EL ORNITÓLOGO DE SANTIAGO: ABRIL

EL ORNITÓLOGO DE SANTIAGO: ABRIL

por - Columnas
14 May, 2017 03:08 | Sin comentarios
El joven crítico chileno refleja sus aprendizajes de otoño. Descubrió Historia extraordinarias, vio algunas de Akerman y tuvo el privilegio de escuchar en persona a Philippe Garrel

Por Jaime Grijalba

Este ornitólogo empezó el mes vislumbrando una paloma, una de las aves más comunes y silvestres que se pueden encontrar caminando por las calles o paseando por ahí. Sin un rumbo fijo, sin un festival que lo guíe, sin un trabajo o investigación que hacer, el vagabundeo es el estado natural del cinéfilo, y ese vagabundeo es también lo que empuja al zapping eterno de los domingos de la muerte por la televisión por cable. Muy pocas veces en un trazo al azar por el mapa de la ciudad se va a encontrar con algún ave que vaya a sorprenderlo a uno, pero pasa, y cuando ocurre uno se llena de una emoción indescriptible; pero el cambiar el canal a la velocidad del botón no suele dar más rarezas que encontrar una paloma más linda que la otra. En este caso se trató de Spider-Man 2 (2004, Raimi), que pertenece a ese entrañable género de películas que siempre se están dando en algún momento en algún canal de cable, claro que uno desearía que más películas pertenecientes a ese grupo sean tan grandiosas y divertidas como la segunda película de la saga de Sam Raimi. Con cada revisión de estas películas me queda claro que el género de superhéroes tuvo un peak enorme con esta trilogía, las cuales funcionan mucho mejor si uno las piensa como películas de terror sobre la crisis del adolescente que se está transformando en adulto, con todas las crisis y cambios que corresponden.

Abril fue un mes extraño: lo pasé trabajando y viendo películas, y compartiendo el tiempo con gente que te da enormes afectos, pero también me doy cuenta, en esta revisión mensual, que no vi tantas películas como había pensado. Tal vez sucedió así porque tomé algunas malas decisiones respecto a la cantidad de películas largas que decidí ver este mes. Historias extraordinarias (2008, Llinás) fue una de las elegidas en la primera semana del mes.

Reconocida no sólo en Latinoamérica como una de las cintas no contemplativas más largas de la historia del cine, el director argentino demostraba que no todo eran planos largos de paisajes y silencios extendidos que dan lugar a emociones mudas que dan cuenta de silencios históricos. Historias extraordinarias es una prueba de que se puede sostener un film por cuatro horas y prodigar esa duración con historias y más historias, de tal modo que el público no se aburra jamás.

Obviamente, nos gusta las historias increíbles; está en nuestro ADN el consumir anécdotas, historias, novelas, cuentos, chistes, películas. Necesitamos relatos: las palabras se coordinan y al organizarse en una secuencia narrativa generan imágenes y experiencias. La película de Llinás es claramente una película narrada, una que se basa más que ninguna otra en la literatura para dar cuenta de su propia existencia. Y es que a Llinás le interesan mucho sus historias, le interesa la manera en que se cuentan, su oralidad, los rasgueos de ciertas letras que los narradores no pueden evitar, la cadencia acelerada de los hechos relatados, de los pensamientos, del “ella dijo que él dijo que…”, es en el acto mismo del contar en el cual Llinás se siente más cómodo.

Pero volvamos a nosotros como buscadores de relatos, que es la misma razón por la cual buscamos conexiones, formulamos teorías extremadas sobre diversas causalidades de la historia de las artes, o vemos rostros en cosas que no lo tienen. Es parecido a lo que menciona Raúl Ruiz en su “Poética del cine”, la cual estaba repasando como hace uno cada cierto tiempo, donde a la vez hace una crítica y se apropia de unos principios neurológicos de la actividad creativa, dedicándole unas páginas al “principio de asociación o de relación”. Ruiz conjetura sobre el modo en el que todo espectador desea agrupar cosas, operación que le provoca paz mental porque reconoce algo en lo que parece, en un principio, incomprensible o desordenado. Ruiz concluye que el cine consiste justamente en crear interacciones de percepciones de distinto tipo, una especie de sinestesia que es natural al cine como si fuera un poema. Lo que el espectador quiere es un cierre, y eso es justamente lo que Llinás no está dispuesto a hacer.

A Llinás le atrae tanto la habilidad que tiene para crear y narrar estos acontecimientos de tres personajes a lo largo de la provincia de Buenos Aires, que no le importa nada más. A las tres horas y media nos empieza a contar una historia un nuevo narrador, ahora en inglés y que transcurre en una época y lugar que están completamente alejados de lo que se ha visto en toda la cinta. ¿Está Llinás burlándose de nosotros? ¿Es una prueba más de su capacidad para seguir contando historias, que podría seguir contando por diez horas más y que estaríamos pegados a la pantalla mirando, pero que nunca nos dará la satisfacción de un cierre, porque no le interesa? Por todo eso es una de las grandes películas argentinas que he visto, porque me sentí entrampado, atrapado y enamorado por cada una de las secuencias, y a al vez me aburrí justo en el momento en que me di cuenta que me estaban tomando el pelo. Es justamente ahí cuando entendí el valor que tiene esta cinta, considerada una de las mejores de la década pasada: el filme desnuda no sólo la necesidad que tenemos de ser receptores de relatos, sino también de crearlos, y de que no nos importa si nuestra anécdota es buena, mala o que no termine nunca; lo que importa es que nosotros tenemos la necesidad de contar historias.

Lo curioso de la transmisión por televisión de esta maratón de Mariano Llinás por ISAT fue que la puse en el televisor del living de mi casa y mis padres se quedaron pegados viendo casi todas las cuatro horas. Mi madre no fue muy generosa, dijo que se aburrió y mucho, pero igual se quedó hasta el final porque pensó que “podría pasar algo”; de mi padre no tengo ni idea qué pensó: no dijo nada, pero se quedó hasta casi la última hora. Debe ser por el poder de las historias. Por eso no creo que la siguiente cinta de Llinás vaya a ser tan exitosa. Pude ver algo así como una hora en televisión y no pude aguantar mucho. Sentí que tal vez el chicle se puede estirar hasta cierto punto, pero algún día tendré que verla completa.

Otra de las largas fue Florentina Hubaldo, CTE (2012, Diaz), otra más del filipino más interesante de los cineastas pos-posmodernos de esa nación, una película que es tal vez más alegórica y menos apegada a hechos históricos por el simple hecho de que es una fábula con metáforas, violaciones y ataques descarnados. La mujer protagonista, una joven llamada Florentina Hubaldo, que pareciera vivir en un mundo de fantasía personal al no tener contacto real con la civilización, es constantemente violada, golpeada y maniatada por personas que vienen de lejos a cavar en las inmediaciones de su morada en búsqueda de un tesoro prometido por su abuelo, que ha muerto recientemente. Tal vez los planos más hermosos de la filmografía de Lav Diaz se encuentren acá, sobre todo en la interacción que Florentina tiene con los “gigantes” (unas marionetas altas usadas en las celebraciones carnavalescas de un pueblo cercano), donde las manos de la joven se mezclan con las piruetas y las texturas. El uso del silencio evoca a la metáfora central, el silencio del pueblo filipino frente a los abusos de su historia, ya que el cuerpo de la joven es el territorio de la nación, explotado, violado, conquistado y golpeado a lo largo del tiempo, sin nadie que la defienda, quien tiene que auto-afirmarse constantemente para asegurarse de que existe y recontándose su propia historia una y otra vez. Es cuando reconoce el mal que le han hecho que Florentina rompe en un llanto catártico.

Me “alejo” un poco del cine para hablar de la visita de Philippe Garrel a Santiago. Garrel dio una charla y ahí estuve. También vino Nanni Moretti, pero no quise ir, en parte porque no quedaban cupos para entrar y también porque no he visto más que una (apenas buena) película del director italiano. Sin embargo, una charla previa que brindó mi amigo CR frente a algunos otros críticos desagradables sobre la filmografía de Moretti me causó la necesaria curiosidad como para explorar con mayor profundidad la filmografía del director. Pero vamos con Garrel. Aunque tampoco he visto mucho del director (vi una, y me quedé con ganas de ver más, y la que vi sería la historia de mi vida), decidí ir porque pensé que sería una buena oportunidad para empaparme del mundo audiovisual y tal vez sacar alguna idea. Fui con M, pero al llegar nos dimos cuenta que no quedaban audífonos, esos que permiten escuchar la traducción simultánea de lo que dice el invitado. M no se quiso quedar, pero igual terminé el día con ella en un bar de mala muerte después de medianoche, viendo videoclips de bandas de los 90 y comiendo papas fritas. Divino.

¿Qué entendí sin traducción simultánea del francés profundo y parisiano del director que parece saltar entre olas? Honestamente, casi nada, y no ayudaba mucho el que Alan Pauls se hiciera el intelectual con todos nosotros haciendo las preguntas, bromas y comentarios en francés. No fue hasta que una persona salió del auditorio sacándose el audífono que vi una oportunidad. La primera vez que pasó, me dijeron que la persona sólo fue al baño, pero a la segunda oportunidad pude dejar mi carnet de identidad para poder recibir una preciada traducción, justo en el momento en que empezaba a discutir algunas cosas más interesantes. Sin duda lo que más me caló hondo fue todo lo que dijo en relación con Chantal Akerman y su muerte. Garrel, claramente conmovido por lo que le ocurrió a su amiga, cuenta que supo de la muerte de Chantal a pocas horas de que tuvo lugar. Él descartó el suicidio, y considera que fue un accidente, porque Garrel dice que tal vez buena parte de los suicidios son sólo accidentes. Su tesis: muchas personas que mueren de ese modo quieren demostrarse que pueden hacerlo. El problema es que les resulta y terminan suicidándose.

Lo más bonito fue después, luego de que algunas preguntas y respuestas de algunos sospechosos de siempre, apareció J, el director de cine chileno más prometedor, y con él nos dirigimos a un local cercano junto a otras personas a conversar. Lo bueno fue que las ganas de vernos, acumuladas desde octubre del año pasado, también reavivó el recuerdo de un favor: recibir unos DVDs en mi hotel de Mar del Plata el año pasado y traerlos a Chile. Nos juntamos, finalmente, la semana siguiente, en un café que no era un café sino una pizzería, pero nosotros no queríamos pizzas sino café. Le pasé el encargo y nos quedamos conversando, entre otras cosas, sobre su nuevo proyecto, su viaje a Estados Unidos para filmar parte de él, y sobre la dificultad del documental ficcionado de investigación. Le conté a J que probablemente aparecería en la columna del mes y me dijo que tendría más cuidado con lo que decía, que ahora sólo respondería en monosílabos. Nos reímos. Me ofrecí para ayudarle en lo que fuera necesario para su nuevo proyecto mientras yo le contaba cómo había caído en cuenta de cosas trascendentales sobre el documental luego de haber visto The Modern Jungle (2016, Fairbanks, Kak), que formaba parte del festival Art of the Real que estaba por empezar en Nueva York. J me contó que sería la primera vez que se pierde el festival, y recordó cómo su película pasó por ahí el año pasado. Yo seguía con mi diatriba sobre cómo el documental es naturalmente incómodo, algo que luego profundicé en un texto que escribí sobre el festival, para el cual también vi Another Year (2016, Zhu) y El cielo, la tierra y la lluvia (2008, Torres Leiva).

Pero volvamos un poco atrás, a cómo Garrel se emocionó al mencionar a Chantal Akerman. Un día antes había visto Demain on déménage (2004, Akerman), una película que no está asociada a uno de los clásicos canónicos de la directora belga, pero como estaba disponible en mi plataforma de streaming favorita (MUBI, a los cuales a estas alturas debería pedirles un sponsor ya que siempre los menciono), la vi. Resultó sorprendentemente agradable ver a la directora realizar un trabajo que aún funciona dentro de su veta autobiográfica ficcionada, pero asimismo dentro del género de la comedia. Una madre y una hija (que claramente es Akerman) luchan constantemente entre ellas luego de que se ven obligadas a volver a vivir bajo el mismo techo, mientras que la hija lucha con un texto pornográfico que tiene que entregar (pero del cual todos se ríen cuando lo leen) y la madre busca soluciones, teniendo que recibir entre las dos constantes visitas de parejas extrañísimas que buscan comprar el loft en el que viven. Me funcionó mucho casi todo y pese a que Akerman no puede evitar que la extensión indisponga el recibimiento, uno no deja de sonreírse ante las ocurrencias de las dos mujeres.

Hacia el final del mes pude ver otras película de la misma directora, D’Est (1993, Akerman), la cual me recordó gratamente a los primeros cortos, pero no por su aspecto más “casero” o familiar, sino por los movimientos de cámara usados, un constante devenir, una fijación aquí y allá en detalles de los suelos y las cocinas de las personas que viven en esos países lejanos que por el sólo movimiento continuo de la cámara melancólica y meditabunda de Chantal, logran una calidez impresionante.

Otra de las películas largas que vi, que me acortaron los visionados de otras, fue Martírio (2016, Carelli, Almeida, de Carvalho), la cual siento que ha sido mayormente ignorada por ser un tipo de documental más frontal y tal vez menos observacional que otros. Acá tenemos al director, Vincent Carelli, tomando el papel de guía, apareciendo en cámara, conversando con los indígenas brasileños y preguntándoles directamente no sólo sobre el presente, sino sobre el pasado, el cual también ha sido registrado. La magia de este documental está en la materialidad del archivo utilizado, el cual revela la realidad de la opresión que viven estos grupos marginalizados históricamente en Brasil, y cómo esto afecta la política actual, incluso entregando una mirada interna que podría llegar a explicar la caída de Dilma.

Una de las pocas películas que pude compartir con M este mes fue The Cell (2000, Singh), execrada de manera injusta y vilmente basureada por críticos que creen saber qué es un guión, qué es un buen plano y qué significa el cine. Claramente estamos por encima de lo que el cine de Singh quería ofrecer y que nos terminó ofreciendo en este caso, pero aún así es admirable el tener esa enorme cantidad de información visual y que todo resulte coherente dentro de los mundos mentales representados. A M no le gustan las películas de terror, pero casi siempre terminamos viéndolas juntos, como si solo se atreviera cuando estoy ahí. Qué bonito es cuando lo único que te pide alguien es cariño y nada más. La otra que vimos juntos fue Una mujer fantástica (2017, Lelio), en la cual pese al enorme poderío actoral de todo el reparto y en particular de la protagonista, no lograron ni un film visceral, ni tampoco profundo. Su virtud es otra: estimular la toma de conciencia de varias cosas que pasan en Chile, y eso creo que es bastante positivo para un país tan retrógrado como el mío.

Me empiezo a despedir de esta columna haciendo una recolección de eventos pasados, tal vez demasiado pasados. Recién se acabó el BAFICI y claramente no fui, de lo contrario, esta columna habría estado llena de anécdotas y conversaciones clásicas que se dan entre cintas. Pero mientras trasandinos y amigos pasaban días allá, yo me dedicaba a recordar la importancia que ha tenido el festival para mi crecimiento como cinéfilo y crítico. El primer BAFICI al que fui fue el 2013 y era la primera vez en mi vida que salía de mi país (y era tal vez la única persona que conocía que no había salido del país en toda su vida). Juntando las miserias que me pagaban en mi práctica profesional decidí darme unas “vacaciones” y me fui para allá a ver películas, usando como excusa una credencial y una afiliación con el blog Wonders in the Dark. Ese fue el año que iba a ir Hong y al final se ausentó, aunque igual vi dos películas de él (en retrospectiva, siento que debí haber visto más). Pero en esa ocasión sí pude ver la primera película de Lisandro Alonso en fílmico, y eso fue una experiencia casi religiosa: entendí el poder que la contemplación podía dispensarle al espectador.

Podría escribir una pequeña novela con las cosas que me pasaron en los tres BAFICI a los que fui: el del 2013, al que fui con dinero por primera vez ganado con el sudor de mi frente; el del 2015, al que fui por mono y me arrepentí absolutamente; y el 2016, el año en el que me vi “obligado” a ir por formar parte del Talents Press del Talents Berlinale del Bafici. Pero por ahora me conformo con decir algunas palabras. Siempre iba mal herido o me hería, porque siempre los últimos días me los pasaba cojeando, caminando entre sala y sala. Era mas bien solitaria la labor en los primeros años, luego aparecieron algunos conocidos, algunos amigos, gente genial que me ha cambiado la forma de ver el cine. Pero también ocurre que los tres BAFICI coinciden con momentos en que pasaron cambios profundos y sentimentales en mi persona. De hecho, el año pasado ni siquiera tenía ganas de ir y por un buen tiempo mi tweet más popular fue uno que escribí a la vuelta del mismo: “No quería ir al BAFICI este año, gracias a todos los que lo hicieron soportable”, o algo por el estilo.

Es por eso que el BAFICI guardará siempre un lugar en mi corazón como una pequeña puerta que se abrió en el camino de este humilde ornitólogo, tal vez un territorio nuevo, en el que puede haber o no diferentes aves, pero donde el aire ayuda y los vientos son a favor, lo suficientemente diferentes para que el vuelo se vea alterado. Aunque ahora prefiera Mar del Plata (con solo una ida), BAFICI implica desazones y rompimientos que seguramente me transformaron en la persona que soy hoy.

* Fotogramas: Philippe Garrel y Alan Pauls en el encabezado: en cuerpo de texto: 1) Florentina Hubaldo, CTE; 2) Historias extraordinarias; 3) D’Est

Jaime Grijalba / Copyleft 2017