POR UN CINE (IN)ACTUAL

POR UN CINE (IN)ACTUAL

por - Ensayos
06 May, 2010 03:42 | comentarios

Por Nicolás Prividera

1. LEER EL DIARIO EN EL CINE

En una de sus buenas películas de los ’70 (no recuerdo si en Alicia en las ciudades o En el transcurso del tiempo), Wenders muestra a un personaje leyendo en el diario la noticia de la muerte de Lang. Es un momento de cine puro, en el que la ficción se superpone (y se sobrepone) a la realidad. Porque el film no se detiene ni estalla ante esa marca de lo real, sino todo lo contrario: la incorpora como metáfora, anulada y perfecta, de todo lo que el cine tiene de documental (aun el de ficción…). Y sabiendo que negar esa marca sería negar el cine mismo.

En cambio, en el cine argentino nadie nada nunca en las páginas de un diario. Al menos desde la década del ’90…

En El amor es una mujer gorda, una de sus buenas películas de los ’80 (esas que le debían mucho al primer Wenders), Agresti hace que su protagonista lea en el diario la noticia de la sanción de la ley de Obediencia Debida o Punto final. Y así como la muerte natural de Lang (antes que la innatural de Fassbinder) marcaba para el cine alemán el fin de su tardía modernidad (como pronto iba a comprobar Wenders en carne propia), la legalización de la impunidad señalaba en Argentina no sólo el fin de la primavera democrática y el preanuncio del menemismo, sino la renuncia al cine político (aunque sin poder evitar lo político del cine).

No es casual, entonces, que esa haya sido la última lectura de un diario en el cine argentino. De ahí en adelante, la realidad es algo que pasa más allá de los personajes, un trasfondo (trágico o banal) del que no se hacen cargo…

Pienso en esto a propósito de algunos films nacionales recientes que de algún modo resumen tardíamente ese repetido estigma noventista (esa  necesidad de eludir la referencia directa a la realidad, con la excusa de dejar atrás el declamatorio viejo cine argentino). Pues hacer una película sobre el asesinato de Aramburu sin mencionarlo nunca (como tampoco los nombres interdictos de Perón y Evita), en pos(e) de una falsa “atemporalidad” suena, precisamente, tan extemporáneo como hacer una película sobre el “barrio” (como refugio conservador y neocostumbrista de la juventud perdida, del rock nostálgico a la cultura chabona) y quitarle todo anclaje referencial…

Pero lo epocal (sin subrayados) es tan imprescindible como lo local (sin localismos): son las marcas espacio-temporales del cine. Renunciar a  cualquiera de ellas es como renunciar al conflicto: un modo evidente de invisibilizar la Historia…

Lo que, por otra parte, es tan imposible como evitar los peinados de los ’50 en Espartaco o la moda pop en 2001 (y no en vano cito dos ejemplos de Kubrick, que aun en sus films “históricos” –del pasado o el futuro- siempre quiso ser inequívocamente moderno): la época siempre deja marcas, que van a ser una referencia inevitable para los espectadores del porvenir. Así que ocultarlas es no menos vano que remarcarlas: se trata, simplemente, de asumirlas. Eso es lo que diferencia a las buenas películas de las malas. Por eso los clásicos siempre son “actuales”: porque no se preocupan por (dejar de) serlo.

2. EPÍLOGO (AUTO)REFERENCIAL

Hacia el final de mi película M tiene lugar una escena, filmada a fines de 2004, que funciona como uno de sus “epílogos”: se trata de una discusión entre ex militantes de los ’70 a propósito del gobierno de Kirchner, entonces en su apogeo. El entredicho sobre el presente era en realidad un ajuste de cuentas con el pasado: con la bifurcada historia de un militante de clase media y otro de extracción obrera (que coincidieron 30 años atrás en la “tendencia” marcada por la izquierda peronista, para luego disolverse bajo el peso de la dictadura y un proyecto inconcluso o fallido), y eso era lo que la hacía tan pertinente para el presente. (Siempre supe que M debía ser un film sobre el presente más que sobre el pasado: o, para decirlo de otro modo, sobre como el pasado está presente cada vez que se proyecta un futuro posible.)

En el 2004, el kirchnerismo era aun un futuro incierto, y eso debatían los militantes: el de clase media lo defendía como el mejor gobierno posible, el obrero sugería que no se diferenciaba mucho de los pasados. No se que opinarán hoy aquellos contendientes (aunque imagino que ambos habrán matizado sus posiciones: a uno ya no debe parecerle un gobierno tan bueno, y al otro ya no tan malo…). Lo que sí puedo decir es que yo ya no incluiría una de las afirmaciones más fuertes de la película (“Kirchner es la misma mierda que Menem”). Lo hice entonces porque era el clímax de esa discusión (y la discusión era, en sí, el clímax de la película), pero también porque el kirchnerismo no era cuestionado prácticamente por nadie (ni siquiera en fecha tan tardía como el 2007, en que la película se terminó).

Todo lo que cambió tras el llamado “conflicto del campo”: la centroderecha encontró por fin, luego de su debacle post 2001, un punto de anclaje simbólico a través del que pudo resucitar, tras la experiencia del menemismo y la Alianza, gracias a la confluencia del apoyo social de vastos sectores medios reaccionarios con medios monolíticamente opositores… Lo que hace que hoy cualquiera pueda enunciar la citada frase (aunque seguramente sin la referencia a Menem, porque la crítica mayoritaria sería hoy por derecha…): ahora es demasiado común lo que por entonces era un casi solitario gesto político (que muchas sopesé si incluir o no incluir, temiendo por el futuro de la película: pero su elección para competir en el Festival de Mar del Plata demostró que no había lugar para la censura ni para la autocensura). Hoy sería más mesurado quitarlo, pero ahí está –en la falsa eternidad del film- como un testimonio del presente (de aquel y de este…)

Por eso, antes que intentar un análisis político de la coyuntura histórica, es necesario hablar aquí de cómo el contexto modifica la recepción (y como las obras que subsisten son las que sobreviven a ese inevitable cambio): yo era consciente de esto cuando decidí dejar esa discusión (aparentemente “coyuntural” y cuya conclusión podía ser, por tanto, equivocada) en el montaje definitivo. Porque así como esa escena era esencial como asumido clímax del film, también lo era en cuanto apuesta por un cine (in)actual: es decir, por un cine que asume sus marcas epocales sin por eso resignarse a lo perecedero. De hecho, M también puede ser visto (entre otras cosas) como un film sobre el kirchnerismo, sin que eso la haya convertido en un objeto de museo… Y si el film sigue vivo (como lo prueba su revisión, más allá de su formalizado registro en la pequeña historia del cine argentino) es, precisamente, porque se dejó atravesar por su tiempo (no resistiéndose a ser contemporáneo) sin perder nunca la dirección, es decir: el consciente sentido histórico que le permitiera proyectarse a –y en- el futuro.

Esa idea se resume visualmente en la secuencia en la que se queman varios diarios de épocas sucesivas frente al ojo implacable de la cámara: las noticias pasan, la película queda. Que no es sino otro modo de decir: Ars longa, vita brevis.