MARLEY Y YO

MARLEY Y YO

por - Críticas
24 Ene, 2009 04:02 | comentarios

**** Obra maestra  ***hay que verla  ** Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

Por Roger Alan Koza

LADRAR EN INGLÉS

Marley y yo / Marley & Me,  EE.UU., 2008

Dirigida por David Frankel. Escrita por Don Roos y Scott Frank.

*Tiene un rasgo redimible

Excesivamente estimada por mis colegas, esta supuesta comedia romántica tiene algunas virtudes, pero su ideología rampante, estética y política, la convierten en un film más entre otros, a pesar de Owen Wilson y 13 perros simpaticos para interpretar a Marley.

A pesar de que los cuadrúpedos más simpáticos de la tierra no están exentos de ser una opción en el menú de algún país lejano, lo cierto es que la mascota universal por excelencia es el perro, el mejor amigo del hombre. Así, Lassie, Rintintín, Benji, Beethoven son algunos de los célebres canes que han pasado por el celuloide, y, ahora, a la nómina de consagrados se agrega uno nuevo: Marley, tributo al cantante jamaiquino.

Si la premisa del amor profesado a los perros es universal, esto no implica que la expresión afectiva con los cachorritos sea experimentada por todas las culturas del mismo modo. En el final de Marley y yo, una voz en off postula que un perro no distingue razas, ni ricos, ni pobres, pues ama incondicionalmente sin esas clasificaciones discriminatorias características de nuestra especie. Puede ser así en los perros, pero no en los hombres. El vínculo con las mascotas está sesgado por la pertenencia cultural. Compárese, si no, Marley y yo con La cueva del perro amarillo. Lo que gira alrededor del sabueso en ambas películas son experiencias inconmensurables.

Basada en el bestseller de título homónimo de John Grogan sobre su propia historia personal, la versión cinematográfica se publicita como una comedia romántica, y posiblemente lo es en la primera parte de la película: John (O. Wilson) y Jenny (J. Aniston) están recién casados. Son periodistas: ella, columnista; él, reportero. El cambio de estado civil coincide con otro cambio: mudarse de Michigan a Palm Beach, es decir, substituir la nieve por el sol. Allí crecerán como profesionales, pero la incógnita consiste en saber si crecerán como familia.

Entre concebir un hijo y comprar un labrador, los periodistas eligen, en primera instancia, la segunda opción. Y no será un perro común, pues éste podrá desde devorar los muebles y tragarse un fax hasta frotarse con un cocodrilo de juguete. Marley es un perro hiperquinético, pero adorable. Y cuando la pareja sí opte por tener hijos, Marley será casi un consanguíneo. Así transcurrirán 12 años de vida familiar y laboral; no todo será felicidad, e insinuarlo es una de las virtudes del film.

Ocasionalmente humorística y narrativamente paradójica, Marley y yo tiene un propósito consciente y una agenda inconsciente. Frankel trabaja muy bien sobre las vacilaciones de los personajes. John siempre mide su propia vida con la de un colega suyo, quien alcanzará el pináculo del periodismo y mantendrá su condición de soltero. Jenny también tendrá su crisis. En otras palabras, ellos están en un estadio en donde lo que se ha elegido es materia de revisión. En segundo lugar, Frankel celebra acríticamente el sueño americano. Todos pueden progresar. Se trata, solamente, de hacer el esfuerzo, tanto como ser personal y creativo: tan sólo escribiendo columnas periodísticas es suficiente para vivir en una mansión. Todas las panorámicas sobre Florida constituyen un striptease ideológico. Adquirir es el ethos de una nación.

En efecto, Marley y yo expresa la quintaesencia de un estilo de vida (y también de una concepción de cine). Suenan las cuerdas y el piano, la familia americana está reunida, ¿cómo podría estar ausente esa criatura que garantiza la pureza de una institución sacrosanta?

 Copyleft 2009 / Roger Alan Koza

Esta crítica fue publicada por el diario La Voz del Interior en el mes de enero, 2009