SUSPIRIA

SUSPIRIA

por - Críticas
02 Feb, 2019 10:43 | comentarios
Después de una inesperada gran película, Luca Guadagnino vuelve sobre una vieja obra maestra. El resultado es casi un síntoma del cine contemporáneo, en el que la revisión del pasado no es otra cosa que el reconocimiento de una esterilidad creativa en el presente.

UNA DESCOLORIDA VARIACIÓN

El 12 de agosto de 1977, Dario Argento estrena su sexto largometraje: Suspiria. Sus películas previas ya habían delineado un estilo y un interés. Lo primero no se definía por una cualidad excluyente, pero sin duda el profuso empleo del color alcanzó en ese film una intensidad desconocida en su obra y en el cine. Su interés aludía a lo siniestro; ese concepto cobija una cierta intuición sobre el reverso del orden del mundo, algo intolerable y horrible que el lenguaje no llega a significar. En ese film inclasificable se conquistaba algo así como una estética de lo siniestro. La brujería implícita en la trama era apenas una excusa entendible, porque lo siniestro desafía el análisis, y nuestro lenguaje tiene entonces que valerse de supersticiones diversas para conjurar su propio límite.

Suspiria, Italia-EE.UU., 2018

Dirigida por Luca Guadagnino.

Escrita por David Kajganich.

La versión de 2018 de Luca Guadagnino retoma narrativamente el esqueleto de aquel film, le infunde al relato signos históricos reconocibles y se apropia estéticamente de este por otro camino. Como en el film de Argento, Susie llega a Alemania desde los Estados Unidos para tomar clases en una academia de danza llamada Markos Tantz. Las jóvenes bailarinas viven en la academia y están a merced de un staff conducido por Madame Blanc. La exigencia artística es evidente, el prestigio de la compañía también, no así la pertenencia de sus conductores a una orden pagana. Prever sacrificios es lógico, porque un aquelarre, por definición, no puede prescindir de rituales ni de las víctimas que lo animan.

A partir del ADN del film de Argento, Guadagnino construye otra cosa. A la lúdica teología del original le añade terrorismo de izquierda en la Alemania setentista, ecos negados del nazismo y un poco de psicoanálisis de café. Así, el peso de la Historia asfixia el juego perverso de la vieja Suspiriaque no necesitaba invocar el terror con nombre propio para escenificarlo, ni menos aún edificar una trama simbólicamente densa para sostenerse. El maravilloso expresionismo cromático es sustituido aquí por un realismo descolorido con interrupciones de lo fantástico, y el horror que no se deja narrar es interceptado por una solemne imposición de temas importantes.

De ese modo, los personajes estrafalarios de la primera Suspiria y la abstracción deliberada, capaz de concebir crímenes diabólicos y a través de estos asir físicamente lo siniestro, tienen que ordenarse en esta deslucida versión en aras de la respetabilidad simbólica. El resultado: un remedo anémico, un acopio de motivos vintageque ilustran débilmente los espectros del siglo XX. A esta versión le falta los rojos, los verdes y los azules y los rosas; la tensión entre la intensidad cromática y la oscuridad proveniente de lo siniestro que tenía la de Argento está ausente.

La confusión se enuncia del todo en el concepto musical. Thom Yorke es un genio, y su composición para el film de Guadagnino no abandona esa estética sonora de la depresión que caracteriza espiritualmente a Radiohead. Tal vez no es la tonalidad necesaria, al menos así no funcionaba en aquella. Es que en el film de Argento, la banda de sonido de Goblin también transmitía un exceso, no solamente de notas estridentes y sin silencios, sino también en el uso en las variaciones del volumen. En la desproporción musical, como también cromática, el film acentuaba dialécticamente su relación con el horror, y así encontraba su misteriosa potencia expresiva. Pero Guadagnino razona la relación del sonido y la imagen bajo una modalidad distinta: el sonido rellena la representación y determina el espíritu triste de lo mortuorio; se le escapa pensar la autonomía expresiva de la dimensión sonora.

En el cine, como en otras expresiones artísticas, una obra puede dar lugar a revisiones. No existe razón para pensar que la original es siempre mejor que sus variaciones. Anteceder a algo es una mera contingencia. Si la nueva Suspiria fuera la original, sus debilidades internas estarían ahí y probablemente a nadie se le ocurriría volver a filmarla. Sería lo que es: una desangelada película de terror sin terror o un intento fallido de entablar una relación entre el terror psíquico y el horror histórico. La descafeinada Suspiria de 2018 remite a esa gloria estética del cine de los ’70 sin revivir un instante de aquella. Ni siquiera la breve aparición fantasmal de Jessica Harper, la gran protagonista del film de Argento, es suficiente para reanimar un film cadavérico.

Esta crítica fue publicada en otra versión en el diario La Voz del Interior en el mes de febrero 2019.

Roger Koza / Copyleft 2019

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