SEAN ETERNXS / BAFICI 2022

SEAN ETERNXS / BAFICI 2022

por - Críticas
27 Abr, 2022 09:13 | comentarios
Una de las grandes películas del año, otra obra notable de Raúl Perrone.

VIVIR SU VIDA

Es verano, hace calor, parece que es 2019 y lxs pibxs viven. Sus cuerpos se bañan al sol y en la pileta. Los pibes fichan a las pibas y entre sí se seducen, juegan, pasan el rato. Sean eternxs es sobre ellos y ellas, es un retrato del tiempo del ocio de una vida que por injusta no deja de concitar belleza. ¿Quién dice que no hay brillo en las sombras?

Esta nueva obra de Perrone se construye a partir de un espacio particular y concreto: un polideportivo que concentra la actividad deportiva y social de muchos grupos de jóvenes y familias de un barrio de Ituzaingó. Si en 3SCOMBRO5 y PR1NC3S4, las últimas películas que se han visto de Perrone (decir “las últimas que hizo” sería arriesgado en un director de tanta prolificidad), la dimensión espacial es trabajada con un mismo escenario cerrado que es parte de la conjura de las fábulas que se retratan en los films, Sean eternxs se abre y muestra al polideportivo como el centro de una especie de espiral en constante expansión y contracción donde circulan, ida y vuelta al mundo de la calle, los personajes. Es imposible encerrar a lxs pibxs, parece sugerir el film; filmarlos es filmarlos en movimiento y goce.

A planos de pibas y pibes caminando sonrientes por el borde de la pileta tomados a través de los cercos del predio, donde los alambres parecen quietos a pesar del movimiento, le suceden planos de un pibe y una piba pasando el rato en un auto estacionado, con el horizonte del mundo exterior reflejado en las ventanillas. El interior, protegido, limitado y cuidado, se tensa con el orden de lo exterior. Todo es capturado en un blanco y negro filoso que haya su cúspide en las luces, sombras y texturas de una secuencia acuática donde los pibes y las pibas juegan, pero parecen danzar entre burbujas. En Sean eternxs, el septuagenario Raul Perrone además de evidenciar la existencia de una manera de filmar a una juventud estancada y conflictuada a través de lo festivo y lo vital, esquivando toda desafección, encuentra una de las expresiones más depuradas de su plástica; una poética con años de ejercicio que ni se limita al orden de lo visual ni se contenta con ser meramente preciosista. Los minutos del film discurren mientras un crudo relato de un pibe hilvana gran parte de las secuencias desde una voz en off que vierte, desde el exterior de las imágenes, la porción ominosa de la realidad. Allí el muchacho narra en primera persona, no sin mucho sentido del humor, las crudezas de la vida en la calle: los aprendizajes de los códigos, el límite de tolerancia del barrio con los vende paco, el rebusque de changa en changa, los vicios, las curtidas, los berretines, las escenas de la vida cotidiana en la calle.

No se sabe quién es el pibe que habla o si esa voz corresponde a alguna de las personas que vemos, pero no importa, justamente, no importa. Perrone borronea los caminos entre imagen y sonido, hace de ellos senderos lo suficientemente separados como para inducir a la intriga y lo suficientemente hermanados como para que el espectador se salpique de distintas verdades que se pueden sugerir en el trabajo de la interpretación, en el entrelazamiento del film y la sensibilidad del espectador, en ensayo de la conjunción de los caminos. No mostrar a ese narrador es, aquí, mostrar la posibilidad de que cualquiera de esos pibes puede ser el del relato, y viceversa. Lo vital y lo doloroso no son dos caras de una misma moneda, son experiencias aún más íntimas, son como los diferentes metales que forman una aleación. Perrone abre y complejiza sus films, los funde exponiendo su composición, pero nunca abandona al espectador, lo invita a navegar y a participar en el propio flujo cinematográfico, sea para pescar algo para sí o simplemente para navegar y viajar en el magma.

Una escena: dos chicos en cuero acostados sobre el pasto que comparten un pucho y debaten su presente, sus posibilidades y sus economías rotas por la inflación, terminan por concluir que con un pollo al horno con papas por las noches, con fernet y un porrito, es como se debe vivir la vida. Otra: en la vereda de una casa de barrio y frente a una multitud de vecinos y algún perro, una mujer con lo que se dice un vozarrón, acompañada por un guitarrista y un armonicista, hace un cover en forma de blues de ¿Quién se ha tomado todo el vino? de la Mona Jiménez. Dos momentos, como muchos otros en Sean eternxs, de mixtura, de juego, de deseo, de creación, que condensan el espíritu de este film. 95 minutos que contrarrestan imagen contra imagen, sonido contra sonido, fotograma contra fotograma, a todo aquel otro retrato de las juventudes marginadas que se construye insidiosamente día a día en los medios. Solo un conjunto de planos registrados con drones, algo desentonados dentro de la estética de la película y de un cariz cercano al imaginario de la vigilancia, resienten por breves momentos a esta ficción construida alrededor de la realidad que devela el carácter ficcional de lo que se vende como realidad.

Hay unicamente un puñado de imágenes a color que rompen con la logica del blanco y negro a lo largo de la película. Una de ellas, cerca del final, es el plano de un cielo anaranjado y levemente nublado que cae sobre la cámara inundando toda la pantalla; quizás la imagen de una tarde cálida en alguna terraza de Ituzaingó. Tal como las personas, los espacios también pueden ser fotogénicos, en su caso lo que nace en la mediación con el registro de captura es la sensación de hábitat, de deseo. Frente a Sean eternxs, todo espectador habita un poco Ituzaingó y revive la huella emocional de una época; tiempo difícil, injusto y sin mucho horizonte, pero con mucha vida alejada de los faroles principales.

Tomás Guarnaccia / Copyleft 2022