NOTAS PARA LA DEVALUACIÓN DE WOODY ALLEN

NOTAS PARA LA DEVALUACIÓN DE WOODY ALLEN

por - Críticas, Ensayos, Las traducciones
22 Ene, 2013 09:13 | comentarios
zelig

Zelig

Por Jonathan Rosenbaum

“¿Por qué los franceses están tan locos por Jerry Lewis?” es una pregunta recurrente que se hacen los cinéfilos en Estados Unidos, pero, por triste que parezca, es casi invariablemente una pregunta retórica. Cuando Dick Cavett lo intentó hace varios años con Jean-Luc Godard, uno de los más grandes defensores de Lewis, rápidamente fue evidente que Cavett no tenía interés en obtener una respuesta e inmediatamente cambió de tema cuando Godard empezó a dar una. De cualquier manera, es una pregunta que vale la pena hacer seriamente, de la mano de otras relacionadas, incluso a riesgo de incurrir en incredulidad y sonar ofensivo.

¿Por qué los intelectuales norteamericanos son tan despectivos con Jerry Lewis y tan fanáticos de Woody Allen? Más allá de diferencias tan obvias como que Allen cita a Kierkegaard y Lewis no, ¿qué es lo que le da a Allen ese estatus cultural tan exaltado en este país, y a Lewis prácticamente ningún estatus cultural? (Charles Chaplin citó a Schopenhauer en Monsieur Verdoux, pero seguramente ésa no es la razón por la cual seguimos honrándolo). Si coincidimos en que la legitimidad intelectual es más que citar nombres, ¿qué hay en el trabajo de Allen como un escritor-director-actor judío que le confiere esa legitimidad (legitimidad que le es negada, entre otros, a Elaine May y a Mel y Albert Brooks)?

No es simplemente una cuestión de respeto, sino de identificación y simple encaprichamiento. La consecuencia es que una buena parte de los fanáticos de Allen ven a su personaje cómico casi de la misma manera en que les gusta verse a sí mismos. Si las películas en general deben mucho de su encanto a su capacidad de funcionar como espejos narcisistas, ofreciendo imágenes de identificación glamorosas y mejoradas para autentificar nuestros más preciados autorretratos, la comedia tiende a enaltecer esta tendencia en términos físicos, de modo que difícilmente sería una exageración decir que la manera en que respondemos a figuras como Chaplin, Buster Keaton, Harry Langdon, Harold Lloyd, Jacques Tati, Lewis y Allen tiene algo que ver con cómo nos sentimos con nuestros propios cuerpos.

Como escritor de comedia, Allen es equivalente a Robert Benchley, George S. Kaufman y S. J. Perelman y posiblemente está muy cerca de James Thurber. Como actor, su falta de presencia –su sello de autenticidad– es lejos lo que le ha ganado la simpatía del mundo. Su baja autoestima y su falta de vigor físico lo hacen quizás un dudoso objeto de deseo, sin embargo no hay nada más tranquilizador sobre su personaje que el agudo sentido de fracaso con el que ejecuta cada acción, haciendo de cada pequeña victoria, cada destello de ternura o esperanza un triunfo inspirador.

Como escritor-actor-personaje, es tan personal como le es posible a alguien en su posición. Pero como director y cineasta, incluso después de diecinueve películas, permanece extrañamente inmaduro y no consolidado: no es un creador de formas o un estilista distinguido que puede existir independientemente de sus modelos. Esto puede verse no sólo en la utilización de Sven Nykvist, director de fotografía de Ingmar Bergman, en varias de sus películas (usualmente para crear un aspecto clínicamente antiséptico que evoca la seriedad escandinava), sino también en las visibles derivaciones de Gritos y susurros de Bergman en Interiores, de Sonrisas de una noche de verano en Comedia sexual de una noche de verano y de Cuando huye el día en La otra mujer; de 8 ½ de Fellini en Recuerdos y de Amarcord en Días de radio; y del episodio de Fellini en Boccaccio ’70 en el episodio (Edipo reprimido) en Historias de Nueva York, entre otros ejemplos. Incluso en Zelig, una de sus creaciones más originales, las periódicas declaraciones por parte de intelectuales judíos haciendo de ellos mismos –Saul Bellow, Bruno Bettelheim, Irving Howe, Susan Sontag– son usadas de una manera claramente deudora de las declaraciones de los “testigos” en Rojos de Warren Beatty, lanzada dos años antes. (La validación del mundo ficticio de Zelig ofrecida por celebridades intelectuales “verdaderas”, comparable con la aparición de Marshall McLuhan en Annie Hall, es por supuesto muy diferente a la función dialéctica de los testigos en Rojos, que permanecen no identificados, pero la apropiación de la técnica de Beatty es, nuevamente, característica.)

La mayoría de las veces estas licencias, cuando son advertidas, son racionalizadas por la prensa como “homenajes”; sin embargo, posiblemente revelan la misma clase de inmadurez estética que un escritor novato mostraría al imitar, digamos, a Hemingway o Faulkner. La imitación puede ser una forma sincera de halago, y no hay duda de la adoración de Allen por Bergman o Fellini. Pero, pasado cierto punto, surge la cuestión de si esta clase de emulación está siendo utilizada como una herramienta de nuevos descubrimientos o como un oportuno sustituto de esos descubrimientos: un escudo catalogado como “Arte” que está destinado a intimidar a los no creyentes.

Hay un mundo de diferencia entre la aplicación de modelos cinematográficos realizada por un Jean-Luc Godard o un Jacques Rivette, que ofrece un conocimiento crítico sobre una película o director particular (como las comprimidas referencias a Monsieur Verdoux y Psicosis en Weekend de Godard, que señalan los vínculos entre asesinato y capitalismo en los dos films anteriores), y la simple transposición de una mirada o una forma empleada por Allen. Quizás si los marcos de referencia cinematográficos de Allen fueran más amplios –incluyendo, digamos, tanto a Carl Dreyer como a Bergman y tanto a Roberto Rossellini como a Fellini– sus apropiaciones no parecerían tan premeditadas y automáticas. Una razón por la cual los usos creativos que Rivette hace de Fritz Lang y Jean Renoir parecen mucho más productivos es que ninguno de estos dos cineastas está atado exclusivamente a un determinado país o cultura. Como los estilos de Bergman y Fellini, en cambio, están vinculados intrínsecamente a las culturas de Suecia e Italia respectivamente, ¿qué sentido tiene transponer estos estilos a un medio exclusivamente neoyorquino? Sin embargo, Allen es tratado frecuentemente por la prensa como si fuera más importante que los directores a los que copia.

Jonathan Rosenbaum / Copyright 2013

*Este artículo pertenece al libro Placing Movies, University of California Press, 1995

La versión completa en español de la nota de Rosenbaum se puede leer en la duodécima edición de La rana, revista publicada en la provincia de Córdoba (se puede comprar en los kioscos de revista del centro de la ciudad de Buenos Aires y en algunas librerías de la ciudad de Córdoba: Rubén Libros y El espejo. También en el videoclub El séptimo arte, Bedoya 500). La versión completa del texto será subida en este blog en el mes de julio 2013

Agradezco públicamente a Jonathan Rosenbaum, quien generosamente permitió la publicación en La rana como en el blog.  Y a Julián Aubrit por permitirme subir la nota al blog. 

También mi reconocimiento y agradecimiento a Giselle Lucchesi