ESTO NO ES UN GOLPE (02)

ESTO NO ES UN GOLPE (02)

por - Críticas
10 Dic, 2018 04:39 | 1 comentario
Una lectura a contrapelo de otras sobre el último film de Sergio Wolf.

EL TIEMPO Y LA SANGRE

Esto no es un golpe quiere restituir una épica olvidada durante muchos años por el relato oficial del gobierno anterior, que derramó al cine argentino y a la cultura en su conjunto una visión sesgada sobre la última dictadura y sus secuelas. Esa visión logró una elipsis impensada: volver creencia compartida que el ajuste de cuentas de la democracia con las atrocidades del Proceso empezó con el gesto de un presidente bajando un cuadro y con la reactivación de las causas por violaciones de derechos humanos. Ese recorte empobreció una historia de gestas civiles y la redujo a unas pocas consignas afines al poder de turno, como puede verse en la cantidad de documentales sobre el tema producidos en la década pasada que eliden el Juicio a las Juntas y la escalada entre el gobierno de Alfonsín y los militares. ¿Cómo debería pararse el cine argentino frente a ese olvido de tantos años? ¿Cómo discutir con una postura adoptada en bloque y casi sin fisuras por toda una cinematografía? Esto no es un golpe sale del laberinto por arriba: evita cualquier polémica y opta por contar todo de nuevo”.[1]

Cito extensamente este párrafo de la crítica de Diego Maté para mostrar esa obviedad que muchas críticas suelen desestimar: que nunca hablamos solo de películas y que no solo nos acompaña una cierta idea del cine, sino también toda una política que las contiene. De ahí que, de un tiempo a esta parte, varios críticos locales vengan sosteniendo que, así como el documental se ocupaba en demasía de ciertos temas, dejaba otros en las sombras (se referían, por supuesto, a ese lugar común sobre que hay mucho cine sobre la dictadura, como si cierta cantidad fuera suficiente –díganselo a los que siguen haciendo películas sobre el nazismo– y como si lo discutible no fuera justamente la calidad), por lo que se nos vaticinaba que bastaría un cambio de gobierno para por fin ver todas esas películas que no se habían querido o podido hacer (la diferencia no es menor).

Pues bien, aquí estamos, aun aguardando. Todas las críticas que saludan el documental de Sergio Wolf lo hacen reconociendo que su excepcionalidad pasa por la elección de su tema, aunque si bien se adentra en los 80 no deja de ser “otra película sobre la dictadura”, es decir, sobre sus consecuencias inmediatas. Las mediatas aún esperan: sigue sin haber películas sobre los años 90, o sobre el largo post 2001 que nos trajo hasta aquí, pero tampoco es de extrañar en un cine que, a pesar de festejar ya varias décadas de democracia, sigue hablando tan poco del pasado inmediato como del presente.

Sin embargo, como siempre sucede, ninguna película puede dejar de hablar de su momento histórico, sobre todo cuando se supone que busca “contar todo de nuevo”. Pues Esto no es un golpe es menos una película sobre el alfonsinismo que sobre su reivindicación tardía. No es casual que la figura de Alfonsín sea prácticamente la única reciente (es decir, que tenga menos de medio siglo) que puede ser reivindicada por una tradición no peronista. Nos referimos, claro, a una tradición que no sea puramente de izquierda: a esa centroderecha en la que puede confluir un vasto arco político (que incluye parte del peronismo, desde ya). No hay por ese lado ninguna presidencia que pueda ser reivindicada, porque de ahí nació consuetudinariamente el apoyo a todos los golpes (haciendo como si no lo fueran, o justificándolos como “revoluciones libertadoras”): esos sectores necesitan remontarse culposamente a Illia (aunque solo puedan reivindicar su honestismo) o graciosamente hasta Alvear (solo porque no era “populista” como Yrigoyen). Nada que haya venido luego de la Ley Saenz Peña parece haber sido bueno…

Pero si Alfonsín triunfó en 1983 fue porque en su discurso invocaba esa doble tradición populista ahora demonizada: esa línea Yrigoyen-Perón que hacía suyo el primer documental alfonsinista (y uno que contribuyó a su victoria), llamado La república perdida. Millones de personas vieron esa película de archivo (material que la dictadura había pretendido sepultar, como el mismo pasado), cuya épica –acompañada por la música de Luis María Serra– tenía como epicentro tres funerales: los de Yrigoyen, Evita, y Perón. En ese viejo adversario que venía a despedir a un amigo (es decir, en el abrazo Perón-Balbín) se cifraba la salida a la violencia autoritaria que había enlutado la vida política argentina, y que el discurso conciliador de Alfonsín venía a restañar cada vez que terminaba sus alocuciones con el preámbulo de la Constitución.

Todo este preámbulo viene a recordar que hubo una República perdida 2, que intentó con menor éxito, acompañar a Alfonsín ya en el gobierno, cuando cumplió su promesa de juzgar a las Juntas. Y poco más. Porque esa secuela ya esbozaba más abiertamente lo que aparecía de modo general en el inicio de la saga: la “teoría de los dos demonios”, que iba a prologar el Nunca más y hasta el informe televisivo sobre el juicio que nunca llegó a salir al aire. Pues ese silenciamiento y esa reversión (ya que dicha teoría había sido promovida inicialmente por la misma dictadura, que se presentaba a sí misma como “el fiel de la balanza entre violencias de distintos signos”) eran asumidos ahora por el mismísimo “padre de la democracia” (título tardío dado por todos los gobiernos posmenemistas), cuando en aquella plaza de Semana santa nos aseguraba que “la casa está en orden…”.

“…Y no hay sangre en la Argentina”. Así terminaba la frase, y es sobre ese final que Wolf monta el eje de su película y su propia conversión. Al inicio Wolf reconoce que sintió, como todos, la decepción que significó la posterior sanción de la Ley de Obediencia Debida, y todo el film es una suerte de mea culpa que quisiera poder reescribir la Historia para salvar a ese padre incomprendido. “Yo sentía, entonces, quecada vez que nos ‘salvaba’, más nos hundía”, decía Jorge Lanata en una nota escrita a la muerte de Alfonsín, que repetía viejas reconvenciones: “Nos salvó con las Felices Pascuas y nos salvó con el Pacto de Olivos; ya éramos grandes para salvarnos solos. ¿Por qué nunca pudo pedirnos, sinceramente, ayuda? ¿Por qué nunca nos dijo quiénes fueron los responsables del ‘golpe de mercado’ que lo obligó a entregar el poder seis meses antes? ¿No nos habrá tenido confianza?”[2]

La respuesta que nos da esta suerte de República perdida 3 es, asumiendo el lugar del padre, que este se sacrificó por nosotros. Como resume Gustavo Noriega (en una nota titulada categóricamente “El día que Raúl Alfonsín evitó un baño de sangre en la Argentina”[3]),“fue su espíritu conciliador lo que terminó pesando en la conciencia colectiva, que reinterpretó ese sacrificio gigante como un acto de cobardía”. En verdad, nunca se trató de ver ese acto como una cobardía personal, pero así es la visión que tienen de la Historia Wolf y Noriega: “la política como un hecho policial” que podría desentrañarse analizando los gestos privados de los prohombres de la hora. Pero para trabajar sobre ese plano cerrado, sobre esa historia clásica de “héroe y villano”, es necesario velar descaradamente lo que todos pudimos y podemos ver.

Ese voluntarioso pase de magia se advierte a lo largo de toda la película, repetido de distintas formas. Por ejemplo, cuando se sugiere que si todo el episodio de Semana santa se interpretó como una traición fue debido a una “operación de prensa” que lo ligó con la ley de Obediencia debida (salida del Congreso un mes después…). Y hablando de prensa, Jorge Bernárdez señala en su crítica que “el marketing carapintada (…) no aparece en el documental”, aunque “quienes vivimos aquellos años recordamos claramente porque tenía voceros estridentes, muchos de los cuales hoy siguen derramando su veneno ahora convertidos en periodistas o empresarios de medios supuestamente respetables”[4]. José Luis Visconti es más duro aun, al acusar a la misma película de ser portavoz de los carapintadas: “Desde su mismo título el documental toma la proclama central de los militares levantados, afirmándola (Esto no es un golpees una frase que pronuncia el propio Rico en momentos del alzamiento). No solamente les da voz, sino que construye el documental desde la ausencia de cuestionamiento de esa voz (…) Aisla al suceso de Semana Santa para descontextualizarlo de la historia”.[5]

Por otra parte, como también señala Fernando Varea, “cuando la gente le grita a Alfonsín que la rebelión carapintada ‘es por el Punto Final’ (en referencia a la ley que puso plazos para declarar), el director afirma en off que eran militantes de izquierda quienes lo decían, descartando la posibilidad de que también participaran de ese reclamo peronistas e incluso radicales”[6]. De hecho solo se menciona al peronismo para recordar que en el 83 propició la amnistía, o cuando en los textos finales se menciona el indulto firmado Carlos Menem. Pero al informar que en el año 2003 se reabrieron los juicios, se elude el nombre Kirchner. Lo que paradójicamente repite el ninguneo que tuvo el mismo Kirchner para con Alfonsín en su famoso discurso frente a la Esma, cuando también asumió (esta vez solo de palabra, pero con igual soberbia) la posibilidad de que un presidente pudiera “pedir perdón en nombre del Estado”.

Es como si finalmente la película se rindiera ante esa modesta venganza, como asume Noriega al concluir que “tiene además el mérito de poner en perspectiva algunas acciones mucho menos riesgosaspero mucho más aclamadas, como la orden de bajar un cuadro” (en referencia al momento en que Kirchner hizo bajar los cuadros de Videla y Bignone del colegio militar). Porque más que proponer una nueva épica revisionista, Esto no es un golpea boga por su disolución. Esta tampoco es finalmente una épica, nos dice, ni una tragedia. Para eso se sirve del omnipresente Aldo Rico, al que prácticamente presenta como un simpático payaso, cuyo discurso reivindicatorio no tiene repreguntas ni cuestionamientos.

Todo se juega entonces en redescubrir la oculta valentía de Alfonsín al meterse en la boca del lobo (por eso la repetida reconstrucción del ir y venir del helicóptero, esta vez no como huida), y sobre todo al asumir que “no hay sangre en Argentina”, frase que ya se revelaba discutible en su enunciación primigenia, por Perón, quien famosamente decía que había que optar “entre el tiempo y la sangre”: si se quiere ahorrar tiempo hay que derramar sangre, si se quiere ahorrar sangre hay que tomarse mucho tiempo. Perón decía que así lo había hecho en el 55, para evitar la guerra civil que finalmente (se) desató antes de su muerte en 1974. Acaso Alfonsín haya repetido la historia como farsa. Pues no había ninguna posibilidad de que hubiera un nuevo golpe de estado[7], pero la sangre no dejó de correr (basta mencionar, por poner un solo nombre que pueda incluir a todos, a Julio Lopez).

Entonces, y para volver al punto de partida, no se trata de que Esto no es un golpe “quiere restituir una épica olvidada”, sino convertir en épica ese renunciamiento. Es ese gesto (y el de la película misma) lo que empobrece “una historia de gestas civiles” que ciertamente aun no tienen su registro en el cine argentino, sea de ficción o documental. Podríamos devolverle la pregunta a Maté, y preguntarnos “¿cómo debería pararse el cine argentino frente a ese olvido de tantos años?” Pues la única “postura adoptada en bloque y casi sin fisuras por toda una cinematografía” es siempre obviar el presente.

En un doble sentido: por un lado, evitarlo. (Como señala Roger Koza, “que el propio Rico haya desfilado alegremente el 10 de julio de 2016 en el desfile militar que conmemoraba el Bicentenario es un dato no muy lejano en el tiempo que permite unir aquel episodio de 1987 con la actualidad. ¿Qué puede haber sucedido, casi 30 años después, para que el emblema de los carapintadas se pavonee y concite el aplauso de los asistentes?”). Por el otro, en cuanto obviamente el presente se filtra siempre en las películas, por más que realizadores o funcionarios traten de evitarlo. Lo intentó el peronismo en su período clásico, lo intentaron las dictaduras que le siguieron, y finalmente –pese a todas las promesas de nuestra democracia– el cine actual también “evita cualquier polémica”. Sin embargo, los signos siempre están ahí, para quien quiera verlos.

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[1]http://www.asalallena.com.ar/festivales-all/critica-no-golpe-diego-mate/

[2]http://www.treslineas.com.ar/papa-podia-volar-n-78809.html

[3]https://www.infobae.com/cultura/2018/04/23/el-dia-que-raul-alfonsin-evito-un-bano-de-sangre-en-la-argentina/

[4]https://subjetiva.com.ar/2018/11/14/esto-no-es-un-golpe-de-sergio-wolf/

[5]http://www.hacerselacritica.com/esto-no-es-un-golpe-la-voz-de-los-carapintadas-por-jose-luis-visconti/ “Wolf no investiga: solo acumula y pone en un aparente orden las imágenes de archivo y las entrevistas realizadas. No contrasta los relatos, no se deja sostener por la investigación histórica ni por la repercusión en los medios escritos. La fuente esencial del documental, desde la imagen, es la televisión. Desde la banda sonora, son las entrevistas. (…) “Wolf brinda el discurso oficial de los dirigentes del gobierno y luego lo contrarresta con el relato de Rico y los suyos. Hay algo poderoso en ese planteo: Rico puede parecer mentiroso o exagerado, pero el documental lo muestra –a diferencia de los demás– seguro de sí mismo. Su relato se presenta consistente, mientras el de los funcionarios incurre en contradicciones y tambalea en sí mismo. El beneficio de la posición de Rico es que puede contar la historia desde otro lado, desde ese lugar en el que los únicos testigos eran sus compañeros de alzamiento.”

[6]https://espaciocine.wordpress.com/2018/04/22/20b/

[7]El descrédito de los militares era tal, pos “guerra sucia” y Malvinas, que no tenían ningún margen para volver al poder (hasta el todopoderoso Pinochet tuvo que resignar su presidencia unos años después). Por lo que mal podían haberse atrevido a disparar sobre la multitud. La película, sin embargo, insiste en esa mirada (sostenida por el propio Rico como si aún estuviera jugando al poker), pero no tiene con qué sostenerla. Como señala Visconti, “cuando el relato oficial plantea que al llegar a Campo de Mayo encontraron oficiales ‘alterados’, las imágenes de archivo los muestra tranquilos, inmutables”.

Nicolás Prividera / Copyleft 2018

En Con los ojos abiertos también se puede leer la siguiente crítica (aquí).