-; reencontrarse con su padre y con un territorio que le es ajeno, con una masculinidad hecha de fuerza y violencia, de tiros y de escopetas, de tragos y de golpes. El quiebre entre la vida de ciudad del joven y la vida en el sur es evidente; la muerte de la madre será el límite, esa zona fronteriza que delimitará los espacios reales y simbólicos que el adolescente deberá transitar.

El viento del sur, la nieve, los peligros que acechan en la oscuridad, las tormentas pero también la belleza de los paisajes del sur argentino le muestran al adolescente otro modo de vida, otra cotidianeidad, otra familia posible. El crecimiento personal del adolescente y también el de los padres es la columna vertebral de una película que sutilmente diseña diálogos, austeros y escasos, y apuesta más a la gestualidad, a la modulación de la voz y al juego de miradas, más que a las palabras dichas. También la directora apuesta a relevar un registro sonoro que colabora en la tensión creciente que se establece en la película con un peligro siempre al acecho, siempre fuera de campo, siempre lejos aunque a veces se acerque demasiado.

Marcela Gamberini / Copyleft 2017

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