STATE FUNERAL

STATE FUNERAL

por - Críticas
21 May, 2021 11:35 | comentarios
Otro trabajo notable del cineasta ucraniano

AQUEL TRISTE MES DE MARZO

El 5 de marzo de 1953 muere por una hemorragia cerebral el camarada Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, cuyo nombre histórico, Stalin, ha prodigado un sustantivo que es ya un pleonasmo para indicar cualquier práctica y evento histórico político que suponga crueldad, supresión de libertades, acatamiento de un dogma, castigos y homicidios numerosos en el nombre de una Idea. A casi 70 años de su defunción la figura del líder goza de todo el desprestigio que merece, iniciado en 1956 y en el propio territorio en el que se le rindió devoción irrestricta. Tres años habían pasado solamente para que perforara la veneración simbólica que lo protegía. Condenado por el Vigésimo Congreso del Partido Comunista, su estampa, al menos en las décadas subsiguientes, se revistió de deshonra y vileza. Con este veredicto termina State Funeral. 

El material de archivo que emplea Sergei Loznitsa se concentra en los primeros días después de la muerte de Stalin. Había pasado más de 30 años en el poder y ya era en el imaginario colectivo, como lo demuestra cada plano de State Funeral, un pastor benevolente, acaso una deidad inmanente, cuyas virtudes incuestionables representaban al presunto nuevo hombre en el que se había soñado desde que en 1917 se había erigido una forma de gobierno inédita en la historia mundial. Nadie podría desmentir la infinita tristeza de los miles de mujeres y hombres que desfilaban por grandes ciudades y recónditos lugares de la vieja Unión Soviética. De Moscú a la actual República de Altái, solo parecía existir un sentimiento de consternación. 

En las dos horas y algunos minutos, no se divisa ni un gesto disidente ante la noticia. ¿Cómo es posible que se le dispensen a un asesino genuflexiones y lágrimas? ¿Puede haber sido el recuerdo todavía vivo del desempeño de Stalin durante la Segunda Guerra, factor clave de la derrota de los nazis? Quizás. Lo que no se puede subestimar acá es la eficacia de la propaganda soviética, un auténtico trabajo de escritura en la subjetividad colectiva. Al respecto, State Funeral plasma la velocidad pragmática de la comunicación disciplinaria: la diseminación del rostro de Stalin en diarios, cuadros y edificios inmediatamente después de su muerte constituye una prueba de la eficacia gráfica de la propaganda.

La táctica de Loznitsa es eficaz. Desde el inicio hasta casi el último minuto, la estrategia consiste en saturar simbólicamente la retórica de la película; la táctica se ordena en acopiar acciones reiteradas en puntos distantes de la pretérita Unión Soviética que transmitan el sortilegio que conquistó el alma del pueblo. El sistemático adoctrinamiento es el gran fuera de campo que presupone cada acto, cuyo discurso sí se escucha en todos los rincones del territorio soviético y en cada ocasión que un miembro jerárquico toma la palabra. A estos últimos Loznitsa no los identifica, pero desde el estrado hablan al pueblo con el tono grave de ocasión Nikita Jrushchov, Gueorgui Malenkov, Viacheslav Mólotov y Lavrenti Beria, escenas de un cinismo y un oportunismo inigualables a juzgar por lo que sucedería con y entre ellos. Basta recordar que tres años más tarde Jrushchov pronunció el famoso discurso sobre el culto de la personalidad y sus consecuencias.

La dimensión discursiva del régimen es intuida en la película como una voz ubicua que suena siempre igual y se impregna desde la plaza pública de todas las ciudades en el cuerpo del proletariado. En State Funeral abundan los primeros planos de rostros reunidos en la multitud, pero la escasez de otros planos detalle es tan ostensible como la abundancia de los que se concentran en los parlantes ubicados en todos los emplazamientos públicos de las diferentes localidades del vasto territorio soviético. Una doctrina, antes de leerse, se introduce literalmente por los oídos. ¿No remite este método sonoro al chiste de Chaplin en El gran dictador: la voz de Hynkel que sobrevuela cada pueblo de Tomania para inesperadamente dar órdenes absurdas?

State Funeral tiene algo de alucinación: en el medio de un pueblo perdido, dos sogas que cuelgan de una grúa trasladan un improvisado retrato de Stalin para ubicarlo en un punto cardinal de una fábrica; algunas panorámicas sobre la multitud en las calles de Moscú mientras se espera la noticia oficial para corroborar la muerte de Stalin lucen como un océano de singularidades que intuyen una inminente orfandad espiritual; las interminables filas para despedir al dictador en el mausoleo, allí donde ya yacía Lenin embalsamado, constituyen un espectáculo de paciencia y lealtad. ¿Qué habrán sentido todos aquellos que ahí estuvieron cuando en 1961 el cuerpo de Stalin fue removido de ese recinto sacralizado? Esas escenas, como tantas otras, glosan la eficacia de las supersticiones, que no requieren un refuerzo vertical para dar sus frutos. Se puede creer en una historia teleológica, también en que la riqueza se pueda derramar a los desposeídos; creer sin evidencia es un TOC de la especie.

El minucioso retrato del rito funerario en torno a Stalin no se circunscribe a un hombre, como el título lo señala. Es el funeral de un Estado, y en la perspectiva de Loznitsa, el inicio del crespúsculo del comunismo. Las equivalencias entre Estado, totalitarismo, Stalin y comunismo sugieren una lectura sobre esta historia de la Historia del siglo XX. En este ejercicio hermenéutico, no se distingue el origen de una revolución de quienes la lideraron —o acaso la sofocaron— en las décadas siguientes. Es una toma de posición, una interpretación en boga no exenta de implicancias frente al mundo de nuestro tiempo.

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State Funeral, Holanda-Lituania, 2019.

Escrita y dirigida por Sergei Loznitsa

*Este texto fue publicado en otra versión y con otro título por Revista Ñ en mayo de 2021