SAMUEL FULLER: CINE=EMOCIÓN

SAMUEL FULLER: CINE=EMOCIÓN

por - Ensayos
27 Jun, 2019 11:30 | Sin comentarios
A propósito de la reciente retrospectiva dedicada a Samuel Fuller.

“Nadie, absolutamente nadie, filma como Samuel Fuller”, dijo alguna vez Peter Bogdanovich y, tras la visión de sus películas, puede compartirse ampliamente dicha afirmación. Es que el impactante estilo visual de Fuller, la violencia y crudeza de algunas escenas y el estilo crispado de su narrativa y su montaje no tienen parangón dentro del cine americano clásico.

Miembro ilustre de la llamada tercera generación, probablemente la más rica del cine de Hollywood, nació en Massachusetts en 1912 y aún siendo adolescente comenzó a relacionarse con el periodismo, siendo ya a los 17 años reportero policial, un oficio que tiene mucho que ver con el tono de sus películas, y en los años treinta comenzó a escribir, publicando su primera novela en 1936. También en esa década empezó a trabajar como guionista para otros directores, con algún título recordable en ese terreno como Página negra, de Phil Karlson. Convocado durante la Segunda Guerra, participó en el Cuerpo de Infantería, recibiendo varias condecoraciones y sus experiencias en ese terreno se trasmitieron a sus películas bélicas.

Su debut como director se produjo en 1949 con Yo maté a Jesse James, un muy personal western que retoma la historia del asesinato del famoso pistolero, en este caso desde el punto de vista del matador. El núcleo central de la filmografía de Fuller se ubica entre este film y El beso amargo (1964) y en ese período desarrolla una obra tan visceral como imperfecta, con películas impregnadas del espíritu del cine de clase B, sin recurrir, salvo alguna excepción, a grandes estrellas de Hollywood. Definido por el crítico Andrew Sarris como un “americano primitivo”, su obra,  abunda en contradicciones con títulos y, sobre todo, escenas memorables, entre ellas los comienzos de varios de sus films a los que hay que sumar también frases recordables como el “Si te morís te mato”que le espeta un soldado a su camarada agonizante en Casco de acero.

Muchas veces se ha emparentado su cine con el de otro gran director, Nicholas Ray (vg, Jean-Luc Godard dedicó uno de sus films a ambos realizadores). Sin embargo, hay en las películas de Ray un aura romántica ausente en Fuller, con sus películas plagadas de personajes amorales y corruptos, de ambigua conducta, y también se pueden encontrar en sus films   escenas que bordean el surrealismo, una característica inexistente en las obras de Nick Ray. Un rasgo que se puede compartir con la opinión de varios críticos es que la visión global de su obra tiene mayor interés que el análisis individual de cada una de sus películas (en este caso, el todo sería más que la suma de las partes), en las que se pueden encontrar ocasionales escenas pueriles y/o convencionales que contrastan con la potencia de otros momentos. Y está también la ambigüedad ideológica que ha provocado rechazos tanto por derecha como por izquierda. Está claro que si algo Fuller no trasmite en sus films es una exaltación de los valores del american way of lifepero en ocasiones su anticomunismo y macartismo aparecen como gruesos y sin matices.

Productor y guionista de la mayoría de sus películas, el fracaso comercial de El beso amargo produjo una impasse en su carrera hasta 1969 y de allí en adelante su filmografía se torna mucho más irregular con películas rodadas en Europa, fuera de su hábitat natural con solo dos títulos relevantes que, no casualmente, fueron realizados en Estados Unidos, Más allá de la gloria (a pesar de las severas mutilaciones sufridas) y Perro blanco. En una famosa escena de Pierrot le fou, de Godard, se le pregunta en una fiesta a Fuller que es el cine y el responde sin vacilar. “El cine es como un campo de batalla: amor, odio, acción, violencia, muerte; en una palabra, emoción” Samuel Fuller murió en Hollywood en 1997, quedando su obra  como una de las más influyentes del cine americano, algo notorio en directores como Scorsese, Abel Ferrara y Tarantino.

La excelente retrospectiva que se proyectó en la Sala Lugones del Teatro San Martin, con diez películas de Samuel Fuller (más allá de la ausencia de varios títulos relevantes, como Yo maté a Jesse James, Casco de acero, El vuelo de la flecha, El kimono escarlata, Prohibido!, Invasión en Birmania y Más allá de la gloria), es ampliamente representativa del poderoso estilo visual del director. Reseñaremos entonces brevemente los títulos exhibidos.

Bayoneta calada (1951), inmediatamente rodada después de la notable Casco de acero puede considerarse un film complementario y mellizo con este. Filmada en su totalidad en estudios, muestra el crudo realismo con que Fuller encaraba sus films bélicos y que tiene que ver con las experiencias vividas a nivel personal en ese terreno. Nada hay en esta película (ni en la anterior) de triunfalismo ni exaltación patriotera y la guerra está presentada como un terreno incierto y peligroso en el que para el grupo de hombres que desarrollan la misión encomendada lo único que importa es sobrevivir. Escenas de trepidante acción se intercalan con momentos más reflexivos en los que los personajes dialogan, del mismo modo que los planos generales se alternan con primeros planos, dotando al film de su particular ritmo. Los rostros atribulados de los protagonistas una vez finalizada la tarea, no hacen más que refrendar lo antes señalado.

El rata (1953), ofrece tras su estructura de thriller de connotaciones políticas, una atractiva galería de personajes, con el ladrón de poca monta Skip McCoy a la cabeza. Personaje individualista y anárquico, vive en una miserable casucha debajo de un muelle y allí comienza su insólita historia de amor con Candy. Y hay otro personaje esencial, la informante de la policía que interpreta la genial Thelma Ritter. La película ofrece varias escenas memorables, como la de la muerte de Ritter a manos de un agente comunista, una gran intensidad y un notable uso dramático de los primeros planos, todo puntuado por la música de tintes jazzísticos de Leigh Harline. La subtrama política refleja con claridad el auge de la época de la Guerra Fría y los coletazos del macartismo en varias escenas, pero se impone la riqueza de sus personajes centrales. Tarea para el hogar, comparar este film con El carterista, la obra maestra de Robert Bresson.

Primera película en Cinemascope y color de Fuller, Proa al infierno (1954) es un trabajo sobre un guion ajeno que, a pesar de los cambios que le introdujo el director, no deja de estar encuadrado como un típico film de los años de la Guerra Fría. En este caso, un submarino al mando de un militar retirado y del que participa un científico pacifista debe destruir una base enemiga (aunque no se los nombre, está claro que dirigida por comunistas). El film no tiene los grandes momentos característicos del director y, en cambio, abunda en tópicos (los enemigos perversos, el romance entre el militar y la hija del científico) y fue uno de los trabajos más exitosos del director desde el punto de vista comercial pero también posiblemente su película más convencional.

Más interesante es el siguiente film de Fuller, La casa del sol naciente  (1955), primer film americano rodado en Japón y también precursor en cuanto a mostrar relaciones entre un americano y una japonesa. Rodado también en scope y color, presenta algunos de los temas recurrentes del director, como el de la mezcla de culturas y los difusos límites entre la lealtad y la traición en una historia de gángsters americanos que actúan en Japón y son infiltrados por un oficial estadounidense. Si desde el punto de vista argumental la película no ofrece grandes novedades hay en ella un aspecto de gran interés que es el de la relación que se entabla entre el jefe del gang (excelente Roberto Ryan) y el policía que se mete en la organización y va ganado la confianza del líder, de aristas homosexuales y que recuerda elementos de Yo maté a Jesse James, que también mostraba una ambigua relación entre el protagonista y el hombre que lo traiciona.

Las puertas rojas (1957) es otra de las películas bélicas de Fuller. Ambientada en Asia en la época de la guerra franco-vietnamita y otra vez centrada en un pelotón, en este caso guiado por una mujer euroasiática (la notable Angie Dickinson) que debe tratar de destruir un arsenal enemigo. Si bien hay varias escenas que remiten al mejor Fuller (la larga agonía de un soldado con la espalda rota, la inmolación de la protagonista) hay momentos banales como la escena “amorosa” entre Dickinson y su ex marido en medio del fragor de la contienda y está lastrada por un anticomunismo de brocha gorda (no puede dejar de chirriar escuchar a Nat King Cole, negro él, decir que participa en esta guerra “porque hay muchos comunistas vivos”) o la concesión de presentar al mismo Cole cantando un par de canciones en situaciones poco creíbles para esa acción.

Dragones de la violencia (1957) es un notable western de Fuller, ambientado en Tombstone, la tierra donde se produjeron los legendarios enfrentamientos entre Wyatt Earp y Doc Holiday con los Clanton) y tiene claros ecos de la obra de John Ford, no en el tono, pero sí en las situaciones, con Barbara Stanwyck interpretando a un formidable personaje femenino. Otro film plagado de escenas memorables con algún notable plano secuencia y otro gran  momento, el de la frustrada declaración de amor de Dean Jagger a la protagonista que culmina con su suicidio, para figurar en la más rigurosa antología. Película torrencial, con momentos inolvidables (La tormenta en la que un caballo arrastra a Stanwyck, el notable comienzo), la película es una suerte de quintaesencia del credo cinematográfico “fulleriano” y un film síntesis de su obra.

La mitad de la obra de Samuel Fuller está encuadrada dentro del cine negro o del thriller y La ley del hampa (1961) es uno de los mejores títulos en ese terreno y uno de los films más logrados del director. Oscuro relato de venganza y autodestrucción es un ejemplo tardío de cine noir, con una historia que aparece como una variante de Cosecha roja, de Dashiell Hammett con su galería de personajes amorales y corruptos. Con un refinamiento estilístico infrecuente en su obra y una iluminación de tintes expresionistas, Fuller convierte esta guerra entre el hampa y el FBI a la que un marginal le cambia las reglas, destruyendo las estructuras del crimen organizado, en una de sus miradas más sombrías y desencantadas sobre la sociedad norteamericana y un final en el que se reconocen ecos del de Cenizas y diamantes, del polaco Andrzej Wajda.

En Delirio de pasiones (1963), Fuller reflexiona sobre los límites entre la cordura y la locura a través de la historia de un periodista que, con el objetivo de ganar el premio Pulitzer, se hace pasar por loco para poder internarse en un manicomio e investigar un crimen cometido dentro del mismo, para lo que interrogará a tres testigos, un soldado con neurosis de guerra, un negro que se cree miembro del Ku Klux Klan, y un físico nuclear que ha tenido una regresión a su infancia, pero terminará él mismo cayendo en la locura. Film ambicioso e irregular (para Fuller el manicomio es una metáfora de los Estados Unidos), cuenta con varios grandes momentos y otros que rozan la banalidad, como los sueños del protagonista con su novia y otros pasajes efectistas y poco sutiles. Una película atípica en la filmografía del director que permite apreciar claramente las (muchas) virtudes y (algunos) defectos de su cine.

La escena inicial, previa a los títulos de El beso amargo  (1964), la paliza que le propina una prostituta a su cliente borracho hasta que se le cae la peluca y muestra su cabeza totalmente rapada, debe ser la más impactante de la filmografía de Fuller. Luego vemos a la protagonista en un encuentro sexual con un policía y dos años después convertida en ciudadana ejemplar como enfermera en un instituto para niños discapacitados. Poco habitual incursión del director en el terreno del melodrama femenino, el film tiene algunos de los típicos momentos “fullerianos”, como cuando la protagonista aporrea  y le mete en la boca un puñado de dólares a la dueña de un bar que prostituye jóvenes o cuando el presunto benefactor de la ciudad con quien la heroína va a casarse resulta ser un pervertido sexual. Sin embargo del film se desprende por momentos un tufillo moralizante infrecuente en la obra del director.

Antes de radicarse en Europa, donde realizará sus dos últimos trabajos, Fuller rodó en América Perro blanco (1982) uno de sus mejores films. A partir de una idea argumental bastante simple –una joven actriz atropella a un pastor alemán y pronto descubre que ha sido entrenado para atacar a personas de raza negra-, el director ofrece una incisiva reflexión sobre el racismo existente en su país. La muchacha intentará “reeducar” al perro a través de un domador de raza negra, tarea en la que ha fracasado siempre. Hay en el film varias escenas notables, el ataque y muerte de un joven negro atacado por el perro en una iglesia, expuesto fuera de campo, la aparición del “educador” del perro, un anciano de apariencia inocente y simpática y el caústico final que,  junto con la virulencia de la propuesta, pueden explicar las dificultades que tuvo el film para el estreno en su país. Obra amarga y pesimista es sin duda uno de los trabajos más logrados del director.

Pocas son las oportunidades en que se exhiben retrospectivas de directores americanos clásicos, por lo que este ciclo dedicado a Samuel Fuller fue un auténtico acontecimiento cinéfilo.

Fotogramas y fotos: 1) Perro blanco (encabezado); 2) Samuel Fuller; 3) El rata; 4) Dragones de la violencia.

Jorge García / Copyleft 2019