NASHA NATASHA

NASHA NATASHA

por - Críticas
20 Ago, 2020 07:42 | comentarios
El nuevo film de Martín Sastre sobre Natalia Oreiro es mucho más que el retrato de sus giras por Rusia y países aledaños.

NUESTRO VENENO

Es claro el recorrido, allí en el punto exacto en el que Miss Tacuarembó (2014) termina, empieza Nasha Natasha. Si bien en la primera, los mecanismos de articulación de la ficción son diferentes que en la última, lla figura de Natalia Oreiro es el eje y la matriz a partir de la cual se construyen ambos relatos. 

En Miss Tacuarembó, la religión, la caricaturización de los personajes, la escuela, la televisión aparecen mezclados y atravesados por las técnicas del pastiche y del kitsch en tanto procedimientos que demuestran la desmesura de los elementos y los colores en la puesta. Pero también, en esa ficción extraña y extravagante, que es un homenaje tenue al cine de Almodóvar y también a la narrativa de Manuel Puig, las mujeres en sus chismeríos contantes sostienen la narración, son ellas las que la traccionan y desarrollan el relato. Y en el medio de estos murmullos femeninos la figura de Natalia sobresale, protagonista de sus propias fantasías, de sus sueños, de sus desvelos. Como en un cuento de hadas, esa Natalia en la piel de Miss Tacuarembó es la que dice “más lejos que Montevideo hay que irse” o “se le va a atrofiar la mente con tanto melodrama”; cuestiones sobres las que Nasha Natasha volverá a retomar. 

Una misma matriz narrativa recorre a ambas películas, las dos del mismo director Martin Sastre; esa matriz ya planteada por el viejo aunque nunca desactualizado Vladimir Propp, es la de “la prueba a superar” en la que la heroína tiene que resolver algo a fin de cumplir su meta o su deseo (dicho desde el presente que todo resignifica). Ese eje común, esa matriz narrativa que hace avanzar los relatos de ambas películas, aparece en Miss Tacuarembó en el modo inquieto y vivaz con el que la protagonista necesita irse de su casa natal para probarse como cantante, actriz, bailarina. En Nasha Natasha esa prueba ya se ha cumplido, porque esa adolescente multifacética se ha ido de Uruguay, y es por eso una película deviene de la otra. La jovencita de Tacuarembó deviene en mujer en la segunda ya lejos de su territorio, sintiéndose una figura consagrada con sus deseos, sueños primarios ya casi cumplidos pero esta vez, ahora mujer, las pruebas, los deseos son otros, y los tendrá que resolver. 

Pensar en Oreiro como en un personaje de una ficción, como sucedía en la anterior película de Sastre o como también en Infancia clandestina de Benjamín Ávila o en Wakolda de Lucía Puenzo películas tan disimiles, tan distanciadas tanto en su temática como en su forma. También Oreiro como la protagonista de Gilda, la gran película de Lorena Muñoz. Allí Oreiro era Gilda, porque Oreiro bañó a Gilda de su propia sensibilidad, sus giros y su fragilidad; fue capaz de volver a la cantante de cumbia a la vida sensible. ¿Cuánto de todos sus personajes es sólo obra de Natalia? ¿Cuánto hay de su personalidad, de su manera de estar en el mundo, de su sensibilidad? La Oreiro de Gilda es mucho más cercana que sus otros personajes; y diríase que esa Gilda en su sensibilidad es demasiado parecida a la Oreiro del nuevo documental. 

En Nasha Natasha todo da un giro, y ahora Natalia Oreiro es la protagonista absoluta de este vertiginoso documental que cuenta el recorrido de la actriz y cantante por Rusia. Pero no solo eso, el plus que ofrece el documental y lo eleva a una pieza cinematográfica más que interesante es el intento de Sastre de captar las grietas, lo entrevisto, aquello que no se ve a simple vista de la figura de Oreiro. La vemos viajando en aviones, en trenes, sufriendo el increíble frio ruso, entrando en hoteles, cosiendo su propia ropa, pero también la vemos y la escuchamos en el escenario, en las calles de Rusia donde miles de fans se le acercan mostrando una idolatría, semejante solamente a la que generan otros íconos populares, como Maradona por ejemplo. El porqué de esta idolatría es complejo de descubrir; sin embargo, allí trabaja con más ahínco el director, y tal vez sea en ese espacio indecible que se produce entre la vida pública de Natalia y su vida privada donde reside la fuerza del film. En ese intersticio radica el valor de la película, allí cuando Natalia llora porque extraña a su pequeño hijo asomada a los ventanales del hotel, allí donde su marido Ricardo Mollo habla de ella con demasiado amor, allí donde los tres se encuentran en un frio aeropuerto de Rusia para compartir unos días juntos,

 Estos gestos revelan que los personajes precedentes que Oreiro realizó tenían un potencial de transformación que fue la misma Oreiro la que les dio la intensidad, la identidad y sobre todo la personalidad que necesitaban para funcionar. La ductilidad y cierta fragilidad del personaje de Miss Tacuarembó o el de Wakolda o el de Infancia clandestina o el de Gilda se revelan en ese plus que la presencia física de Oreiro les otorga.

Nasha Natasha revierte de algún modo la idea de la romantización de la heroína, clausura esos postulados ya antiguos acerca de los ideales femeninos y de este modo, sutil y certero se acerca un concepto de mujer más actual, más cercano. Aquello que alguna vez pensamos, que los sueños, los deseos solo son posibles a través del sufrimiento, esa bovarización de las mujeres, acá en el documental se ve revertido. Lo que Oreiro logra, de la mano de su director, es dejarnos entrever el trabajo material que implica la construcción de una figura. Lo que hace Oreiro, tal vez como ninguna otra actriz en este momento, es habitar cierta sensibilidad; permitirse los ojos llorosos que extrañan a sus afectos, pero también permitirse las risas y sonrisas con las que recibe a sus fans. Esa fragilidad, ese permitirse el flujo del deseo, ese habilitar el espacio de la angustia, ese habitar la soledad es lo que finalmente debería repensarse en todo feminismo. Como Oreiro, nosotras deberíamos tender a dejar de lado mandatos anacrónicos, punitivismos extremos, mandatos viejos y nuevos y revisar diaria y constantemente los actos y las prácticas femeninas para que finalmente, cada una, pueda ubicarse en sus espacios terrestres y simbólicos. 

Sastre logra entrever estas cuestiones y muestra a Oreiro en la soledad de su habitación de hotel, en sus monerías y gestos en el vagón de un tren con un oso inmenso que carga de acá para allá, en las gotas de sudor por el trabajo diario y constante de los ensayos, en las manos hábiles de Oreiro cuando cose sus vestidos, en la emoción cuando vuelve a la casa de su abuela. En esas escenas se puede intuir que lo menos importante del documental esté en la gira de Natalia por Rusia y los países del este – recorrido que ya había hecho la gran Lolita Torres en la década del 60 ganando el mismo grado de veneración.

Mujeres sensibles, dedicadas, con ese amasijo de fortaleza – anclada en el trabajo y en el tesón por cumplir sus deseos –  y fragilidad es lo que llama la atención en esos países, donde la mujer suele estar relegada frente a la presencia omnipresente de lo masculino; otras mujeres, como nosotras, como las que vemos las novelas melodramáticas por las tardes – esas mismas que la propia Oreiro protagonizó- como ellas, como esas, las comunes, las simples, todas nosotras, nos identifiquemos de algún modo con el magnetismo de una Natalia o de una Lolita. Esa madre que llora por la ausencia de su hija en Miss Tacuarembó es la Natalia de ahora extrañando a su hijo y a su pareja; esos gestos son los que habilitan la tristeza y la angustia, como hacemos todas, esas, a las que casi se nos ha atrofiado el cerebro de consumir tantos melodramas.

Martin Sastre erige una narrativa personal de Oreiro que es más que el documento de un viaje, viaje que por cierto va más lejos que a Montevideo; Nasha Natasha es la vindicación de un cine físico que engloba la película precedente de Sastre, una donde una mujer prefiere cantar “tu veneno” antes que tomárselo como Madame Bovary.

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Nasha Natasha, Uruguay, 2020.

Escrita y dirigida por Martín Sastre

Marcela Gamberini / Copyleft 2020