RETROSPECTIVA KENJI MIZOGUCHI: VIDA, PASIÓN Y MUERTE DE LA MUJER EN EL JAPÓN PATRIARCAL

RETROSPECTIVA KENJI MIZOGUCHI: VIDA, PASIÓN Y MUERTE DE LA MUJER EN EL JAPÓN PATRIARCAL

por - Festivales
23 Jul, 2019 12:40 | 1 comentario
14 títulos fueron exhibidos en la retrospectiva de Kenji Mizoguchi celebrada en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín en el mes en curso. De este acontecimiento cinéfilo, el autor revisa casi todas las películas que se vieron en Buenos Aires, e intenta, además, delinear algunas características estéticas y temáticas del maestro japonés.

Ya en alguna oportunidad hicimos hincapié en la afirmación del crítico francés Jean-Michel Frodon –por otra parte, ampliamente compartible- acerca de que el cine japonés es un monumental iceberg del que en Occidente solo se conoce la punta. En el caso específico de nuestro país, si en otros tiempos llegaban a nuestras pantallas algunos títulos de ese origen, con el paso de los años han ido raleando hasta convertirse en casi inexistentes. Ahora bien, en el caso del gran realizador Kenji Mizoguchi ese concepto puede hacerse extensivo a su país natal, ya que se trata de un director que solo ha alcanzado difusión en salas especializadas o cineclubes de Japón, algo realmente curioso tratándose no solo de uno de los más grandes cineastas de ese país, sino también de la historia del cine. El cine clásico japonés se conoce en Occidente principalmente a través de la figura de Akira Kurosawa y en medida algo menor, de Yasujiro Ozu, pero Mizoguchi, el también enorme Mikio Naruse y no digamos ya Heinosuke Gosho no gozan del mismo reconocimiento.

Nacido en Tokio en 1898, hijo de un carpintero, la venta de su hermana mayor por parte de su padre a una casa de geishas fue un hecho que no solo marcó su infancia sino que fue también determinante para algunos de los rasgos fundamentales de su cine. Abandonó sus estudios siendo adolescente y luego de la muerte de su madre dejó su hogar y se fue a vivir con su hermana geisha. Desde muy joven se sintió atraído por la pintura, la poesía y el teatro y a los veinte años ingresó en el mundo del cine como actor y pronto se convirtió en asistente dirección hasta su debut como realizador en 1922, desarrollando una carrera de más de tres décadas hasta su prematura muerte en 1956 con más de ochenta títulos, la mayoría de los cuales, sobre todo del período mudo, están desaparecidos, sobreviviendo hoy apenas una treintena de obras. Personalidad de rasgos polémicos, ideológicamente ambigua, en su juventud fue caracterizado como un director de izquierda, teniendo varios de sus film problemas con la censura, pero en los años de la segunda guerra sus posiciones viraron hacia un exacerbado nacionalismo, defendiendo las políticas de su país aliado al eje nazi-fascista. Otro rasgo discutido de la personalidad de Mizoguchi era el de su relación con las mujeres ya que varias veces fue acusado de maltratarlas, algo que no se condice que la visión que tiene en sus films de los personajes femeninos.

Una rápida mirada sobre las características esenciales de la obra de Kenji Mizoguchi debe hacer referencia a dos grandes temas recurrentes en su filmografía, el primero las tensiones existentes en Japón entre tradición y modernidad y el segundo, el papel de la mujer, sometida a lo largo del tiempo por una sociedad marcadamente patriarcal (Mizoguchi puede ser considerado sin vacilar uno de los grandes directores feministas de la historia) expuestos en muchos casos utilizando los rasgos definitorios del melodrama. Para desarrollar sus ideas en ese terreno, el realizador se valió de algunos recursos que son las características distintivas de su puesta en escena y que ya se manifiestan en plenitud en sus obras de mediados de los años 30. Estas son, una utilización sistemática de los planos largos y sostenidos (que podían ser planos-secuencia o planos-escena), una notable fluidez en el uso de la cámara (Mizoguchi fue un maestro en el uso del travelling lateral), elusión casi total del plano/contraplano, un gran trabajo sobre la profundidad de campo y el montaje dentro del cuadro y una gran maestría en el uso de las elipsis y el fuera de campo. A ello debe sumarse el realismo que impregna muchos de sus films, que en ocasiones se ve atravesado por escenas oníricas y/o fantásticas y un notable uso de la música, ya sea moderna o basada en melodías tradicionales japonesas. A diferencia de otros grandes autores cinematográficos, Mizoguchi, salvo excepciones,  no escribía sus films pero tuvo un colaborador, Yoshikata Yoda, quien fue guionista de la casi totalidad de los films de los últimos veinte años de carrera y con quien consiguió un gran simbiosis, incluso en las adaptaciones de relatos y leyendas de la tradición oriental. Si bien en sus películas los personajes están abrumados por una profunda tristeza, el lirismo con que el realizador los presenta trasmiten momentos de una desolada poesía. Otros rasgos que se puede señalar en el cine del director es la contenida violencia de sus films (en las películas de Mizoguchi, el sexo, la violencia y la muerte, presentes en muchos de sus títulos, están casi siempre expuestos fuera de campo o a través de elegantes elipsis) y la incorporación en sus películas, en varios casos, de elementos autobiográficos.

La retrospectiva presentada en la Sala Lugones del Teatro General San Martin, en su mayoría en copias en fílmico, permitió un atractivo acercamiento a la obra de este gran realizador. Reseñaré a continuación brevemente la mayoría de los títulos exhibidos en el ciclo.

Con una carrera ya dilatada y numerosos títulos mudos (lamentablemente la mayoría de ellos perdidos), a mediados de los años 30, Mizoguchi ofrece sus primeros trabajos auténticamente personales. Elegía de Osaka (1936) fue, según algunas versiones, otras dicen que no, muy exitosa en su momento, lo que no impidió que fuera prohibida por la censura japonesa hasta 1940. El film narra la historia de una empleada de una teléfónica que, ante el desinterés de su novio y la difícil situación económica de su hogar decide entregarse a su jefe. Descubierta por la mujer del hombre es despedida, cayendo entonces en la prostitución sin que su familia se entere. Un incidente con un cliente provoca su detención y la ulterior expulsión de su casa. Varios de los temas del cineasta se dan cita aquí, vg., la degradación de la mujer y el rol del dinero en las relaciones humanas. Ya aparecen aquí en plenitud varios de los rasgos definitorios de su obra y, además, el film cuenta con una gran actuación de Izuzu Yamada en el protagónico.

Del mismo año es Las hermanas de Gion, basada en una novela del escritor ruso Alexander Ivanovic Kuprin, que está centrada en dos hermanas que trabajan como geishas en el barrio de ese nombre, zona “roja” de Tokio, de caracteres contrapuestos, una rebelde y moderna y la otra conservadora y tradicionalista. A pesar de sus diferencias, ninguna de las dos podrá moificar la realidad que la circunda ni escapar al contexto social patriarcal y presivo. El uso del plano secuencia se hace aquí sistemático, prácticamente no existen primeros planos ni planos/contraplanos y el director va depurando su estilo visual. El film fue un fracaso desde el punto de vista comercial, provocando el cierre de la productora Daiichi, con la que Mizoguchi había trabajado en todos sus títulos inmediatamente anteriores.

En 1939, un año glorioso para el cine mundial, Mizoguchi realiza Historia del último crisantemo, un espléndido melodrama y uno de sus títulos mayores. Ambientada a fines del siglo XIX, la película narra la odisea de un joven actor, que vive bajo la sombra de su padre, un reconocido comediante. La relación que comienza con una criada, niñera de su hermano, provoca su expulsión del hogar, su fuga con la muchacha y el comienzo de sus desventuras lo que se revertirán con el paso de los años, cuando el protagonista se convierte en un éxitoso actor, al precio del abandono y muerte de su novia. Apogeo del rol de la mujer sacrificada, que entrega todo, incluida su vida, en la búsqueda del éxito de su compañero y como en varias películas del director, la fortaleza del personaje femenino se contrapone con el egoísmo del protagonista masculino. En este film, Mizoguchi muestra su total dominio de los planos extendidos, sean planos/secuencia o no y muestra su total maestría en el terreno de la profundidad de campo, la elipsis y el fuera de campo. No solo un título esencial en la obra de Mizoguchi, sino también una obra maestra del cine de cualquier época.

Basada en un relato del célebre escritor japonés Jushiro Tanizaki, Señorita Oyu (1951) es un sólido melodrama en el que un joven acepta casarse con una tímida muchacha (Shizu) para poder estar cerca de su hermana (Oyu) una viuda de la que está en realidad enamorado -aunque las tradiciones de su país impiden que una mujer en esa condición- y con un hijo pequeño pueda tener otra relación sin consentimiento de su familia y a su vez Shizu es consciente de esta situación. El bizarro triángulo que se entabla es el centro de la película en la que –como en otros films del director- hay un personaje masculino al que le cuesta manifestar sus sentimientos. Se puede apreciar en el film un gran trabajo con la profundidad de campo y el espacio y la poca de decisión de los personajes para asumir las situaciones en las que se ven envueltos los condenan inexorablemente a la muerte, la soledad o el fracaso de un matrimonio no deseado.

Posiblemente la película más prestigiosa del director aunque -aun siendo muy buena- no necesariamente la mejor,  Vida de O´ Haru, mujer galante (1952) está basada en un relato del escritor del siglo XVII Saikaku Ihara y si bien está ambientada en esa época tiene marcadas resonancias contemporáneas. Con una estructura circular y construida a través de un extenso flashback, la película narra la progresiva degradación de una cortesana que –tras el descrédito social que sufre por sus amoríos con un criado- es vendida por su padre (nótese la correlación con lo ocurrido a Mizoguchi con su hermana) y terminará convirtiéndose en concubina, prostituta y monja budista mendicante en una ininterrumpida sucesión de sufrimientos.  Lo recargado de la anécdota, potenciada por la ausencia de rebeldía de la protagonista, está redimida por el gran trabajo del realizador con los planos largos, el notable trabajo de cámara, en un auténtico apogeo de los travellings laterales y la magnífica interpretación de Kinuyo Tanaka.

Posiblemente el film más conocido de Mizoguchi en Occidente, Ugetsu (1953) está inspirado en dos relatos de Akinari Ueda, publicados en 1776. El film está ambientado en el Japón rural del siglo XVI, período signado por los enfrentamientos entre clanes. En ese contexto dos hermanos, uno alfarero y el otro campesino, deciden partir a la ciudad, abandonando a sus mujeres, uno con el fin de hacer dinero y el otro con el de convertirse en samurái. El segundo lo conseguirá, recurriendo a dudosas artes, mientras que el otro vivirá una apasionada historia de amor con una bella mujer que resulta ser el espíritu de una princesa fallecida mucho tiempo antes. Es notable como el director, en esta suerte de melodrama fantástico, logra fusionar las situaciones realistas con las oníricas en un mismo plano y la notable fluidez que consigue en el trabajo de la cámara apreciable, sobre todo, en los virtuosos travellings. El campesino devenido samurai, cuando regrese, encontrará a su mujer dedicada a la prostitución, volviendo con ella en un final, según parece, impuesto por la productora, en tanto que el otro, aterrado al enterarse que estaba enamorado de un fantasma, también regresa, sin saber que su mujer ha sido asesinada por soldados. Allí, en una sorprendente simetría, también encontrará a su esposa convertida en un espíritu errante. Una obra mayor, poética y elusiva, de Kenji Mizoguchi.

Luego de los éxitos en festivales de dos títulos esenciales, O´Haru y UgetsuLos músicos de Gion (1953) es uno de los films menos vistos de Mizoguchi y está ambientado en el barrio de ese nombre, donde ya se puede apreciar la influencia occidental de posguerra. Una joven de ese barrio “rojo” es protegida por una geisha más veterana y el film muestra diversos intentos de rebelión de la muchacha en una sociedad en lo que lo principal sigue siendo la relación con el dinero. El mundo de las geishas está mostrado por el director con su habitual precisión en un film que no está a la altura de sus obras mayores y en que los distintos personajes, incluso los aparentemente más rebeldes, terminan sofocados por las reglas de una sociedad poco propensa al cambio.

Inspirado en una antigua leyenda japonesa y ambientado en el siglo XI, un período en el que una poderosa aristocracia sometía a pobres y campesino a la esclavitud, El intendente Sansho (1954) está centrada en una familia que se ve destruida, cuando el padre, un funcionario considerado contemplativo es desterrado  y su esposa es vendida a una remota isla, donde terminará prostituyéndose, mientras sus hijos son convertidos en esclavos. La película, de una crudeza notable, no exenta de momentos de casi intolerable crueldad, es la denuncia más clara del director sobre la explotación de las clases bajas a manos de un grupo poderoso. Mientras la muchacha es un personaje que tendrá un trágico destino, el muchacho, tras diversos avatares lograra escapar y, transformado en alcalde, conseguirá suprimir la esclavitud. Logrado ese objetivo, tras enterarse de la muerte de su padre (la figura paterna más positiva en la obra del realizador), emprenderá la búsqueda de su madre y el encuentro de ambos en la bella y conmovedora secuencia final en la que, contra su costumbre, el director recurre a los primeros planos, será uno de los grandes momentos, no solo de la obra del director sino del cine en general. Otra obra fundamental  en la filmografía del realizador.

La mujer del rumor (1954) fue, al parecer, un trabajo de encargo a partir del conocimiento del director del mundo de la prostitución y narra la relación entre una muchacha que vuelve de Tokio después de un intento de suicidio a la casa de su madre, quien regentea un burdel, el que es frecuentado por un joven médico  a quien la mujer corteja solapadamente. A su vez el joven también se siente atraído por la muchacha, quien cuestiona el modo de vida de su madre, y ambos se plantean abandonar el lugar e irse a vivir a Tokio. Cuando el triángulo hace crisis, la chica abandona sus ideas liberales y ante la conducta timorata del médico termina reemplazando a su madre en la dirección del burdel. Este brusco cambio de conducta del personaje le hace perder mordiente al film que desemboca en el triunfo de lo viejo (tradición) sobre lo nuevo (modernidad) con un pesimismo de tinte marcadamente conservador y reaccionario. Ultima colaboración de Kinuyo Tanaka con el director del que, según  algunas versiones, rechazó sus requerimientos amorosos, por lo que no solo no trabajó más con él sino que parece que Mizoguchi intentó vetar la carrera como directora de la actriz (que fue muy buena).

Adaptación de una obra de Chikamatsu Monzaemon, el gran autor clásico del teatro kabuki y ambientado en el siglo XVII, Los amantes crucificados (1954) muestra a fondo y con lucidez las tensiones existentes entre la obediencia a una rígida normatividad social y la expresión de los sentimientos, a través de la historia de amor fou entre la esposa de un rico comerciante y un sirviente que trabaja en la casa, que desembocará en un trágico final. Una vez más el director muestra su maestría en la utilización del plano secuencia, la elipsis y la profundidad de campo pero el film tiene además, como elementos de algún modo novedosos, el aura romántica que impregna la relación de los amantes y algunos toques cercanos a la comedia en su primera parte. También aparecen aquí las contradicciones del director respecto de la figura paterna y –de manera aun más clara y explícita que en otros films- el papel del dinero como motor relevante de las relaciones sociales. El rostro plácido y casi feliz de los amantes camino a la muerte tiene un romanticismo que lo emparienta con los films de Frank Borzage.

En La princesa Yang Kwai Fei (1955), Mizoguchi vuelve otra vez a un pasado remoto adaptando un relato del siglo Xi, ambientado en el VIII y que narra el ascenso y trágica caída de una criada, empleada de cocina, que se convertirá en emperatriz y amante del Emperador de turno. El film, la primera obra de director en color, un formato en el que no parece encontrarse demasiado cómodo, está filmada casi en su totalidad en los interiores del palacio donde transcurre la acción, cuna de reyertas bélicas varias e interminables intrigas palaciegas. Según parece el proyecto nunca le interesó demasiado al realizador y esto se puede apreciar en cierta frialdad de la puesta en escena y un desarrollo de los personajes bastante lineal, lejos de las complejidad y ambigüedad de otros trabajos. Por supuesto que hay en el film bazas favorables, como la utilización de la música, la destreza en el manejo de las elipsis y la notable secuencia en la que la protagonista va camino a su muerte, pero la película en conjunto no está a la altura de las obras mayores de Mizoguchi

El submundo de las prostitutas fue siempre una obsesión de Mizoguchi  y a él dedica su último film, La calle de la vergüenza (1956), filmado en el momento en el que se discute en el Parlamento japonés una ley sobre la eliminación de la prostitución. Ambientado en un burdel del barrio rojo de Tokio, irónicamente llamado El País de los Sueños, en el que varias mujeres intentan sin éxito abandonar ese tipo de vida, la película es un relato claustrofóbico que transcurre casi en su totalidad en el interior del prostíbulo. Film que plantea en profundidad la situación de la mujer en una sociedad resueltamente patriarcal, sin abrir juicios morales sobre la conducta de los personajes y con una mirada compasiva sobre los mismos, presenta tomas más cortas y un uso de los primeros planos más frecuente que en el resto de su obra. Varias escenas de bravura, como la discusión de una de las putas (la maravillosa Machiko Kyo, recientemente fallecida) con su padre o de otra de las prostitutas con su hijo tiene su gran culminación en el plano final de la película -también el último de la filmografía del director- en el que una principiante en el burdel aguarda con una profunda mezcla de timidez y angustia el encuentro con su primer cliente.

La exhibición de esta retrospectiva del gran director japonés en la Sala Lugones del Teatro San Martín fue, proyectando casi la mitad de los títulos disponibles de su obra, sin duda, uno de los mayores eventos cinéfilos del año.

Fotogramas: Cuentos de la luna pálida; 2) Kenji Mizoguchi; 3) Las hermanas de Gion4) Vida de O´ Haru, mujer galante 5) El intendente Sansho; 6) La princesa Yang Kwai Fei. 

Jorge García / Copyleft 2019