A QUIET PASSION / UNA SERENA PASIÓN

A QUIET PASSION / UNA SERENA PASIÓN

por - Críticas
09 Jul, 2017 11:32 | comentarios
Alguna vez recordaremos cada película de Davies como una especie hermosa que dejó de existir. Justo dan una en los cines. No pasa seguido. ¿Qué más decir?

**** Obra maestra  ***Hay que verla  **Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

LAS LETRAS

Una serena pasión / A Quiet Passion, Reino Unido-Bélgica, 2016

Escrita y dirigida por Terence Davies

*** Hay que verla

En la última película de Terence Davies, Emily Dickinson se suma a una galería de personajes femeninos del director que están a contramano de su tiempo y pelean por su autonomía.

El concepto de “alma” supo comunicar un espacio íntimo de la experiencia, un regalo diferencial del Altísimo para su criatura preferida. En la época de Emily Dickinson, a mediados del siglo XIX, su pertinencia todavía no estaba del todo en juego, sí su soberanía. Las dos discusiones sobre la absoluta posesión del alma que mantiene la escritora con su padre y una educadora pueden parecer anacrónicas, pero no lo son en Una serena pasión: por entonces se trataba de una palabra asociada a Dios, entendido como padre celestial.

Para Dickinson es evidente: el orden del mundo es masculino; la jurisdicción de la literatura le pertenece al presunto sexo fuerte y en las cuestiones del espíritu legisla el padre. En ese tiempo, una mujer tomando la palabra constituía una anomalía. Esa confrontación es la que le interesa al gran maestro Terence Davies para esbozar una biografía y su relación secreta con la poesía. La intensidad de Dickinson era demasiado para su tiempo.

La película empieza cuando la joven Dickinson está finalizando los estudios; Davies, de inmediato, hace una magia materialista con su cámara: en una sección de fotos familiares, un conjunto de travellings hacia delante direccionado hacia el rostro de los personajes va sugiriendo una misteriosa mutación en los semblantes. Es otro tiempo, y una lección sobre el uso de la elipsis. De ahí en más nace la escritora, cuya vida literaria se circunscribe a la madrugada, horario aprobado por el padre para que su hija pueda estar a solas con la sonoridad del lenguaje.

La progresión narrativa es aquí descendiente. Pasa el tiempo, la escritora madura, pero también su amargura. La comicidad irónica y silogística a lo Oscar Wilde de los primeros 50 minutos va esfumándose a medida que la propia luminosidad del filme es también devorada por las sombras. El materialismo poético de Davies es magnífico.

Como suele suceder en Davies, siempre hay en sus películas un momento sublime en el que el cine alcanza su mayor esplendor. Los versos de Dickinson y los planos de Davies se confunden completamente cuando al director se le ocurre escenificar una fantasía erótica; es una secuencia inolvidable. En el momento en que se abra la puerta del cuarto de Dickinson y el posible amante se dirija hacia la habitación, la experiencia orgásmica, o la percepción extasiada del “alma”, se visualizan. No hay descripción lingüística capaz de describir ese paroxismo en el yo, pero Davies encontró el modo de filmarlo. Notable.

Es un milagro secular que un filme de Davies se estrene en una sala comercial. Si en nuestro mundo las atrocidades y las vilezas no gozaran de tanto prestigio ni tuvieran cautiva a la sensibilidad de los espectadores, cada función se agotaría. He aquí una expresión de lo que el cine pudo llegar a ser y no fue. He aquí un filme de Terence Davies.

Esta crítica fue publicada en el diario La voz del interior en el mes de julio de 2017

Roger Koza / Copyleft 2017