RAMÓN AYALA

RAMÓN AYALA

por - Críticas
21 Jun, 2014 01:06 | Sin comentarios

LA SONORIDAD DE LOS COLORES

verimg.aspx

Por Marcela Gamberini

Lo que se muestra en la superficie de la película de Marcos López, Ramón Ayala, es que los caminos para encontrarse y encontrar y mantener con vida las raíces, la tradición, la cultura popular son insondables. Ramón Ayala, cantautor mágico y entrañable, misionero en cuerpo y alma, cantor de tierras coloradas, personaje de película, pintor de colores brillantes, es sobre todo un catalizador admirable de la cultura popular. Ayala, le sirve a López para hacer no sólo una película adorable, seductora, disfrutable sino que además le sirve para decir algunas cosas sobre el mundo, sobre el cine y sobre la cultura popular.

Dice Ayala en un momento de la película, “que el hombre encuentre su voz a través del monte”. Y es lo que hace Ramón y también Marcos López. Encontrar la voz es encontrar la propia identidad, la marca de pertenencia, y a la vez es hacerse cargo de la voz del pueblo que, en este caso, está tan presente. Las voces que la película convoca son las de la naturaleza, son los sonidos cadenciosos de la música, son las voces lejanas de la infancia, es el peso de la tradición, es el lenguaje de la tierra, son los colores de las experiencias, es el gentío de la ciudad y todo eso se mezcla, como en un gran tapiz, barroco, desmesurado; como en un cuadro de Ramón Ayala o en una de sus canciones. Las piezas como notas musicales se ensamblan y se superponen y reverberan en las melodías cadenciosas de Ayala, en su voz meticulosa y precisa.

La película deviene en un proceso de metaforización vertiginoso. Los animales, tigres y leones estampados en sábanas, en mantas, en posters en las paredes remiten a los reales y a la vez son su propia representación. Hiperrealismo desatado donde los colores furiosos se comen la naturaleza, fotografías de la vida cotidiana. El monte, la madera, la tierra, el río; la selva se hacen ciudad y la ciudad se hace selva en sus calles registradas como nervaduras. La selva es una ilusión y al mismo tiempo está presente en la gran ciudad. Selva y ciudad se hacen indistinguibles. Sus animales son los hombres de la gran ciudad. Y los hombres urbanos son habitantes de una selva colorada, desmesurada y espesa. Como las pinturas de Ayala, como el cine de López.

La película propone contrapuntos de hipotéticos opuestos. El vendedor de CD “artesanales” se cruza con un publicista que vive en Puerto Madero, dicotomía de clases, sutilezas del sentido que se cuela allí en el cruce. Y ese cruce es en la música de Ramón Ayala que a su vez es el descanso de lo cotidiano, del rumor de la selva, de los alaridos de la ciudad. Las canciones alivianan lo cotidiano, son terapéuticas. Las canciones, las fotos (López es fotógrafo), las pinturas es lo que en definitiva salva al hombre, a la tradición, a la historia. Es su registro y a la vez su salvación.

Esos dos personajes, antagónicos y a la vez cosidos por el hilo fuerte y selvático de la música de Ayala, son dos cuerpos perdidos en la gran ciudad. Marcos López arma una estructura armónica y melodiosa, como las canciones de quien retrata, a partir de una estructura de contrapuntos. Lo popular y la élite, la selva y la ciudad, la tierra colorada y el asfalto, la música y la pintura conviven como dos caras de la misma moneda, necesarias en su reciprocidad.

El mismo Ramón Ayala también tiene una doble pertenencia: es músico y es pintor. El color de la luz, el color de la voz, la sonoridad de los colores rabiosos, el secreto de la vida y el secreto de la luz, “emplea el color en la palabra” dice sin ambages. Sus canciones describen su experiencia, su historia que es la historia de su pueblo castigado. Los regionalismos como mensú y neike son la piedra de toque donde confluye el río de sus antepasados y de su infancia y su activo presente.

La canción que se canta con un travelling sobre Villa 31 rescata los colores, apunta al sentido hiperrealista de la película. El montaje que alterna entre los edificios en Retiro o en Puerto Madero y el río o la selva sella la película dándole su marca de identidad; las diferencias y las semejanzas entre las clases, entre los espacios, entre las historias de cada uno. Los planos aparentemente sueltos se tejen en el meticuloso trabajo de sonido de López- Ayala que aporta al contrapunto de las imágenes sentido y sensibilidad.

A partir de su vocación humanista Ramón Ayala concibe un ritmo para su tierra, el “guarambao”, síntesis de sus sonidos y de sus silencios; simultáneamente Marcos López concibe su película reconciliando los extremos, poniendo en primer plano la cultura popular, resumiéndola en unos pocos y certeros trazos. Ramón Ayala es una película honesta y luminosa, sencilla y querible, en definitiva, tan auténtica, como su personaje.

Marcela Gamberini / Copyleft 2014