SID AND JUDY

SID AND JUDY

por - Críticas
08 Feb, 2020 04:51 | 1 comentario
Con archivos para lagrimear de cinefilia, el documental de Showtime sobre el descenso de Judy Garland al martirio farmacológico sintoniza una vibra sensible en lo sensacionalista.

CANSADA DE VIVIR,  CON MIEDO A MORIR

Como los drogo-inmolados de la cultura rock, pensemos en Jim Morrison, Brian Jones, Jason Bonham, Keith Moon, Jimi Hendrix, Janis Joplin o Kurt Cobain, Amy Winehouse e incluso los traperos pasados a retiro por motu proprio en el último lustro, caso Lil’ Peep, Mac Miller y Juicy Wrld, Judy Garland falleció cuando su vocales aún tenían cuerda. En su caso, como es historialmente sabido, no sin antes trasuntar un catálogo de la decadencia psicofísica a cielo abierto y la incomprensión parental en la mejor vena química.

La protagonista legendaria de El mago de Oz (Victor Fleming, 1939), Nace una estrella(George Cukor, 1954) y una galería de clásicos musicales junto a Mickey Rooney, Gene Kelly y quien se animara a cantar a su lado, cosechó en vida tantos grammys como maridos: cinco. A los grammyslos mereció y a los maridos los padeció.

Sid and Judy, EEUU, 2019.

Dirigida por Stephen Kijak. Escrita por S. Kijak y Claire Didier.

Para aproximarse a esa paradójica intimidad social en la que eligen vivir algunas estrellas mundiales, la cadena Showtime presentó a fines del año pasado un documental muy gratificante para los ojos cinéfilos ávidos sobre una de estas cinco aventuras matrimoniales de Garland llamado Sid & Judy (2019), dirigido por Stephen Kijak, que ahora se consigue en el mondo streaming. Es una buena idea verlo previamente a la biopic Judy, con Renée Zellweger, para terminar de llenar el álbum de figuritas mentales que coleccionamos sobre Garland, además de que la cosa empieza bien: la película de Kijak omite los recursos de las personas hablando a cámara o de un relator omnisciente. No hay saltos cuánticos creativos más allá de eso, es decir, el argumento atiende una forma del relato clásica en la que un acontecimiento previo es el se necesita ver para sopesar el siguiente, pero el mecanismo da buena cosecha.

Lo más atractivo, no obstante, es que Kijak elije una estructura novelesca periodística, un trabajo de narración que se extiende y se entiende como un ejercicio de corte literario ajustado a respetar la teoría de que los principales conflictos laborales e insalubres que vertebraron la vida de Garland hasta su muerte en 1969 surgieron a partir de finales de la década de los cuarenta – cuando empieza a forjarse el culto a Garland – debido a un punto de no retorno de la intensa explotación de su pequeña y frágil efigie. Kijak contrata las voces en off de Jon Hamm (como Sid) y de Jennifer Jason-Leigh (como Judy) para darles los roles de relatores de una especie de melodrama-noir que incluye un impresionante vendaval de material de archivo para el aplauso solemne desde el palco o el placer memorista: cientos de fragmentos de sus películas de todas las épocas, de sus programas de televisión, de sus presentaciones en vivo, de sus entrevistas catódicas; millones de fotos y audios inéditos y hasta filmaciones caseras de la vida hogareña junto a su tercer marido, Sid Luft, un productor de cine clase B que la protegió, la explotó y la desplumó, en ese orden decreciente.

Sid and Judy es el mejor material audiovisual sobre “la Garland”, a decir de la cultura gay, que circula en internet para iniciar el camino a la comprensión de su angustia existencial y de la mala reputación que le granjeó su mítica inconducta, que llegó a amontonar una colección antológica de contratos cancelados. Con este propósito, de ser piadoso sin escamotear la verdad, el documental no esquiva el flanco sensacionalista de las estancias cada vez más prolongadas de Garland en el inframundo químico, aunque con la objetividad sinóptica con que es empleado el recurso, entra en línea con la misión del relato sin abismarse al miserabilismo expositivo.

Pero el malestar de Garland tenía un origen ajeno al maridaje institucional.

Una vez Garland dijo y fue enigma:

“Qué extraño cuando muere una ilusión. Es tan duro como perder a un hijo”.

Sabemos que esta frase es clave pero quizás nunca sabremos por qué.

Coda presente: los créditos de la película están ilustrados por situaciones carnavalescas actuales con carrozas y exhibicionismos muy festivos de la cultura cosplay, que le rinde tributo a Dorothy, la inmortal niña que fue Garland en El mago de Oz, sin lágrimas en la lluvia, con los colores de la Metro en carne y uña y peluca.

Miguel Peirotti / Copyleft 2020