POR UNA CABEZA

POR UNA CABEZA

por - Críticas, Ensayos
10 Oct, 2008 10:48 | comentarios

(o una nota al pie en base a una polémica sobre el cine de Lucrecia Martel, para aclarar algunos puntos y proponer una hipótesis sobre su lugar en el «Nuevo Cine Argentino»)

Por Nicolás Prividera

El intercambio entre Prividera y Quintín, dos críticos a los que respeto, quiero y admiro, fue, desde mi punto de vista, notable; aquí Nicolás contextualiza ese intercambio e intenta proponer una lectura abierta para el futuro. Quizás, por mi parte, escriba algo al respecto, porque siempre he valorado el cine de Alonso y el de Martel, sin tener que tomar partido ni por uno ni por el otro. (Roger Koza)

En una nota publicada en la populosa Ñ (y luego subida a su blog, donde se generó una interesante discusión: http://www.lalectoraprovisoria.com.ar/?p=2735), Quintín cita una frase tomada de mi nota sobre Lucrecia Martel («cuando vi la desazón de sus competidoras volví a entender por qué cuando aparece alguien así en el horizonte, el resto de los que practican su actividad no pueden sino sentirse penosos Salieris»), frase que me valió el reproche de algunos colegas (que no habían leído la nota completa, o no habían entendido la comparación como lo que era: una metáfora sobre cómo un talento inusual cambia la configuración de un campo). Pues no se trata de que Salieri sea un mediocre (como lo pinta la película) ni que la «genialidad» o «grandeza» de Martel sea indiscutida (como la misma polémica deja ver). Lo que es indiscutible es su talento. Pues hablar de «genio» o «grandeza» (además de ser mezquino como juicio sobre un artista de indudable valor) es demasiado elusivo (como categorías son demasiado subjetivas): cada uno puede hacer su propia diferenciación, y su propia lista (sin que sea justa o productiva). El problema del cine es que sobran los cineastas sin talento, no la falta de «genio» (cuya cualidad es precisamente ser poco frecuente). Y ya sabemos que la «grandeza», como el espíritu bressoniano, «sopla donde quiere».

Tampoco tiene sentido centrar la discusión en el plano del perro muerto al inicio de La mujer sin cabeza (que Quintín señala como su talón de Aquiles, aunque la película no descanse en él). Por una parte, porque no veo como una cineasta tan «fría», «racional», etc. (según los adjetivos supuestamente «negativos» que alegremente se le endilgan) podría cometer ese supuesto error, ya que en ese caso no sería tan «racional»… o no sería un «error» (visto que, según esa teoría crítica, el cine debe ser -o parecer, mas bien- sucio, visceral e irresoluto…). Por otra parte, más allá de que no se pueda sostener que ese plano esté «mal» o sea «falso» (ya que no pierde nunca su ambigüedad, vista la totalidad del film y el film como totalidad), tampoco son esas categorías que sirvan o ayuden a pensar la cuestión, ética y estética, que la película plantea. Lo que sí me hizo pensar toda esa discusión algo bizantina sobre un plano (o un perro muerto) es que si bien una interrogación de ese tipo puede ser extraordinariamente significativa (como en el caso del «travelling de Kapo» analizado por Rivette), en este caso ese detallismo parece encubrir otra cosa (y entonces más bien podríamos pensar el plano como un hallazgo formal, ya que nos coloca en el centro mismo del problema que la película propone): en definitiva, tal vez todo gira en torno a la incapacidad de ver (aun lo que tenemos ante nuestros ojos). De eso habla precisamente la película: de la mirada parcial del espectador (en el contexto argentino, en principio…)

Por eso (volviendo a mi propia imagen inicial, que suscitó tantos malentendidos) lo que intentaba decir hablando del cualitativo «salto» de Martel es que nos permite pensar en el contexto nacional de su cine, y en el contexto de su cine nacional (e incluso del cine universal, si llegara a trascender su época como todo gran cineasta, cosa que aún no podemos juzgar: por eso jamás pondría a Martel junto a Resnais o Bergman -como lo hace D’Esposito según la cita de Quintín-, sencillamente porque pertenecen a otra generación, y con quien hay que compararla es con sus contemporáneos). La crítica no puede hacer profecías, pero si debe hacer historia. Y haciendo historia podemos decir que, en el contexto del NCA, Martel tiene la altura de un Nilsson o un Favio (ya que el caso de Lucrecia es casi único, en cuanto a su valoración externa e interna a la vez: la tuvo en su momento Nilsson pero no llegó a tenerla Favio, aun cuando superó al maestro). Martel parece proseguir ambos caminos, aunque el primero sea más notorio y el segundo más conflictivo. 

En este último sentido, mi hipótesis de fondo es que el valor de Martel (más allá de su innegable talento, que por si solo la pone a la cabeza de su generación) es precisamente iluminar las falencias de eso que hemos dado en llamar «Nuevo Cine Argentino», en lo que hace a dar cuenta de su contexto histórico y abordar la dimensión política presente (implícita o explicita) en toda estética. No porque Lucrecia resuelva totalmente el problema (¿cómo hablar del mundo sin caer en el «realismo»?), sino porque expresa su dificultad esencial con una densidad y complejidad mucho mayor que la de cualquiera de sus contemporáneos. Esto se ve claramente en la que para mí es la contraposición mas interesante que a dado el NCA: Quintín es tal vez el primero que ha mencionado a Alonso en oposición a Martel, siguiendo en principio un modelo bélico (una lógica que no concibe la coexistencia de los opuestos). Yo creo que es más productivo pensar esa dialéctica Alonso-Martel como «tensión filosófica» (en el sentido que le ha dado a esa idea Tomás Abraham): como una «fricción» que ilumina un problema.

No se trata entonces de que Martel y Alonso representen todas las corrientes del NCA, sino que definen de algún modo su paradoja estética fundamental. Pues la base del NCA sigue siendo el neo-realismo, cuyo mayor valor es ser más verosímil que el viejo realismo… Y ese es uno de los problemas del NCA: haberse contentado con entronizar una nueva formula (apta tanto para el cine «industrial» como para el «independiente»), sin poner en cuestión su «visión del mundo». Alonso y Martel ofrecen dos salidas a ese tranquilizador espejismo, aunque por vías opuestas (Martel sin renunciar a un extrañado clasicismo, y Alonso más cercano a ciertas derivas posmodernas).

Entonces, podríamos entender el núcleo de la problemática estética del NCA (¿cómo salir de los límites de la reificación «realista»?) a partir de esa tensión fundacional entre el mundo material e histórico de Martel y el naturalismo metafísico de Alonso (básicamente a través de la distancia entre sus dos primeras películas, que no en vano son también las más respetadas del NCA). De La libertad a La ciénaga (o viceversa): esa sería una posible clave de lectura crítica (de lo histórico-político como problema) para determinar los límites del NCA. (Y es necesario aclarar que cuando hablo de NCA me refiero exclusivamente a la ficción, siempre en primer plano para el público: El «nuevo» documental, que no casualmente ha tomado protagonismo en los últimos tiempos, a partir de la crisis de 2001, es un espacio aún en desarrollo, muchas veces más fecundo que la ficción dominante). Habrá que ver como evoluciona.

FOTOS: 1) Fotograma de La mujer sin cabeza; 2) Lisandro Alonso y Lucrecia Martel.

COPYLEFT 2008 / NICOLÁS PRIVIDERA