MEMORIA INCOMPLETA: A PROPÓSITO DE M EN LA ERA M

MEMORIA INCOMPLETA: A PROPÓSITO DE M EN LA ERA M

por - Varios
12 May, 2017 12:22 | comentarios
Nicolás Prividera retoma la enunciación y el lugar de su película M en pleno tiempo del macrismo

Por Nicolás Prividera

Por casualidad, mi película M se emitió por canal Encuentro a casi diez años de su estreno, en el aniversario del golpe del 76. La casualidad es el aniversario de la película, no la de su exhibición en este 24 de marzo. Basta ver la promoción preparada por el canal para entender cuál es el tipo de actualización que se propone (siendo además la primera vez que dicho canal programa un material no propio para recordar la última dictadura). Dejando de lado la musicalización sentimental que va contra el espíritu de la película, detengámonos en lo central del recorte: se utilizan una serie de extractos que parecen responder anacrónicamente al actual clima de época. Acaso por eso un tuitero “K” la caracterizó como “muy de estos días” luego de endilgarle una ensalada de improperios: “un asco, resentido, antipopular, de derecha”, etc.)  La molestia no es nueva, solo más irracional y violenta, “muy de estos días”…

Sabemos (gracias a Borges) que cada contexto cambia al texto. ¿Deberíamos entonces cambiar el texto ante cada nuevo contexto, para estar a tono y evitar lecturas anacrónicas? Borges mismo hizo algo tan poco borgeano para la edición de sus Obras completas. Más honesto sería escribir nuevos paratextos que dieran cuenta de esas tensiones y distancias: algo de eso hice en este mismo sitio cuando la película se proyectó en el homenaje al Bafici de 2013, discutiendo con una nota de Oscar Cuervo que la veía (para entonces, ya que antes le agradaba aún menos) como “la última película pre-kirchnerista”. Imposible entonces no discutir ahora, cuando se la acaba de presentar de algún modo como un film poskirchnerista. Lo que deja claro que no era “kirchnerista” (basta ver la discusión final incluida en la misma película), ni tampoco “antikirchnerista” (en el sentido habitual de esa dicotomía hoy, antes de que la historia proponga un nuevo contexto y un nuevo agon…)

Para decirlo claramente, antes de volver a ella: mi posición no varió. Son las lecturas las que han cambiado, al calor de las (sucesivas) elecciones. Decía por ejemplo Cuervo en su citada nota que una cosa era “ver M en 2007, cuando el país era otro y el kirchnerismo prácticamente no existía, es decir, cuando parecía que los agravios pasados no podrían transformarse en otra cosa más que en enojo u olvido, cuando aún no se veía la necesidad de traer el conflicto de clases hacia el presente y desbordar la matriz de la lucha de décadas de los organismos de los derechos humanos”. El problema es que precisamente esa proposición equívoca (de actuar siguiendo las cambiantes “necesidades” de la Historia) nos ha depositado ahora aquí: la lucha de los organismos nunca debió “desbordar su matriz” para confundirse con el Estado al que debían y deben reclamar respuestas. Pues el riego era que sucediera lo que finalmente aconteció: ser corridos por derecha en base a esos errores estratégicos.

Algo de eso intentaba señalar en las escenas que la promoción actual puso en primer plano, a tono con los cuestionamientos que desde el poder se hacen hoy para horadar la lucha histórica de esos organismos. Pero cuando planteaba yo en 2004 el tema del “número” a los responsables del archivo de la Conadep era precisamente por la certeza de que toda permisiva ambigüedad (no en la cifra imposible de cerrar, sino en la explicación de esa condición suspendida) iba a ser usado tarde o temprano en su contra, como vino a suceder.

Digamos entonces que hace tiempo debió dejarse en claro lo que de modo tan certero como eficaz argumentó Martín Kohan por varios medios: esa simbolización aproximada implica la ininterrumpida falta (de los desaparecidos y su cifra), que solo los responsables del exterminio pueden contabilizar con suficiencia. La actual discusión del número no obedece al esfuerzo definitivo del Estado por obtener esa verdad, sino que es apenas un modo cínico de bajarle el precio a la represión (para minimizar la pasada o la futura).

Y es que si discutimos ese Nunca más que constituyó la base de la reconstrucción de la democracia en el alfonsinismo, volvemos a poner en cuestión todo el contrato social. Curiosamente, de algo así me acusaba Gustavo Noriega (actual propagandista de la “memoria completa”) en el número 183 de El Amante, diciendo que “el episodio en la Conadep es particularmente ilustrativo”, ignorando “tajantemente el papel que el libro de la Conadep jugó en la transición democrática en Argentina. El Nunca más y el juicio a las juntas fueron los dos hechos más relevantes del advenimiento de la democracia. El efecto que tuvieron en conjunto determinó que se hiciera imposible en nuestro país un cuestionamiento de los hechos represivos. Estos fueron documentados y expuestos ante la sociedad de una manera incuestionable”.

Una vez más, no soy yo quien cambió de posición (en el número siguiente de El Amante contesté esa interpretación bizarra de mi película, como haría años después con la de Tierra de los padres). Es Noriega quien pasó a hacer suyo lo peor del prólogo: además de su notorio apoyo a adalides de la teoría de los dos demonios, véase la construcción de su libro 40doc, coronado por el elogio final de “documentales” tan dudosos como El diálogo (tal como comenté en su momento en una nota de Otros Cines.

La ocasión para todo este backlash (una reacción negativa frente a lo que antes fue objeto de consenso) es el “antikirchnerismo”, que hace años (posteriores al estreno de M en 2007) viene usando como excusa el aparente discurso “setentista” fatigado por el anterior gobierno. Y es cierto que, como era de esperarse, una inflación discursiva (sin mayor sustento real que su dimensión retórica) solo iba a dar como esperable resultado el histórico revanchismo (teorizado entre otros por Guillermo O’ Donell). Si el kirchnerismo jugó a estar a la izquierda de la sociedad, el actual oficialismo juega por derecha con fuego, porque nunca hay que subestimar el fascismo a flor de piel de media argentina, que ya justificó varias dictaduras y soportó con beneplácito varias democraduras. Pues ese odio actualizado que profundiza “la grieta” (que el kirchnerismo no inventó ni el macrismo viene a cerrar) no es nuevo y tiene una larga historia, como suelen olvidar los que hacen memoria solo cuando les conviene y cómo les conviene.

Esto se desnuda claramente en relación a las idas y venidas en el juicio y castigo al ala armada de la dictadura: lo que ahora es nuevamente puesto en duda por el máximo tribunal del Poder Judicial fue producto tardío de la anulación de las leyes de impunidad, que habían cerrado poco después del juicio a las juntas la posibilidad de continuar la acción de la Justicia. Hasta que los juicios recomenzaron, hace poco más de una década y sin dejar de tener dificultades, la “memoria completa” jamás interesó a sus defensores (incluso los constantes editoriales procesistas de La Nación se vieron matizados por la mención como “dictadura”, en el cuerpo del diario, de lo que hasta entonces había sido “gobierno” militar). Los indultos de Menem habían dejado en claro que esa era la prenda de “pacificación”, y ese discurso falsamente (re)conciliatorio es el que viene reactualizando la Iglesia desde el final mismo de la dictadura, de la que fue partícipe más que cómplice, como deja en claro el caso Von Wernich, que ni condenado perdió su condición sacerdotal…

M fue producto de esa reapertura histórica, y su competencia en el festival de Mar del Plata la muestra de que se podía opinar libremente sobre el gobierno de turno, cosa que luego se hizo cada vez más difícil (aunque más no sea por autocensura, como excusaron varios críticos, entre ellos los que ningunearon Tierra de los padres). Sea como sea (por productores que nunca van a inquietar al poder de turno, o cineastas que nunca quieren meterse con temas urticantes), lo que debía ser un eslabón más en la cadena fue más bien una suerte de cierre.

Desde entonces, las películas sobre la herencia de la dictadura (sean documentales o ficciones) vuelven a girar mayormente sobre la experiencia personal, pero no sobre su incandescente presencia. Como si no se lograra trascender la mera subjetivación de la vivencia (infantil), de Kamchatka a La idea de un lago, o la reivindicación romántica (televisiva) de la lucha armada, de Pasaje de vida a Operación México. La versión invertida son las películas defendidas por Noriega en su opúsculo, que hacen lo mismo con signo opuesto: demonizan lo que las anteriores romantizan. Lo que siguen faltando son películas que exploren la huella de ese pasado violento en el presente, y como el presente violenta ese pasado: la continuidad de la historia en cada nuevo contexto. Pero en medio de un cine argentino que hace rato no sabe o no quiere capturar el zeitgeist de su tiempo, ¿quién de nosotros filmará el Mauricio?

Posdata: Terminé de escribir este texto el día en que la remozada corte suprema de justicia emitió el fallo vergonzoso que implica(ba?) una virtual amnistía de facto para los pocos represores que llegaron a ser juzgados en estos años, tras la anulación de las leyes de impunidad que los mantuvieron en la calle durante dos décadas. El hecho fue festejado, entre otros, por Noriega y Quintín, en otra demostración de que tampoco es casual que parte de los “intelectuales orgánicos” de esta regresión cultural hayan salido de la crítica de cine noventista. Ninguno de ambos hechos (ni el mayor, que podría devolvernos a la habitual impunidad, ni el anecdótico, que no deja de ser significativo en el pequeño universo de nuestro cine) dan para el gastado ejercicio de la indignación.

Pues en algo tenía razón Cuervo: la “indignación” no necesariamente se diferencia del mero enojo y bien puede ser de derecha (basta ver como los renovados justificadores de cualquier represión avalaron este clima espeso que vivimos, que no deja de recordarnos cómo y por qué la dictadura fue posible). De lo que se trata, entonces, es de generar (y respetar) consensos democráticos. La reacción mayoritariamente adversa ante el fallo de la Corte, coronada por la impresionante marcha del 10 de mayo, terminó por demostrar que este tema sigue siendo sensible para buena parte de la sociedad, y obligó hasta los que ayer consentían (salvo Quintín y Noriega, al menos un poco más consecuentes que obsecuentes) a demostrar su repudio. Queda por verse si este será el “punto final” de la cuestión, a pesar de ser el único tema que ha logrado generar (tras largas décadas de paciente lucha) esa virtual unanimidad.

Nicolás Prividera / Copyleft 2017