PEQUEÑA GRAN VIDA / DOWNSIZING

PEQUEÑA GRAN VIDA / DOWNSIZING

por - Críticas
23 Ene, 2018 04:14 | Sin comentarios
A veces una idea original es más poderosa por sus posibles derivaciones que por la propia encarnación cinematográfica de la misma. Es lo que sucede en el último film de Payne, el que alterna momentos geniales con otros triviales.

**** Obra maestra  ***Hay que verla  **Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

CAPITALISMO LILIPUTIENSE

Pequeña gran vida Downsizing, EE.UU., 2017

Dirigida por Alexander Payne. Escrita por A. Payne y Jim Taylor.

** Válida de ver

Una idea muy interesante, un buen director y una película despareja. 

En una fecha imprecisa, podría ser hoy, también a principios de este siglo o de aquí a unas décadas adelante, dos científicos noruegos consiguen reducir el tamaño de un ratón vivo. No mucho después, un grupo de personas, incluido uno de los dos hombres de ciencia responsables del hallazgo, se postularán para experimentar en sus propios cuerpos esta nueva dimensión de la especie. Una deriva evolutiva se pone en marcha: “los hombres pequeños” empiezan a vivir en prósperas comunidades y ciudades miniaturizadas, una presunta solución para el mundo real, pues aquí habría un nuevo equilibrio dinámico del capitalismo, entre la infinita producción de riquezas y su incontrolable y tóxico excedente, la basura.

A una próspera y diminuta polis cerrada, protegida del mundo animal y regulada económicamente, ingresará Paul Safranek, un fisioterapeuta que junto con su mujer en el otro mundo no pueden siquiera mantener el nivel de vida que ostentan. El seguimiento del procedimiento de empequeñecimiento es tan escalofriante como fascinante, y tendrá como corolario un gran desafío inicial para el personaje de Matt Damon. De ahí en más, el relato se circunscribe a la adaptación y el aprendizaje de su protagonista, un periplo en el que se revelan los límites y las contradicciones de esta utopía liliputiense.

La premisa filosófica elegida por Alexander Payne, perspicaz retratista de la sociedad estadounidense (Nebraska, La elección, Entre copas), consiste en conjeturar un cambio cuantitativo como si fuera cualitativo, una operación revestida de ecologismo que no es otra cosa que la perpetuación a escala menos perniciosa del insostenible sistema económico que pretende superar y del sujeto que se predica de este; es la genialidad del concepto, dirá un personaje clave, cuyo amable realismo cínico es acaso el punto de vista del film.

Cuando un cineasta imagina y plasma un mundo con otras leyes, se pueden esperar placeres perceptivos diversos. El trabajo sobre el contraste de escalas no es del todo ingenioso. Las perspectivas comparadas son más cómicas que visual (y sonoramente) sorprendentes, de tal modo que la escena de mayor intensidad perceptiva es la exposición formal de un viaje psicodélico de Paul. La saturación cromática y los sugestivos fundidos dispensan un éxtasis mayor que la visualización de dos amigos conversando, uno sentado en un paquete de galletitas y el otro en una silla común.

Este desaprovechamiento de la física del film se duplica en la humanista timidez de no animarse a radicalizar el honesto pesimismo que guía la racionalidad del relato. La sátira ideológica alcanza a reírse con justicia de las fantasías de la vida en los countries, como de su correlato necesario, la comunidad espiritual originaria en contacto con la naturaleza, incluso hasta se divisa lo que la miniaturización deja intacto: las variables intocables de la división del trabajo y la pertenencia de clase (en este sentido, la hermosura de la mujer vietnamita no proviene solamente de la notable interpretación de Hong Chau, sino de lo que representa en el film). Pero ese es, justamente, el límite infranqueable: ni siquiera ante el fin del mundo se puede proyectar una forma de vida más allá del capitalismo.

Esta crítica fue publicada en el diario La Voz del Interior en enero 2018

Roger Koza / Copyleft 2018